
En un rincón entre las hojas
dos niños me miraban.
Uno sujetaba una taza blanca
El otro nada,
arrebujado
en una especie de manta.
No estaban asustados.
No estaban tristes.
No estaban interesados.
Simplemente me miraban.
A sus pies había un hombre alto
tumbado como un feto.
La cara entre las hojas,
y un ojo que brillaba, blanco
y muerto junto al suelo.
No sé si eran sus hijos.
No sé si era su padre.
Y no sé qué esperaban.
El de la taza bebía.
Y ambos me miraban.
(Una explicación a estos poemas)
212 al 217 31 de marzo de 1997, en el pueblo de Biaro. Las fuerzas de Kabila habían instado a la Cruz Roja Zaireña a enterrar a los muertos (para evitar las epidemias) y a hacer ba ance del número de huérfanos (cerca de 1.000). Los huérfanos estaban situados a lo largo de la vía del tren (página 217). Iban a repartir unos alimentos que nunca llegaron. Otros refugiados, exhaustos o medio muertos, yacen en la hierba cerca de un edificio convertido en un centro médico provisional. Pero esperan en vano: no quedan medicinas. Morirán a pleno sol, pero las personas que retiran los cadáveres no saben con seguridad si están muertos o si todavía respiran.
Cuatro días antes, un tren de ayuda proveniente de Kisangani había conseguido llegar hasta el «Kilómetro 82» y repartió 30 toneladas de alimentos del Programa Mundial de Alimentos entre los grupos de refugiados en el área controlada por los rebeldes. En el kilómetro 7, cerca de Lula, había 40.000 refugiados; otros 40.000 en el kilómetro 25 cerca de Kisesa; 30.000 en el kilómetro 42 cerca de Biaro; un pequeño grupo de 250 en el kilómetro 52; y otros 200 en el kilómetro 82 cerca de Ubilo. Después de Ubilo, el territorio estaba controlado por las fuerzas gubernamentales.
Los alimentos disponibles, sobre todo maíz y guisantes, se distribuían a partes iguales en cada parada antes de conocer el número exacto y la localización de los refugiados. En Biaro, los alimentos se repartían a gran rapidez: cada familia recibía 500 gramos escasos. Entre los refugiados cundía el pánico al ver los pequeños paquetes de comida con los que tendrían que sobrevivir. Para cobijarse, tenían algunas tiendas que había proporcionado Naciones Unidas o tiendas improvisadas hechas con plásticos que habían traído de los campos de Goma y Bukavu. Zaire. 1997.
Éxodos (Separata). Sebastião Salgado
Julio, como siempre que te leo, me haces vivir lo que describes con palabras
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Muchas gracias, Juliana, me alegra que te parezca interesante. En estos poemas sobre fotos de Salgado el gran mérito está en el fotógrafo, pero si ponerle palabras ayuda a que reflexionemos, bien está. Gracias y un abrazo.
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Me ha impresionado mucho la fotografía. También las palabras q describen dos niños sin nada, sin comida, apenas sin ropa, con una mirada indescriptible.
A su lado un hombre muerto. ¿Cuántos muertos habrá visto?. Es un mundo vacío, no hay nada. ¿Qué sabemos de África?. No quieren q sepamos nada.
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