Pagar con un chiste

El otro día, al dejar una reseña en Kindle Amazon sobre un libro que acababa de leer, la web me pidió que hiciera el favor de puntuar también al menos otros 3 productos que había comprado en Amazon en los últimos tiempos. Cuando lo hice, me pagó el esfuerzo con un chiste.

En primera instancia es una anécdota anodina, pero, como todas las anécdotas, si la desarrollas (1) te puede llevar a sitios inesperados. Cyrano de Bergerac (el verdadero personaje histórico, no la creación de Rostand) publicó en 1650 «El otro mundo o los estados e imperios de la Luna»: en ella se describe una sociedad donde no existe el dinero como valorador del trabajo y las cosas, sino que el pago de los servicios se realiza con creaciones literarias: una oda, un soneto, una canción… Para pagar 8 días de hospedería, por ejemplo, sobraba con un soneto, y un epigrama daba para cubrir una buena comida.

Las utopías eran frecuentes en los ss. XVI y XVII (Moro, Bacon, Andreae, etc.), lentos y poéticos avances de la Ilustración y la fe en las ciencias que traerían la Modernidad. Es cierto que el devenir histórico no trajo el imperio de las ciencias y la razón, sino la Revolución Industrial y el Colonialismo, seguidos de un par de guerras mundiales. Los comerciantes volvieron a ganar e invadieron el templo. Hoy día ya sabemos que la modernidad, con su fe en las ciencias y en la razón, entraría en crisis en los ss. XIX y XX y para muchos hoy vivimos en la posmodernidad, cosa muy discutible, donde lo que está de moda, por desgracia, son las distopías.

Aún así, la población, la producción, la productividad, las horas de ocio, la supervivencia infantil y muchos otros indicadores «buenos» siguen en aumento en todo el mundo, aunque también la desigualdad y la contaminación. La razón se diría que va y viene, en ciclos cortos y difíciles de medir.

Pero, y aquí ya entramos en la ficción absoluta, hoy podría imaginarme una normotopía en la que las máquinas y la inteligencia artificial se ocupan de la mayor parte de la producción mundial, tanto de energía, como de alimentos, industria, e incluso de gran parte del sector servicios. Las horas de ocio de las personas son mucho mayores, el sistema de retribución, preso de la (sana y natural) necesidad de mantener un mercado de consumo/intercambio, ha derivado inevitablemente hacia alguna forma de renta básica universal. Una sociedad de individuos cuya supervivencia está asegurada y que necesitan destinar solo una mínima fracción de su tiempo a esa labor.

¿Se decantará hacia una sociedad ilustrada donde los intercambios entre personas se realicen en aquellos elementos que todos poseemos por el hecho de tener un cuerpo y una mente, y de los que no depende la supervivencia inmediata: placer, compañía, calor humano, juego, discurso?

¿O se decantará hacia una sociedad decadente donde la ausencia de la necesidad inmediata llevará al embrutecimiento progresivo de las personas y al uso de las distintas formas de violencia (elemento también consustancial al individuo) como mecanismo de intercambio?

¿Triunfará el Eros o el Tánatos? ¿El conservadurismo o el progresismo? ¿El Ying o el Yang?

Tema para una novela utópica o distópica. Yo escojo el punto medio, lo siento. Creo que nuestra naturaleza está en un equilbrio dialéctico y nunca llegaremos a los extremos a los que sí puede llegar nuestra (bendita y maldita) imaginación.

Por cierto, el chiste con el que me pagó Amazon no era demasiado bueno, pero también tiene su vuelta de tuerca: «Un español, un francés y un inglés entran en un bar y el camarero les pregunta: ¿esto qué es? ¿Un chiste?»


(1) El desarrollo de las anécdotas es como el camino de Kavafis, el lugar al que llegues no es importante, el proceso es lo único que existe, las situaciones (o conclusiones) finales siempre son imposibles.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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