A César Vallejo, pidiéndole disculpas anticipadamente…

Examinado el verbo de los hombres,

su prosa cautiva,

sus poemas taciturnos, sus odas coloradas:

todos sus sueños presos de un enjambre de alfileres…

Examinada su ciencia microscópica,

su ciencia mariposa, y todo su saber

tan largo como un océano de juguete…

Oída su voz lejana y pequeñita

pero que nunca calla,

y los ruidos tan raros que hace cuando ama…

Vistos sus negocios, su miedo elevado al rango de hecatombe;

vistas las fosas donde duerme, sus sombreros…

Habida cuenta de sus gestos de sorpresa,

de sus cejas arqueadas como niños pequeños,

y del pánico que le inspiran las tormentas…

Comprendiendo que es inevitable un gesto bondadoso

al ver sus travesuras,

y que su juego preferido es el de verdugos y reos de muerte…

Tomada nota de que nunca supo nacer como dios manda,

ni comprender en la escuela lo de las tangentes:

que es realmente un ignorante

y que, además, fuma como un loco…

Comprendiendo por demás que yo soy uno de ellos,

que mi voz es su voz y nuestros destinos son comunes…

lo contemplo en silencio, lo saludo

y lo invito a quedarse todavía,

al menos esta noche,

hasta mañana.

En estos momentos de Ukrania, Palestina, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria… ¿es posible seguir manteniendo la confianza en nosotros? Rescato un antiguo poema, y dudo.

Imagen de ANDRI TEGAR MAHARDIKA en Pixabay

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