El 22 de abril de 1999 falleció mi padre, de improviso. Hoy le recuerdo con este poema, de aquellos tiempos.
Este que veis aquí
escribiendo tachaduras
inseguro hasta la náusea
fruto de quién, semilla de ninguno
pregunta hasta el exceso…
Este que veis no existe.
Hoy se ha desvanecido
al fondo de la niebla
que se tragó también sus corazones,
los siete corazones que le diera el padre.
El primero fue la primera luz del día,
saludo de limones que le desembarazaba el alma.
El segundo la distancia
a lo lejos
llena de valles y montañas.
El tercer corazón fue la calma
sonrisa de pan por conocer la muerte.
Luego el humor, pequeño cuarto,
y sin embargo el mejor de todos sus regalos.
Por quinto le dio sus propias manos
que habían aún de jugar con tantas cosas.
Por sexto corazón recuerdos dulces
que corren a esconderse como escarabajos.
Y por séptimo corazón le dio un secreto
que aún germina hoy entre las plantas.
Pero luego llegó la niebla,
e invadió un eco silencioso
el espacio hueco de aquel aula
donde aquella magna noche velamos sus imágenes
y el último temblor de su presencia.
Y hoy.
Su ausencia late
en el costillar del silencio,
rugiendo entre la nada.
