La primera pasada seccionó la guerra de Ucrania, la pandemia y la elección de Bolsonaro, viejo enemigo. Las ramas bajas se estremecieron y su inquietud ascendió rápidamente hacia la copa. La siguiente cortó el Estado Islámico, partió el terremoto de Haití y la elección de Obama. Las ramas más viejas lanzaron un mensaje: calma, somos fuertes. Con el tercer ataque cayeron las torres gemelas, chasqueó el recién nacido euro y sangró Ruanda. Luego la sierra mecánica derribó el muro de Berlín, incendió Chernóbil y volvió a matar a John Lennon. Y continuó segando la aparición del SIDA, el caso Watergate y el final de los dictadores ibéricos. Algunas ramas mayores comenzaron a murmurar. La sierra hizo saltar entonces la crisis de Cuba, la primavera de Praga y el nacimiento de Israel. Y luego, en rápidos tajos, cortó a Mao, a Stalin y a Batista. Profundizando, cercenó de una pasada la Segunda Guerra Mundial, el triunfo de Gandhi y la gran depresión. Las hojas enmudecieron mientras las raíces temblaban, y el odioso motor ensordecía. –¡Cuántos años estamos cortando! –gritó el operario a su ayudante. Y luego rebanó el naufragio del Titanic, la caída de los zares y el Ford modelo T. Cuando los dientes llegaron a la guerra de Cuba y la repartición de África, incluso las ramas más viejas comenzaron a preocuparse. Pero el ataque prosiguió: cayó la primera hoja de El Capital y la serie entera de Sherlock Holmes, y cuando el desgarro llegó a la guerra civil americana y la abolición de la esclavitud, las ramas decanas lanzaron la voz de alarma, pero ya era demasiado tarde. Se alcanzó luego El origen de las especies, la invención del telégrafo y la muerte de Poe. Los dos movimientos siguientes acabaron con la médula, que había nacido al calor de la Revolución Industrial y fue acunada por la novena sinfonía de Beethoven.
Cuando el árbol se derrumbó se hizo un silencio lleno de susurros.
Afortunadamente ninguna pérdida de memoria sobrevino a su caída.
Desgraciadamente, precedió a su tala.
