La gigantesca aguja penetró la piel, inyectando a presión cientos de millones de moléculas extrañas y, de inmediato, el leucocito de guardia dio la voz de alarma. Todo el sistema se puso en marcha organizadamente, en cuestión de minutos, para bloquear a las recién llegadas. Incluso en los lugares más lejanos, como la punta del pulgar del pie derecho, todo el mundo cumplió su cometido, y cientos de millones de contra moléculas de una precisión química fueron creadas en pocos días. Uno de los hijos del leucocito que dio la voz de alarma (que ya había muerto, claro), en un almuerzo de trabajo de la corporación local, se enorgullecía de su estirpe: –Mi padre cumplió su cometido, camaradas, y todo el territorio ya está inmunizado –pero en medio de la ovación que siguió a sus emotivas palabras se oyó un ruido y, de repente, todo se llenó de adrenalina. Y lo que esta vez penetró la piel, por muchos puntos, fueron los fragmentos de un misil hipersónico Kinjal a siete mil kilómetros por hora. –Así no hay manera –fue lo último que se le escuchó decir. Parece ser que el sindicato de leucocitos ha solicitado una entrevista con el sindicato de neuronas, para hablar del tema, aunque muchos dudan seriamente de la capacidad operativa de ambos organismos, en especial del último, en las actuales e involutivas circunstancias.
