La sangre del Nilo (greguelato)

Hatshepsut le dijo a su hijastro-mediosobrino Tutmosis III: no lo olvides, el agua del Nilo es la sangre de tu tierra. Tutmosis III la miró con sus ojos redondos y sorprendidos y luego siguió persiguiendo a un cangrejo. El cangrejo era rojo y constantemente se escondia excavando en la arena. Pero Tutmosis III lo volvía a desenterrar con sus deditos de tres años mientra gorjeaba. Hatshepsut lo miró con sus profundos ojos oscuros y sintió deseos de enterrarlo a él también con el cangrejo. Pero en lugar de eso le dijo a Suma, la criada: cuida bien del pequeño faraón. Y se fue a gobernar Egipto durante veinte años. Después, cuando estaba a punto de morir de cáncer y septicemia, Tutmosis III, que ya estaba en la plenitud de sus fuerzas, fue a verla y le dijo: has sido una buena regente, y una buena madre, siento que tu querida hija Neferura haya muerto tan joven: ella y yo hubiéramos llegado muy lejos, porque yo admiro tu fuerza y la venero. Hatshepsut, que suponía que su hija había muerto de causa natural ­­–pues sabía lo natural que es el celo entre hermanastros–, lo miró con sus profundos ojos oscuros. Le dio su bendición, pues era una sabia hembra faraona, de las que saben dar la vida, y luego dejó que la sangre del Nilo se mezclara con la suya. Cuando zarpó río abajo, dejó tras de sí almas solitarias, templos y cangrejos sorprendidos que aún se esconden en la arena.

Atardecer en el Nilo

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