En esta sección tengo por norma hablar sólo de los espectáculos que me han gustado. Que me han gustado mucho. Muchísimo. Por eso no hay tantas entradas en esta sección.
Es difícil salir del teatro sabiendo -o creyendo- que has visto algo redondo. Aunque después de veinticinco años haciendo, viendo, escribiendo y viviendo el teatro desde dentro y desde fuera, desce cerca y a distancia, he aceptado (con las necesarias reservas) que a lo mejor algo he aprendido.
Y estoy encantado porque en un semestre he podido ver dos espectáculos de esos que hacen que la gente se quiera dedicar al teatro. De esas peligrosas experiencias que les cambian la vida a los jóvenes incautos, como a mí me la cambió Las bodas de Fígaro, dirigido por Fabiá Puigserver, con Lluis Homar, en Almagro, hace… unos cuantos años. No sólo es que al público general le gustan estos espectáculos redondos: le gustan mucho y se pone en pie con decisión para aplaudir, y la energía positiva entre platea y escenario resulta algo abrumador y real. Es que, incluso la gente que tenemos el callo del escenario, somos arrastrados por un grupo de locos que juegan sobre él. Porque juegan muy bien: juegan entre ellos y juegan con nosotros y para nosotros, espectadores. Juegan con rigor, con precisión, ritmo, energía, sensibilidad, valor y, a pesar de todo esto, con placer, alegría y entrega.

Uno de esos espectáculos fue El bar que se tragó a todos los españoles, de Alfredo Sanzol. Y el otro es este El cuaderno de Pitágoras, de Carolina África, del que trato ahora.
Me gustaría decir tantas cosas que intentaré ser breve, para concentrar. La labor actoral es sobresaliente, en todos los casos. Todos los personajes o intérpretes tienen su o sus momentos estelares, algunos maravillosos pero, sobre todo, hay un equilibrio y una labor de equipo tan estupenda que ni se nota: fluye. Esto, ya de por sí, es fantástico, pero en un espectáculo coral sobre un enfoque coral sobre una institución coral, como es una cárcel es, además, un grandísimo acierto. Paqui y Furia (maravillosos Nuria Mencía y Manolo Caro) quizás tengan más texto, no lo sé, pero tampoco importa, en absoluto, su historia vertebradora sólo adquiere sentido entre ese colectivo que asumen maravillosamente Gledys Ibarra, Helena Lanza, Ascen López, Jorge Mayor, Pepe Sevilla y Victoria Teijeiro. Ese microcosmos que concentra tragedia, ternura, violencia, humor, risa, tensión, es un entorno ideal para el arte dramático, y todos saben sacarle un partido sobresaliente a las propuestas de su autora.
El envoltorio de tanta acción: la escenografía, la iluminación, la videoescena, la música, están perfectamente empastados en el todo. Todos estos elementos juegan rápidos retazos protagónicos capaces de aportar sus riquezas específicas, sin entorpecer la marcha general: esos boleros perfectamente escogidos; el apoyo videográfico, por ejemplo, a la escena de persecución en coche, o al mar final; la iluminación que consigue aunar (o al menos a mi me lo pareció) la carcelaria luz impersonal (no he accionado un interruptor en quince años, dice un recluso), con la necesaria textura emotiva teatral. O el dinámico movimiento de las carras de rejas escenográficas, que reproducen lo laberíntico y el encierro, a la vez que se prestan al dinamismo de un montaje que subraya la irreductible libertad de la pasión, la esperanza y la acción humanas.

¿Y de qué va el espectáculo? De las historias de los presos en una cárcel mixta, claro, e inspiradas en historias reales, pero… ¿concretando? Desde luego, su autora y directora tendrá sus propias ideas sobre esto. Pero yo quiero contar lo que a mí me provocó. Y lo que yo recibí (o construí) es una reflexión muy potente sobre los sentimientos humanos.
Estos presos, alguno de los cuales ha asesinado a otra persona (por ejemplo, Furia al Guardia Civil, o Angélica al director del club de alterne), siguen teniendo los mismos sentimientos que cualquiera. Desean estar con sus hijos, sienten culpa, alegría, ira, miedo. Y el espectáculo hace que empaticemos con ellos, sin dejar de presentarnos la realidad de por qué están en la cárcel. ¿Es lícito apenarse por un hijo que no puede ver a su padre que está encarcelado, por haber matado a otro padre (policía) que a su vez tenía una hija de similar edad? ¿Es lícito sentir empatía por ese homicida, que no puede educar a su hijo, y quizás siente culpa por lo que hizo? ¿O no? ¿Cómo funciona nuestra mente? ¿Nos regimos realmente por categorías, sean morales, lógicas, legales, científicas? ¿O nuestra capacidad de empatía es tan grande, que realmente, en el fondo, es lo único que importa? Si podemos llegar a perdonar cualquier cosa, ayudados por el tiempo y el camino adecuados, ¿no quiere esto decir que esa esfera afectiva y empática es lo más importante que tenemos? ¿La verdadera fundamentación de la especie…?
Afortunadamente, el espectáculo no intenta responder a nada de esto. Pero, para mi, lo plantea, que es, en el fondo, su misión. Y el arte de su autora y directora, Carolina África, es plantearlo de una manera absolutamente redonda. Empezando por una forma de narrar fresca y ligera, pero precisa y con un gran dominio de la acción, material más básico para el dramaturgo que las palabras, en mi opinión. Y cuidando todos los aspectos escénicos para que casen en un encuentro de fondo y forma verdaderamente conseguido.
Si tenéis ocasión de verlo, no lo dudéis. Vale la pena.

El cuaderno de Pitágoras
Escrita y dirigida por Carolina África
18 ENE – 20 FEB 2022
De martes a domingo, a las 18:00 | duración: 1 h 45 min aprox.
Encuentro con el equipo artístico: 8 FEB 2022
Teatro Valle-Inclán | Sala Francisco Nieva
Texto y dirección
Carolina África
Reparto
Manolo Caro (Furia), Emmanuel Cea (Clemente/ Hombre 1/ Yonki), Gledys Ibarra (Angélica), Helena Lanza (Macarena/ Hija Guardia Civil muerto/ Hija de Vicenta), Ascen López (Vicenta/ Señora/ Presas), Jorge Mayor (Pedro/ Funcionario/ Guardia Civil muerto), Nuria Mencía (Paqui), Pepe Sevilla (Luis Miguel) y Victoria Teijeiro (Luis/ Funcionaria/ Presa)
Escenografía
Ikerne Giménez
Iluminación
Sergio Torres (AAI)
Espacio sonoro
Nacho Bilbao y Pilar Calvo
Movimiento escénico
Elena López Nieto
Vídeoescena
Davitxun (AAI) y Néstor L. Arauzo
Ayudante de dirección
Juanma Romero
Ayudante de iluminación
Gustavo Segovia
Ayudante de vestuario
Tania Tajadura
Alumnas en prácticas
Lucía Mira-Marceli (URJC) y Ana Torres (ESAD de Castilla)
Fotografía
Luz Soria
Tráiler
Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel
Equipo SOPA
Realizaciones
Mambo Decorados (Escenografía), Sfumato Pintura escénica SL (Acabados), Taller Sol Curiel (Taller de arreglos y confección) y Maria Calderón (Taller de tinte y ambientación)
Producción
Centro Dramático Nacional