(Poema a partir de foto de Sebastião Salgado)

En esta habitación cabe un desierto
capaz de acabar con la palabra.
Un sudario de arena que un día será polvo
cubre indolente el universo
de todo cuanto aspiró a ser, un día, luminoso.
Y por las ventanas, sin embargo,
sigue entrando el sol con su discurso,
se ven casas, hay historia en el pueblo, es una escuela,
hay metal, vidrio, jambas, construcciones.
Tras de los cristales se ve el mundo
siguiendo su camino, llevándonos a cuestas
a una distancia eterna y renuente
que cada día mengua.
Dentro, el viento detenido abrasa en silencio cada verso
que se atreve a entrar por la ventana.
La historia se acalla y se hace harapo, deshecho, polvo, apenas, nada.
Pero si uno toma asiento entre los cráneos descubre [o inventa]
que aún hay allí términos enterrados
(cuchillos, preguntas, cuestiones, espadas, qué, más, somos)
No se entiende lo que dicen pero hablan,
anhelando, esperamos, ser polvo, generosas.
Anhelando el olvido y
¡la nada, la nada!
Esa nada
que el sol pueda volver a calentar por la ventana.
Aún así, sobrecoge la pizarra, mal borrada.
[Detrás de la más negra resignación, una amenaza
diríase que entre los huesos respirara]
(Una explicación a estos poemas)
«206.- Esta fotografía es buena prueba del terrible genocidio que ha asolado Ruanda. La mayoría de las víctimas eran tutsis, pero un gran número de hutus murieron asesinados, sobre todo los de tendencia liberal opuesta al régimen dictatorial. Hoy, Ruanda sigue padeciendo las consecuencias de la tragedia. Durante sólo cuatro meses, murieron un millón de personas de una población de siete millones. Ya sean hutus o tutsis, refugiados en los campos de Ruanda o de fuera de Ruanda, los supervivientes siguen atenazados por el miedo y los sentimientos de culpa, venganza e inseguridad.
Esta fotografía fue tomada en una escuela abandonada en una aldea de Nyarubuye, a pocos kilómetros de la frontera tanzana. Miles de tutsis fueron brutalmente asesinados aquí en abril de 1994. Nadie enterró sus cuerpos, ya que los supervivientes habían huido. La mayoría de los cadáveres fueron salvajemente mutilados, y los miembros humanos esparcidos por una sala que había servido de escuela. Después de las masacres, y por miedo a la venganza, los hutus huyeron al campo de refugiados de Benako, del otro lado de la frontera de Tanzania. Ahora sólo quedan soldados tutsis que esperan una contraofensiva desde Tanzania. Ruanda. 1995″.
Éxodos (Separata). Sebastião Salgado