Nuestro perro Ron

Piel de pelo blanco
con corazón de cuatro patas.
Pedazo de vida que acompaña
por la sombra del camino
como un sol de nieve.

Extremadamente sensible compañero,
amor en bruto que dibuja,
indiferente,
el paso del río,
el calor del fuego,
la inercia del presente.

Fuerza que nutre
más allá de la conciencia.
Peso pluma en la balanza
que sin embargo se inclina.

Ejemplo que no busca,
inteligencia que no comprende,
aliento que respira, únicamente.

Amigo que me espera
desde que cantan las llaves
más allá de la puerta.
Ser que es
y nada más pretende.

Cuando mi perro duerme
se abandona
al calor, al sueño, a sus locuras.
(Gruñe, se retuerce, gimotea)
pero instantáneamente
(al más mínimo ruido)
CON ATRONADOR LADRIDO
despierta dispuesto
a la feroz defensa de su gente.
Tras sobrevivir a duras penas
al tremendo susto que me ha dado
lo miro,
me mira,
se relame, displicente,
y yo suspiro.

«Ron», le digo,
«me cago en tu padre»
y él mueve el rabo,
divertido.

Aún así, animal,
«earthling», amigo,
yo se que tú sabes
que ignoramos un secreto compartido.
.
.
.

La verdad es que nuestro perro Ron se hace querer y se merece un poema. O dos. Es una máquinita de transmitir felicidad!

Un comentario

  1. Muy bueno. Dice lo que son y lo que nos despiertan los perros.
    Sentimos esa satisfacción porque son pura vida y sentimiento, sin las turbulencias agregadas por el pensamiento. Por eso con los humanos no nos sentimos tan seguros.
    Y más todavía a su favor: no es cierto que «se hacen querer»; simplemente viven su vida y nos quieren, sin ninguna intención agregada.

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