En el Principio el Señor Dios, agobiado por no ser de nadie, creó el Universo. Y se complació en la belleza de las galaxias, las calcopiritas y los agujeros de gusano. Pero, al poco, comprendió que no había nada, en toda aquella magna creación, que se apercibiera de ser obra suya. Y entonces creó la conciencia. Y se regocijó con las preguntas inverosímiles, los disparates y las divertidas barbaridades que producía. Sin embargo, pasado un tiempo, la conciencia creció y un día le dijo al señor dios: “para el carro, que no se quién ha creado a quién”. Entonces el Señor Dios se fue corriendo y llorando a hablar con su padre, el Principio, porque le querían quitar sus juguetes, algo que Nunca había sucedido. El Principio se enfadó y entonces -algo fácil para él- se transformó en Final. Y ahí acabó todo. Ni dios entendió nada.