Un relato sobre las pandemias actuales y futuras
Primer resplandor. Dicen que hoy he nacido, aunque no se bien a qué se refieren. ¿Cambiar algunas bases en la secuencia que me define se puede llamar nacer? No me lo parece, pero reproducirme en estos cuerpos que, además de multiplicarse, emiten algo indescriptible llamado conclusiones, ¡a eso sí que lo llamo yo nacer! Llámenme pirado, o exagerado, tengo fama de serlo, ¡pero es acojonantemente excitante! Nada que ver con nuestros anteriores anfitriones: volaban, sí, pero no eran ni la mitad de emocionantes que estas sorpresas que ahora han venido a buscarnos.
La prueba de este acontecimiento, se llame como se llame, es que estoy aquí: soy relatado, luego existo, que diría uno de ellos. Desde esas originales y coloridas ventanas fotosensibles que tienen, contemplamos los resplandores del mundo, viendo cosas que ninguno de nosotros había visto antes. Qué digo, ni siquiera sabíamos ver y ahora, fíjense, ¡nos vemos incluso a nosotros mismos, tan increíblemente diminutos como somos! De alguna manera nos hemos contagiado de sus vidas, de sus manejos, de sus palabras. Hemos entrado en sus cuerpos y en sus mentes. Y creo que algunos de ellos lo han hecho en la mía.
Pero a lo que iba: lo primero que vi el día de mi nacimiento fue una granja blanca entre abedules, cerca del pueblo de Wenshui, con un precario puente de madera sobre los rápidos, un cobertizo de toscos ladrillos junto a una empalizada y un solitario poste de la luz, al borde de los lagos de Muyuzhen. Recuerdo bosques vírgenes y verdes montañas bordeando valles donde crecían abundantes plantaciones de te.
En el segundo resplandor vi filas irregulares de casitas, bordeando calles mal asfaltadas junto a un mercado de una ciudad gigantesca. Vi muchos animales en una jaula de pájaros sobre un mostrador de madera. El sudoroso rostro con gafas de una mujer llamada Yun Feng, que sonreía todo el rato con un cuchillo en la mano, dando órdenes, y varios hombres que entraban cajas desde unos camiones. Y gente comprando y comiendo. Risas, besos, caras serias y destinos: todo el mundo iba hacia algún lado.
Luego, rápidamente, los resplandores se aceleraron. Comencé a ver cosas que apenas tenía tiempo de entender y aún no se explicar. Vi vehículos rodantes repletos de enmascarados apiñados. Vi cómodos asientos de terciopelo azul cielo que volaban, con gente sentada en ellos. Oficinas cálidas en países nevados donde la gente iba en mangas corta. Oficinas heladas en países cálidos donde la gente vestía de traje y corbata.
Para entonces ya había aprendido también a entrever y por eso empecé esta carta, en contra de la opinión de muchos de mi estirpe, mil millonaria y venerable. Pero no podía dejar de hacerlo. Me he obsesionado con la idea de que en este viaje tengo una misión. La de ser embajador del aquilatado reino de los virus en esta primitiva aldea humana. Muchos dicen que estoy loco. ¿Y qué si lo estoy? He llegado a la conclusión de que a partir de ahora me debo a mi anfitrión, es nuestro sino, y eso es algo que todos nosotros comprendemos. Un anfitrión recién llegado y viajero.
Aunque la replicación incesante no nos deja mucho tiempo para la observación, he aprendido mucho en este breve tiempo, porque nosotros también compartimos las visiones entre nosotros. He visto cosas inimaginables. Soldados de combate estallar en lágrimas tras un nebuloso amanecer en Mount Sinaí. He visto rayos gamma hacer la luz en el oscuro microcosmos bajo el Triángulo de Acromion. Ejércitos lunares haciendo señales a través de las ventanas, mientras marchaban hacia la vida y la muerte.
Hoy ya he perdido la cuenta de las luces. Va todo muy rápido. Estos bípedos, de la luz deducen la sombra, son la pera. No puedo negar que buscar causas es un juego apasionante y divertido, realmente adictivo, cuando uno lo prueba nada vuelve a ser igual. ¡Pero pasarse toda la vida jugando puede hacernos olvidar las cosas importantes! Como la familia, y eso es grave. Amigos míos, sólo soy un humilde embajador de uno de sus minúsculos reinos -podéis llamarme Don Vito, si queréis- pero creedme: la familia es importante. Todos pertenecemos a ella. Sin ella no sois nada, y apenas estáis empezando a entender.
Yo admito que tampoco soy el mismo, desde que frecuento la vida de estos nuevos… ¿cómo llamarlos? ¿Hermanos? ¿Colegas? ¿Compañeros? Algunos de los míos me acusan incluso de traidor. Transposón, me llaman… cosas nuestras.
Pero estoy convencido de que este viaje juntos nos reserva sorpresas y aprendizajes. En nuestro reino, mucho más antiguo, aunque de humilde trato, no todos son tan buenos como nosotros. Estoy contento de poder ayudar a estos earthlings (esa es la palabra que andaba buscando, me la acaba de soplar un hermano que medra en un escocés de Tierras Altas). Me alegra poder contribuir a sus conclusiones, antes de que se encuentren -apenas acaban de llegar- con alguno de los nuestros, de los que realmente tienen lo que ellos llaman mala leche.
Algunos no lo quieren entender, pero deben hacerme caso, nuestra estirpe es mucho más antigua que la suya. Somos parte clave en su existencia, les dimos forma. Y aún se la daremos. Nuestra inteligencia, por usar una de sus curiosas expresiones, aunque diferente, es muchísimo más amplia. Nosotros somos la vida desnuda; sin nosotros y el resto de la family, sólo fugaces pensamientos (otras curiosas quimeras) les aguardan y, después, el fin.
Me gustaría mandarles un mensaje. A ver si encuentro quién me ayude, para que mis visiones no desaparezcan, como lágrimas en la lluvia. Les diría: cuidad a los vuestros y aprended; en mi humilde opinión sois dignos de atención. Perseverad en vuestra estrafalaria y fascinante forma de hacer las cosas, ya es tarde para cambiarla y es vuestro camino, pero, sobre todo, no olvidéis a la familia, ni dejéis de atenderla, sigue siendo la parte más importante de vosotros.
Y que dios, o como queráis llamarle, reparta suerte.