CACEROLADAS

CACEROLADAS

 

Según dice el presidente del Centro de Economía y Geopolítica de ESADE, Javier Solana, desde su cama de hospital: “Que nuestros Estados y sus dirigentes dispongan de una amplia capacidad de maniobra no debe implicar que tengan carta blanca: ni ahora, ni cuando la tormenta amaine. Preservar al máximo las libertades civiles y asegurar la rendición de cuentas por parte de los gobernantes es un imperativo ético, pero también nuestro mejor mecanismo de defensa ante amenazas como la actual”.

Tiene razón, evidentemente, aunque la fiebre y el ardor que provoca la posibilidad y la proximidad de la muerte enardezcan todos los espíritus, de todos los colores e inclinaciones políticas, hasta posiciones no deseables.

Le ocurre incluso a nuestro sistema inmunológico: el gran daño tisular y multi-orgánico que puede provocar este virus en los casos graves es, en gran parte, producido “por el ardor” de nuestra respuesta inmune inespecífica, al detectar que, pese a sus esfuerzos, no consigue reducir la invasión vírica, y acaba atacando a elementos que sería más deseable que no atacara, y produciendo resultados muy adversos.

Le pasa a nuestras células inmunológicas y también a nuestras neuronas. Es normal. Somos humanos. El ardor es necesario en estos momentos. Sostiene a la gente trabajando, tanto en primera línea como en retaguardia, da fuerzas, despierta energías dormidas.

Pero hay que tener mucho valor y claridad de ideas para controlarlo y encaminarlo a suministrar energías sólo donde hace falta. De lo contrario pasará en nuestra sociedad como en nuestro propio sistema inmunológico: acabaremos atacando a células propias que necesitamos para seguir viviendo y generando una inflamación que no ayudará en nada, antes al contrario.

Para seguir viviendo necesitamos (siempre, pero ahora más) comprensión, positividad, solidaridad, generosidad. También rigor, inteligencia, contención. Si el hospital de IFEMA podría haberse gestionado mejor, no importa, tampoco el PSOE lo hubiera hecho mejor. Si la compra de mascarillas del gobierno central se hubiera podido iniciar antes o hacerlo de otro modo, no importa, tampoco el PP o Vox lo hubieran hecho mejor. Estoy convencido de esta realidad y creo sinceramente que la mayoría lo estamos. Evidentemente, y llegado el momento, habrá que sacar conclusiones y hablarlo, positivamente, para el futuro.

¿Pero se imagina alguien si, a la cabecera de un enfermo de Covid-19, el inmunólogo y el neumólogo se enzarzaran en agrias discusiones sobre el tipo de tratamiento más adecuado, tildándose el uno al otro de el peor médico del mundo, o de facultativo inútil y desleal?

Impensable, ¿no? Pues así están muchas sociedades actualmente viendo, con estupor, como sus políticos vuelven a fallarles a la cabecera de la cama. Y se que no son todos, pero vuelvo a sentir una decepción muy grande cuando escucho los telediarios.

Nadie “ha acertado”. Ni China, ni EEUU, ni GB, ni la OMS, ni Italia, España, Alemania, Holanda… la lista nos incluye a todos, a todas las visiones políticas. No hace falta repasar las declaraciones que hace poco hacían muchos dirigentes de otros países de todos los colores, quitándole importancia, cuando aquí, hasta la gente de la calle se había dado cuenta ya de que esto iba en serio, aunque ellos, con pocos casos en su suelo, aún no se sintieran cargados de razón para tomar las duras medidas necesarias. Nadie ha acertado porque es una situación nueva y desconocida, que aúna la complejidad médica y biológica con la social. Y aquí los ardores, la afirmación personal y el valor en bruto y en violento no sirven de nada. Salvo para empeorar las cosas. Es duro, sin duda, pero es así.

Pero, por otro lado, todos hemos acertado. Como señala, por ejemplo, un artículo del EU Research & Innovation Magazine la secuenciación genética del SARS-Cov-2 se ha conseguido mucho más rápido que la del SARS-CoV-1 de 2003. Algo hemos avanzado. Cuando colaboramos.

Los estudios médicos de calidad sobre el virus van creciendo todo lo rápido de lo que somos capaces, y los médicos e investigadores de todo el mundo se leen unos a otros sin importarles su color político, o si sus cifras son científicamente impecables: ojalá lo fueran, por supuesto, pero ahora no es el momento de ponerse a señalar lo evidente y a descalificarse, si no de buscar, en estos artículos, los puntos positivos que puedan ayudar. Cualquier persona decente y sensata es capaz de hacer esto en momentos de crisis. ¿Por qué los políticos no?

Ojalá algunos políticos tomaran ejemplo de los que saben decir y encajar un “no lo se” cuando la ocasión lo obliga: conseguirían que la ciudadanía los contemplara como personas útiles y de fiar, y no como clanes para los que la llegada al poder es demasiado importante como para dejarles comportarse con sensatez.

¿Por qué suena actualmente tan risible hablar de un político como alguien que actúa con caballerosidad y con desinterés? ¿Como alguien capaz de sacrificar sus objetivos (la llegada al poder) por los objetivos de otros colectivos ciudadanos? ¿Como alguien capaz de anteponer el hacer las cosas bien y ganarse con el tiempo el calificativo de buen profesional, a la tentación fácil e inmediata de descalificar al rival en cualquier situación (y cuanto más trágica y dura, mejor!) para obtener un rédito político? Esto es sangrante en cualquier momento -al menos para mi-, pero mucho más en una crisis como la que atravesamos.

Efectivamente, como decía Solana, ostentar el gobierno de alguna institución, central, autonómica o sectorial, no te da carta blanca para nada. Pero, como también decía: “no es momento de chivos expiatorios y caza de brujas. La crisis actual solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad, la compasión y el entendimiento mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras”.

Demasiadas veces se olvida que junto a la libertad y la igualdad del lema ilustrado, conceptos platónicos políticamente polimorfos (que hoy todos los partidos suscriben), hay una tercera pata, quizás más clara y cercana a nuestra naturaleza, que es la que, en el fondo, da valor a las dos primeras.

 

2 comentarios

  1. Con todo el respeto a la forma de pensar que expones, estoy convencido de que obvias un hecho absolutamente capital para abordar el tema que nos ocupa: los tres partidos de la denominada derecha han dejado muy claro desde el minuto cero que su apoyo está condicionado a la aplicación de medidas económicas paliativas en la línea de lo que ya han aprobado el resto de países de Europa y mundo civilizado: rebaja fiscal severa de tasas e impuestos para personas, autónomos y empresas para incentivar la recuperación y hasta recuperar la normalidad. Si seguimos en la línea de pensamiento de nuestro ministro de cultura, que dijo antes de ayer en rueda de prensa que las subvenciones al lobby del cine no sólo no se rebajan, sino que hay que aumentarlas sí o sí, uniremos el hecho de ser el país con mayor mortalidad del mundo por persona en la pandemia (por negación de la realidad e inacción total las tres primeras semanas) con el país que peor progrese del mundo en los ritmos de recuperación. Nos quedaríamos muy atrás. La izquierda, a nivel económico y especialmente en esta pandemia, está más perdida que un pulpo en un garaje.

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  2. Muchas gracias por el comentario y por el tono. Muy posiblemente no estaremos de acuerdo en el fondo de muchas cosas, pero no creo que esto sea malo, para ello tenemos la democracia (el menos malo de todos los imperfectos sistemas posibles, según dicen que dijo Churchill). Y es bueno poder hablarlo sin descalificaciones ni palabras altisonantes. Disiento contigo, por ejemplo, en la negación de la realidad y la inacción total en España, que por lo que yo se no ha sido mayor que la de GB o la de EEUU, por no hablar de Brasil, o de Suecia o China, que fue la primera.

    Incluso, cuando leo las argumentaciones del primer ministro sueco, creo que está equivocado, y lo digo, pero si tengo que ser sincero: “no puedo estar seguro de que esté equivocado”. ¿Van hacia el desastre? ¿Va a cosechar miles de muertes evitables? La clase empresarial sueca apoya la posición del gobierno; al igual que, al parecer y de momento, la mayoría de la población; más del 50% de los hogares suecos son unipersonales; sus códigos de socialización y su responsabilidad individual son diferentes a los nuestros… ¿A lo mejor esa estrategia funciona allí? ¿Acaso sabemos realmente el porcentaje de población real infectado en el mundo y lo cerca o lejos que estamos de la “inmunidad de rebaño”? Tampoco lo sabemos. Sus ancianos ya están muriendo en las residencias, pero también están muriendo en las de todo el mundo. ¿Van a morir más en las residencias suecas que en las otras? Tampoco lo sabemos. ¿Van a morir de tal manera más, que el alivio por no haber parado una economía y no haber causado otros problemas indirectos no va a poder pesar en su balanza lo suficiente como para que puedan decir: “sopesándolo todo, lo hicimos bien”? Tampoco lo sabemos.

    Yo, en mis limitados conocimientos, no me habría arriesgado, y puede que ellos den marcha atrás en unos días. Pero lo que quiero decir es que no tenemos las seguridades necesarias para permitirnos hacer juicios de valor descalificatorios a la totalidad en estos momentos. Simplemente me parece irresponsable. No se trata de que cada uno no pueda tener su legítima opinión política, sino de que, al margen de las visiones políticas, aún sabemos demasiado poco de esta situación. Médicamente, desde luego, pero incluso económicamente, nunca ha sucedido algo así, y no tiene nada que ver una posición pensando en un mes de aislamiento, que en cinco, o en brotes recurrentes, etc. Cuando sepamos más, habremos aprendido muchas cosas, que ahora no sabemos. Ni el centro, ni la derecha ni la izquierda. Ese será el momento del balance. El actual, en mi opinión, es el momento, no de callarse las propias opiniones, sino de formularlas de forma positiva, atentos al bien común y no a la descalificación interesada del contrario.

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