Jacques el fatalista

Texto teatral original de Julio Salvatierra, a partir de la novela de Denis Diderot (1713-1784)

VER O DESCARGAR TEXTO PDF
VER O DESCARGAR CRÍTICAS

PRESENTACIÓN

El presente texto es un viaje teatral en cinco escenas, dos finales y alguno más, escrito libremente a partir de la obra Jacques le fataliste et son maître (Jacques el fatalista y su amo), última novela de Denis Diderot. No hace falta presentar al conocido enciclopedista, filósofo, polemista, dramaturgo, escritor y una de las figuras más brillantes, versátiles y activas de la Ilustración.

Escrita, parece ser, a lo largo de la década de 1770, publicada íntegra por primera vez en 1796, ya muerto Diderot, esta novela es, en mi opinión, un gran universo irreducible a la necesidad de síntesis y de acción del escenario. De ella podrían surgir una docena de textos teatrales, tantas son las sugerencias argumentales, tantos los ejes temáticos, la riqueza de ideas, la variedad de personajes, tantas las tentaciones que provoca.

Es por ello que creo imposible hablar de adaptación teatral en este caso. El presente texto es un juego basado en varios puntales de la novela: los personajes principales y su relación; algunas de las historias más significativas; el juego del autor con el lector (espectador) y con sus creaciones; así como, lógicamente, varios de los temas de fondo de la misma. Entre estos temas destacaría la revolucionaria visión de las relaciones entre amo y criado; visión en este caso política, social y humana, donde se exprime la mejor esencia de esa fraternidad que debía acompañar siempre a las exigencias de libertad y de igualdad. Destacaría también la reflexión sobre la libertad humana y el determinismo (entendido como nuevo sistema de pensamiento que nos hace comprender la estructura causa-efecto del mundo, en oposición a la antigua visión inmovilista propia del absolutismo). Resaltaría también el tema de la educación sentimental (las relaciones hombre-mujer), el de la creación literaria, el de la estructura racional / irracional del ser humano… y algunos más si tuviera espacio.

Pero no quiero terminar sin decir que igual de importante que todo lo anterior ha sido intentar reflejar en el escenario algo de la agilidad, la sutileza, la ironía, el buen humor y la levedad mezclada con profundidad que son también características de la novela original, y que en nuestro caso son siempre aspiraciones teatrales. Me gustaría, por el bien de todos, haberlo conseguido.

Personajes / Intérprete (por orden de aparición)

-Jacques

-El amo

-Diderot

-Campesino; Marques des Arcis; Caballero de Saint-Ouen; Bigré hijo; Miremont

-Campesina; Ninón; La D’Aisnon; Ágata; Denise; Justine

-Posadera

Escena 1ª

(Buscando su camino entran Jacques y su amo)

Jacques.- Por aquí.

El amo.- ¿Estás seguro? Yo creo que es por allá.

Jacques.- No. Vinimos por allí, y tenemos que seguir por aquí.

El amo.- ¿Tú crees?

Jacques.- Mas o menos.

El amo.- ¡Jacques, ¿cómo mas o menos?!

Jacques.- Bueno, señor, puedo equivocarme, pero si está escrito…

El amo.- ¿Escrito dónde?

Jacques.- Allá arriba.

El amo.- No veo nada escrito por ningún lado.

Jacques.- Me refiero a las alturas.

El amo.- ¿Hablas del cielo y de los angelitos…?

Jacques.- No, por favor… pero me imagino que en alguna parte hay un gran cilindro donde está escrito todo lo que ha de suceder.

El amo.- ¿Y quién ha escrito ese cilindro?

Jacques.- Ah, buena pregunta.

El amo.- O sea, quieres decir que te da igual por dónde vamos porque ya está escrito si vamos a perdernos, ¿no?

Jacques.- Señor… escrito está, pero es que -además- yo creo que es por allí.

El amo.- Ah… tú crees. Mira, Jacques, si tenemos que llegar a…

(Entra Diderot)

Diderot.- ¡Eh, eh, eh…! ¡No! No, no. No lo diréis.

Jacques.- ¿Cómo?

Diderot.- No diréis a dónde vais.

El amo.- …¿le conoces?

Jacques.- Me da un aire pero no se quién es.

El amo.- Perdón, pero creo que no tenemos el gusto de conocernos.

Diderot.- Vosotros a mí, no. Soy Diderot, el que ha escrito esta historia.

El amo.- Lo siento, pero… ¿a qué historia se refiere?

Diderot.- A la vuestra. La historia de Jacques y su amo. Vosotros sois mis instrumentos.

El amo.- Ya… es curioso, justamente estábamos hablando de eso… ¿verdad, Jacques?

Jacques.- Verdad. ¿Vos pretendéis haber escrito todo lo que nosotros vamos a hacer?

Diderot.- Más o menos.

Jacques.- ¿Cómo más o menos? ¿Más menos que mas o mas más que menos…?

Diderot.- Ni más ni menos.

El amo.- Señor, comprenderéis que vuestras palabras nos resulten difíciles de aceptar…

Diderot.- Por supuesto, pero eso no las torna menos ciertas.

El amo.- Si vos nos habéis escrito sabréis perfectamente que nos dirigimos a…

Diderot.- ¡No lo dirás! Acercaos. Vais hacia (se lo dice al oído. Sorpresa del amo). Y venís de (ídem). Y sois (ídem). Y además, ¿recuerdas aquella noche que…? (ídem). Y por no hablar de aquella vez que… (ídem. La sorpresa del amo no tiene límites).

El amo.- Lo sabe todo. De los dos…

Diderot.- Acercaos, Jacques. (Le habla al oído)

Jacques.- ¡Sorprendente! (ídem) ¡Asombroso! (ídem) Impresionante… Os creo, señor Diderot. ¿Pero y por qué no queréis que digamos hacia dónde vamos?

Diderot.- Cosas mías, aunque debo deciros que estoy muy contento con vosotros, sobre todo, contigo, Jacques.

El amo.- ¿Ah, si…?

Diderot.- …Pero vamos, no hay tiempo, haceos cuenta de que a mi nadie más me ve, y de que mi historia no se dirige a vosotros, si no a ellos.

Jacques.- ¿A qué ellos?

Diderot.- Al mundo…

El amo.- Señor Diderot, ¿qué sucedería si nos negáramos a ser sus… instrumentos?

Diderot.- No podéis. Está escrito.

Jacques.- En un gran cilindro, ¿verdad?

Diderot.- Yo uso cuartilla holandesa, pero es algo parecido. Vamos, no puedo aburrir a mi público, hay que avanzar. Vosotros seguíais andando, por donde decía Jacques, y él te decía…

El amo.- Por favor, tratadme de vos, si no os importa… aunque sea verdad que me hayáis escrito -y peor que mi criado- me habéis escrito noble…

Diderot.- (¡!) …bueno, pues veníais andando y él os repetía, señor, que…

El amo.- ¡Eh, un momento, perdón de nuevo, Sr. Diderot! ¿Veníamos andando así, sin más? ¿No se nos presenta? ¿No hay una introducción, no se, de dónde venimos, o hacia dónde vamos?, eso es importante…

Diderot.- ¡No! ¡Eso no importa! ¿Quién sabe eso?! Venís de allí. Y vais no se sabe a dónde, como todos. Punto. Adelante.

El amo.- Pero yo sí lo se.

Diderot.- Tú crees que lo sabes, pero si yo decido otra cosa, tú irás donde yo diga. Ah, perdón: vos iréis donde yo diga. ¡¿Está claro?!

El amo.- Pero Señor Diderot…

Diderot.- ¡Silencio! Seguid, y yo desaparezco: Jacques os decía, que todo está escrito y que cada bala que sale del fusil lleva ya su etiqueta…

Jacques.- Mi capitán decía que cada bala que sale del fusil lleva ya su etiqueta. (¡Es cierto, lo he dicho…!)

El amo.- ¡Jacques!

Jacques.- (Es curioso…) Pero bueno, sigo…

El amo.- (No sigas, Jacques, y a ver qué pasa…)

Jacques.- (Sigo, porque a fin de cuentas yo ya sabía de antes que todo estaba escrito… Y porque a lo mejor lo que él quiere es justamente que no siga…)

El amo.- (Ah… eso no lo había pensado… qué maquiavélico… pero y entonces… ¿qué hacemos?)

Jacques.- Lo mejor es hacer lo que uno le apetezca, si puede y que salga el sol por Antequera, perdón, por Avignon… así que os decía que lo de las balas predestinadas es verdad porque sin el balazo en la rodilla que me dieron en la batalla que hubo cuando me alisté para escaparme de casa, posiblemente hoy no sería cojo ni me habría enamorado.

El amo.- ¡¿Estás enamorado?!

Jacques.- Mucho.

El amo.- ¿Y nunca me lo habías contado?

Jacques.- Pues no.

El amo.- ¿Y por qué?

Jacques.- No se. Pregúntaselo a él (por Diderot).

El amo.- Sr. Diderot, por favor…

Diderot.- ¡Yo no estoy! ¡Sigue…! (demonio de personaje)

El amo.- Bueno… (a Jacques) Todo esto es un poco extraño, ¿no te parece?

Jacques.- Cosas más raras he visto.

El amo.- ¿Si? En fin, ya que quieres seguir y a mi me encanta oír tus historias, como ya sabes, adelante: cuéntame tus amores de una vez.

Jacques.- Bien, sentémonos pues un rato y os cuento: el caso es que con la rodilla destrozada me cargaron en una caravana de carros, con otros moribundos y echamos a andar, y yo iba gritando: ¡ay, ay…!

El amo.- Pobre, ¿gritabas mucho?

Jacques.- Mucho: ¡ay, ay, ay! Un dolor impresionante y, de repente, la caravana se detiene, y mi carro está junto a una choza donde en la puerta hay una mujer.

(Aparece la Campesina)

¡Bajadme! ¡Bajadme de aquí! Gritaba yo, porque el soldado que tenía al lado acababa de morir. Así que me bajaron al suelo. Me dolía mucho (ay, ay…!).

Campesina.- Toma (le acerca una botella de vino), bebe algo.

Jacques.- (Bebe y la agarra) ¡No dejes que me suban otra vez, por favor!¡Prefiero morirme aquí mismo que dentro de diez leguas! ¡Por favor, no dejes que me suban…! (Se desmaya).

Campesina.- Yo lo cuidaré. (al Amo) Ayudadme a meterlo dentro.

El amo.- Pero, señora, yo no… yo estaba escuchando… yo no estoy aquí, es decir, según…

Campesina.- Déjese de monsergas y ayúdeme, ¿qué no ve que está herido?

(Lo meten en algún adentro. El amo se retira a un lado. Ella comienza a limpiarle la cara, y la herida).

(Entra el Campesino).

Campesino.- Pero, bueno… ¿y éste quién es?

Campesina.- Un soldado herido.

Campesino.- ¿Y por qué lo has metido aquí?

Campesina.- Me ha suplicado que no dejara que se lo llevaran.

Campesino.- ¿Y por qué te suplica a ti este soldado?

Campesina.- Yo estaba en la puerta mirando la caravana… y me vio…

Campesino.- ¿¡Y qué demonios hacías tú en la puerta!?

Campesina.- Hombre de dios, ¿y qué iba a hacer? Gritaba mucho, el pobrecillo.

Campesino.- Pobrecillo, ¿tú estás loca?!

Campesina.- Ve a buscar un cirujano.

Campesino.- Ni pensarlo, que vaya el niño.

Campesina.- Voy a llamarlo, acaba de limpiarlo tú.

Campesino.- ¿Yo? (¡pero qué demonios hacía esta en la puerta!)

Campesina.- ¡Niño…! ¡Niño…! (a Diderot) ¡Niño, ven, ¿no me oyes?!

Diderot.- ¿Es a mí?

Campesina.- Sí, maese Diderot, es a usted, usted hará de mi niño, no hay dinero para más, qué se le va a hacer, y además hará del mayor, que es un poco despistado, así que: ¡vete corriendo a buscar un cirujano, hijo! Vete primero a la alquería, y si no, al caserío del río. ¡Va, rápido!

El amo.- (A Diderot) ¿Pero, ella le ve?! ¿Cómo es posible que ella le vea y le conozca si usted la ha escrito también a ella, Sr. Diderot…?

Diderot.- ¡Ah! Las mujeres siempre conocen secretos que nosotros ignoramos. Me toca hacer de niño. (Sale corriendo).

El amo.- Todo esto me resulta muy extraño.

Campesino.- Si hubieras ido al molino como te mandé…

Campesina.- Mañana iré.

Campesino.- ¡Era hoy…! ¿Y a qué esperas para aventar la paja que hay todavía en el corral?

Campesina.- Mañana la aventaré.

Campesino.- ¡Era hoy…! ¿Y la cebada del granero? Ni se te ocurrió airearla, claro.

Campesina.- Lo hicieron los hijos.

Campesino.- ¡Eras tú…! Si hubieras estado en el granero, no habrías estado a la puerta, y ahora no tendríamos a este gañán aquí tumbado.

Campesina.- Anda, trae un poco de agua…

Campesino.- (¡pero qué demonios hacía esta en la puerta!) (Sale el Campesino)

Jacques.- (se despierta y la ve) Muchas gracias…

Campesina.- Han ido a buscar un cirujano, no tardará.

(Entra Diderot)

Diderot.- ¡Mamá, mamá! Vienen varios doctores, como moscas a la miel. Pero ¿quién es este señor?

Jacques.- Un soldado al que tu madre acaba de salvarle la vida. Tienes una buena madre.

El amo.- ¡Ah, sinvergüenza! Ya veo por dónde vas…

Jacques.- Creo que veis menos que nunca, señor.

El amo.- Esa fue la mujer de la que te enamoraste.

Jacques.- ¿Y si fuera así, quién me lo podría reprochar? ¡Todo está escrito! ¿Acaso nos enamoramos a voluntad? ¿Si ella se insinuara, podría yo ir contra mi naturaleza?

El amo.- Pero si es así podemos cometer cualquier crimen sin remordimientos.

Jacques.- Esa es una buena objeción, señor, que me ha quitado el sueño más de una vez, pero aún así daos cuenta de que…

Diderot.- No, no, no… perdonadme: no. Sobre este tema se ha hablado mucho en los últimos dos mil años, y podríais seguir otros dos mil, pero no lo voy a permitir. A los escritores, más que lo que dicen, se les agradece siempre lo que nos ahorran. Así que sigamos adelante, por favor.

El amo.- Pero Sr. Diderot, vos nos habéis escrito, ¿no?, así que si divagamos tontamente, o de forma absurda, o como loros, es porque vos sois un escritor tonto, o absurdo o que habla como un loro.

Diderot.- Caramba. Confieso que no esperaba oír semejante frase en tu boca. Perdón, en su boca… no es propia del personaje que yo he escrito…

Jacques.- (Al amo) (Cierto: nunca os había visto con tanto aplomo, señor)

El amo.- (A Jacques) (Es que este Diderot me crispa un poco los nervios…)

Diderot.- Me da que pensar oíros cosas que no recuerdo haber escrito, pero no tenemos tiempo, sigamos. Vos: “¿Qué sucedió a continuación?”

El amo.- “¿Qué sucedió a continuación, Jacques?”

Jacques.- Vinieron cinco doctores, se bebieron el vino de los campesinos, el que más gritaba me sacó la bala, se marcharon, y allí nos quedamos aquella noche, dentro de la choza, el matrimonio -algo achispados- y yo.

Campesino.- Mujer… es que eres demasiado buena…

Campesina.- Dejadme…

Campesino.- Pero mujer, si tú también has tomado vino… no te enfades…

Campesina.- Dejadme, no tengo ganas de jaleo. ¡Con ese pobre hombre ahí al lado!…

Campesino.- ¿Y eso qué importa?

Campesina.- ¡Que nos v a oír!

Campesino.- ¡Y qué!? ¿Para qué tiene el hombre mujer y la mujer hombre?

Campesina.- Pero mañana no le podré mirar a la cara.

Campesino.- Ni falta que hace.

Campesina.- Ni hablar. Si no os estáis quieto, me voy. ¿No veis que puede ser perjudicial hacerlo así, con el alma tan compungida?

Campesino.- Ya te quito yo el compungimiento, pero si tanto te resistes, será peor…

Campesina.- Si no me resisto, ¡pero mira que sois cabezota…! ¡Es que…! ¡Es que…!

Campesino.- ¡Mujer, es que con tanta misericordia nos has fastidiado bien…!

Campesina.- ¡Habla bajo! Que me dejéis…

Campesino.- Ha sido un año malo, el grano está muy caro, casi no hay vino. No hay trabajo y al propietario le da igual, y tú metes aquí a un extranjero que doblará nuestros gastos. ¿Qué vamos a comer, eh? Vamos, mujer, di algo.

Campesina.- No se puede hablar con vos.

Campesino.- Quedaba algo de vino… y esos matasanos se lo han bebido! ¿Y quién le va a pagar al cirujano?

Campesina.- Bien, todo eso es verdad, pero ahora tú, además, quieres hacerme un hijo, como si no tuviéramos bastantes.

Campesino.- ¡Eso sí que no!

Campesina.- ¡Claro que sí!; ¡estoy segura de que me voy a quedar preñada!

Campesino.- Eso es lo que dices siempre.

Campesina.- Y nunca me he equivocado, sobre todo cuando me pica la oreja, y ahora me pica muchísimo…

Campesino.- Mujer, tu oreja no sabe lo que dice.

Campesina.- ¡No me toquéis! ¡Dejad de sobarme la oreja! ¡Quieto! ¿Estáis loco? Luego te pasa lo que te pasa.

Campesino.- No, no, nunca me ha vuelto a dar, desde el día de San Juan. Mujer…

Campesina.- Eres tan insistente… pero dentro de un mes me gritarás como si fuera yo la culpable.

Campesino.- No, no.

Campesina.- Y dentro de nueve meses aún será peor.

Campesino.- No, no.

Campesina.- ¿Tú lo quieres así?

Campesino.- Sí, sí.

Campesina.- ¿Te acordarás?

Campesino.- Sí, sí.

Campesina.- ¿No me dirás lo que otras veces?

Campesino.- No, no…

El amo.- Si, si, no, no… me temo que este hombre se desliza por la senda de la contradicción, que es muy resbaladiza.

Jacques.- Sí, no era muy consecuente, pero era joven y ella, guapa… Nunca nacen tantos hijos como en épocas de miseria.

El amo.- Desde luego: nadie aumenta tanto la población como los miserables.

Jacques.- Pero señor: para ellos es el único placer que no cuesta dinero…

El amo.- Cierto[: si algún día llegara a existir un método seguro de evitar el embarazo, el mundo cambiaría.

Jacques.- Pero seguro que algún obispo se inventaría alguna pega.

El amo.- ¿Por qué?

Jacques.- Porque se quedarían sin el verdadero motivo que justifica la castidad del clero.

El amo.- ¿Que es, según tú?

Jacques.- Evitar la descendencia y la familia del cura, que le disputarían a la Iglesia las propiedades parroquiales.

El amo.- Curiosa teoría, ¿es tuya?

Diderot.- Mía desde luego no es… ¿De dónde la has sacado?!

Jacques.- No se, no recuerdo… la habré oído en algún lado…

Diderot.- Pero eso es imposible: ¡yo te he escrito!?

Jacques.- Puede ser, señor, no lo niego. Apúntelo como un nuevo gran misterio.] Y sigo: parece que entre el sí-si y el no-no aquel hombre halló un quizás, y esa fue la brecha -ciertamente jugosa- por la que se metió, y tan a fondo que tras muchos ruidos, gemidos y suspiros parece que consiguieron, por fin, calmar el picor de oreja de aquella pobre mujer…

El amo.- Y claro, te enamoraste de ella.

Jacques.- No.

El amo.- ¿Cómo que no?

Jacques.- Como que no.

El amo.- ¿No fue esa la mujer de la que te enamoraste?!

Jacques.- No. Nunca he dicho semejante cosa.

El amo.- ¿Pero y entonces para qué me cuentas toda esta historia? Llevamos aquí un buen rato con la campesina, la puerta, su maldita oreja y qué se yo…

Campesina.- (Saliendo) (Un poco de respeto, ¿eh?)

Campesino.- (Saliendo) (Señorito de mierda…)

Jacques.- ¿Por qué me tendría que haber enamorado? Me imagino que las que oyen bien son dadas a escuchar muchos discursos.

El amo.- Eso es muy probable: yo creo que en general las mujeres son malas.

Jacques.- No exageréis, yo creo que la mayoría son buenas.

El amo.- Tal vez, pero son bobas, por término medio.

Jacques.- Yo conocí, fijaos, a un mayor número de listas.

El amo.- Curioso, pero si algo las define está claro que es su falsedad.

Jacques.- A mí me desarma su gran sinceridad.

El amo.- Virtud que no consigue hacernos olvidar su avaricia y su interés…

Jacques.- …ni tampoco su generosidad y su entrega.

El amo.- Admitirás que no hay charlatanas como ellas.

Jacques.- Son locuaces quizás, pero discretas.

El amo.- Son hipócritas, no me lo negarás.

Jacques.- Les gusta jugar, más son directas.

El amo.- Son ignorantes, como mulas.

Jacques.- Las que traté yo eran cultas.

El amo.- ¿Y libertinas no eran?

Jacques.- Honestas, aunque sensuales.

El amo.- ¡Para mi están todas locas!

Jacques.- Yo las encuentro cabales.

El amo.- Y por dentro, son muy feas…

Jacques.- Bellas por dentro y por fuera.

El amo.- ¿No las encuentras pequeñas…?

Jacques.- No: son grandes.

El amo.- ¡¡Jacques!! ¡No soporto que me lleves siempre la contraria! ¡Señor Diderot! ¿Esto lo habéis escrito vos o no?!

Diderot.- Si, esta parte es mía, afortunadamente (ya me empezaba a preocupar), y, además, me gusta cómo queda.

El amo.- ¡Ah, además estáis satisfecho de ella! ¿Y cuál es la conclusión de esta fastidiosa discusión que nos hacéis tener, si puede saberse!?

Diderot.- Que ambos tenéis razón.

El amo.- …ah… bueno,menos mal… me estaba sintiendo en inferioridad de condiciones… como si yo fuera el malo, ¿me entendéis?

Diderot.- …os entiendo…

El amo.- Pues no me gusta. Y vos, naturalmente, sois el culpable de que yo sea como soy y no de otra forma cualquiera… ¿verdad?

Diderot.- Pudiera ser…

El amo.- Pues a ver si de ahora en adelante me escribís de otra manera.

Diderot.- ¿Os estáis rebelando contra vuestro creador? Podría haceros desaparecer en el acto de esta historia…

Jacques.- Adelante, hacedlo.

El amo.- ¡Jacques…!

Jacques.- (Al amo) Confiad en mí, es un farol.

Diderot.- ¿Por qué creéis que no podría hacerlo, Jacques?

Jacques.- Podríais hacerlo. Pero no lo haréis.

Diderot.- ¿Por qué?

Jacques.- Respondeos vos mismo. Aunque más tarde, ya que siempre tenéis prisa.

Diderot.- Lo pensaré. Y vos, Señor, respetadme aunque sea un solo un poco. Y ahora…

El amo.- Perdonad, señor Diderot, os respeto, pero quería hacer constar que mi misoginia tiene sus razones…

Diderot.- Que luego contaremos.

El amo.- ¿Ah, si?! ¿Esa historia está incluida…?

Diderot.- Si.

El amo.- Vaya. ¿Y creéis que es oportuno?

Diderot.- Si.

El amo.- Es duro ser un personaje.

Jacques.- Es duro ser, pero también hay partes blandas, ¿seguimos?

Diderot. Si. Y ya que hablamos de mujeres quiero que oigáis una instructiva historia.

El amo.- ¡Pero yo quiero oír los amores de Jacques!

Diderot.- Después.

El amo.- ¿Lo juráis?

Diderot.- Si.

El amo.- ¿Juráis que antes de que acabe esta historia, Jacques me contará sus amores?

Diderot.- Lo juro.

El amo.- Bueno, entonces adelante… ¡vos sois el amo!

Jacques.- ¿Y quién nos la va a contar?

Diderot.- Nada más fácil…

Escena 2ª

Diderot.- Veréis: “Tras la discusión, Jacques y su amo continuaron su viaje en silencio y por la noche llegaron a la posada del Gran Ciervo…”

El amo.- Grand Cerf, en francés… es más señorial.

(Entra la posadera)

Diderot.- Gracias; “…donde les atendió una posadera… de edad mediana…”

Posadera.- Hombre…

Diderot.- “…aunque realmente se mantenía muy fresca y lozana, para la edad que tenía…”

Posadera.- Y dale…

Diderot.- “…de tal modo que, en resumidas cuentas, no aparentaba más de veinte años.”

Posadera.- Bueno. (Ahí se ha pasado un poco, pero mas vale que sobre que no que falte).

Diderot.- “Tras una suculenta cena, y cuando su marido se fue a dormir, la bella posadera se dispuso, como habían convenido, a contarles una historia real sobre una mujer muy especial. La posadera comenzó así…”

Jacques.- Eh… perdón, señor Diderot.

Diderot.- ¿Qué pasa ahora?

Jacques.- Tras una suculenta cena, cerca de la chimenea, en la posada, con la bella -y joven- posadera… ¿no falta algo?

(Diderot mira a la Posadera)

Posadera.- (En voz alta) Ninón, sácanos un par de botellas de vino. Pero de las escondidas, no de las que ofrecemos a los clientes. Mi Ninón es una muchacha estupenda, y muy rápida…

(Entra Ninón con botellas de vino y vasos. Beberán durante toda la escena).

Ninón.- Dos botellitas de lo mejorcito para los amigos de mi patroncita.

Jacques.- Muchas gracias, Ninón la rápida.

Ninón.- De nada. (Al amo) ¿Deseais algo mas, señor?

El amo.- No, gracias Ninón.

Ninón.- Pedidme lo que necesitéis. (Sale Ninón)

Diderot.-¿Así está bien?

Jaques.- Perfecto. No me atrevía a pedírselo a ella porque no tengo confianza.

Posadera.- A vos no os habría hecho caso.

Jacques.- Mis peticiones valen tanto como las de cualquier otro.

Posadera.- No sois vos el que fijáis el precio.

Jacques.- Prefiero que lo fijéis vos a que lo fijen otros… (con segundas a Diderot)

El amo.-Jacques, callaos de una vez y dejad que hable madame.

Posadera.- Gracias: no hay nada que me guste más que contar historias. Y nada que me guste menos que ser interrumpida. Nuestra historia comienza con un marqués disipado, galanteador, mujeriego e incrédulo en la virtud femenina.

Jacques.- Lógico.

Posadera.- Señor, me estáis interrumpiendo.

Jacques.- No hablo con vos, señora posadera del Grand-Cerf.

Posadera.- El marqués, sin embargo, topó con una mujer excepcional: Madame de La Pommeraye, una viuda, noble, rica y orgullosa que le llevó a romper con todas las demás para dedicarse sólo a ella. De tal modo la persiguió que, ayudado por la juventud, la pasión, la soledad, la necesidad de ternura, en fin, todo eso que nos encandila… Madame de La Pommeraye acabó sucumbiendo y haciendo feliz al marqués, no sin antes exigirle los más solemnes y eternos juramentos de amor, como es costumbre. Fue una relación apasionada hasta que, al cabo de algunos años, el marqués comenzó a sentir que la vida junto a ella se le hacía monótona. Ya sabéis: silencios, rutinas, perezas… Así pues la marquesa presintió que ya no la amaban y un día, después de cenar…

(Entra el Marqués, rascándose la cabeza y bostezando)

Marqués.- mmh…

Posadera.- Os veo distraído, querido marqués.

Marqués.- También vos lo estáis, señora de la Pommeraye.

Posadera.- Si; e incluso melancólica.

Marqués.- ¿Qué sucede?

Posadera.- Nada.

Marqués.- Vamos, marquesa, decídmelo; así os aburriréis menos, y yo también.

Posadera.- ¿Os aburrís?

Marqués.- No; pero es que hay días…

Posadera.- Ya… ¿En que sentís que me aburrís a mí, tal vez?

Marqués.- ¿Por qué decís eso?

Posadera.- Hace tiempo que debo haceros una confidencia; pero temo afligiros.

Marqués.- No os creo capaz.

Posadera.- Mucho me lo temo, pero lo que ha sucedido ha sido sin mi consentimiento, es como una maldición a la que todas estuviéramos condenadas…

Marqués.- ¡Ah!, ha sucedido algo… Decidlo sin miedo… ¿De qué se trata?

Posadera.- Pues… No, no puedo, no quiero haceros daño.

Marqués.- Hablad. ¿No acordamos que nos abriríamos el alma sin reservas?

Posadera.- Si… Y eso lo hace más difícil: veréis, todas las noches me pregunto: ¿ha cambiado? No. ¿Le sospecho alguna relación reprochable? No. ¿Ha disminuido su ternura? No. ¿Y por qué, entonces, mi corazón ha mudado tanto…?

Marqués.- ¡Qué me estáis diciendo!

Posadera.- Lo sabía, marqués, ¡no me reprochéis!… O sí: hacedlo. Pero ¿no sería peor si me lo callara? Vos sois el mismo, pero yo no: os estimo igual que antes; pero… no puedo ocultarme que mi amor ha muerto. Es espantoso, soy una inconstante, ¡podéis cubrirme de insultos, y los aceptaré todos…! salvo el de mentirosa, cosa que no soy.

Marqués.- No, no… ¡Querida! Sois una mujer incomparable y muy superior a mí. Vuestra honradez me avergüenza. Y por eso, en este momento, sería un monstruo si no correspondiera a vuestra sinceridad confesándoos que la historia de vuestro corazón es idéntica a la del mío. Todo cuanto os habéis reprochado, yo también me lo reproché; pero callaba, como un cobarde…

Posadera.- Miradme a los ojos: ¿es eso cierto, amigo mío?

Marqués.- Os lo aseguro: no lo digo por evitaros sufrimientos, creedme.

Posadera.- Os creo.

Marqués.- ¿Y no creéis, entonces, que debemos alegrarnos por haber cambiado de sentimientos a la vez?

Posadera.- ¿Vos os alegráis?

Marqués.- ¡Mucho! ¡para mí es una felicidad inmensa saber que sentís lo mismo que yo!

Posadera.- ¡Sería terrible si vuestro amor siguiera viviendo después de morir el mío!

Marqués.- O que yo hubiera dejado de amaros primero.

Posadera.- Si, eso también lo sería.

Marqués.- ¡Es maravilloso! Nunca os he visto tan amable y tan bella: si no desconfiara de mi mismo creería amaros más que nunca. ¿No estais contenta?

Posadera.- Si, mucho. ¿Y cuál es el siguiente paso, marqués?

Marqués.- Volveremos a la sociedad y seremos libres. Nos haremos confidentes de nuestras conquistas, si las hay, aunque en mi caso lo dudo, pues me habéis hecho muy exigente. Seremos los mejores amigos. ¡No es maravilloso!? ¿Y quién sabe, en el futuro, lo que puede suceder…?

Jacques.- Eso no lo sabe nadie.

El amo.- (O Diderot, como mucho.)

Jacques.- (Yo creo que ni siquiera él.)

Diderot.- Yo se todo lo que pasa en vuestra historia, señor Jacques, convenceos.

Jacques.- No estoy tan seguro, señor Diderot.

Diderot.- Es normal que no lo estés, así te he escrito.

Posadera.- (Volviendo a ellos) Se me distrae el auditorio. ¿No les interesa ya la historia?

El amo.- Nos interesa, no sólo la historia, si no también la historiadora. Y mucho.

Jacques.- Brindo por ella. Saber contar bien es un arte que admiro profundamente.

Posadera.- Ea, Jacques, hagamos las paces.

Jacques.- Encantado. Mi religión no me permite estar en guerra con mujeres que han sido tan hermosas.

El amo.- ¡Qué han sido!? ¡Jacques, eres una bestia! ¡Que lo son ahora!

Jacques.- Claro, señor, eso salta a la vista. Pero yo la comparaba con ella misma de joven.

Posadera.- Tiene razón, ya no valgo gran cosa, desde que me casé… ¡pero hubo un tiempo en que se me rodeaba la cintura con una sola mano…! En fin, dejemos a un lado las cabezas que se trastornaron por mí, y volvamos a la historia.

Jacques.- De acuerdo en que dejemos a un lado las cabezas, pero antes brindemos por ellas, o mejor por la salud de la mía.

Posadera.- Con mucho gusto, pues muchas fueron, contemos o no la vuestra.

Jacques.- Contadla, pues así parece que está escrito… (con segundas también hacia Diderot).

Diderot.- (No os quejaréis, supongo…)

El amo.- Seguid con la historia, por favor, señora posadera, y no les hagáis caso.

Posadera.- Y bien: cuando se fue el Marqués, la marquesa de la Pommeraye casi se muere de dolor, pero esos momentos no los voy a describir para no envanecer a los hombres. Sin embargo unos días más tarde recobró la suficiente calma para comenzar a planear su venganza. Porque era una mujer vengativa.

El amo.- Ya me empieza a dar miedo.

Posadera.- Y aún no la conocéis. Veréis: recordó a una joven muy bella e inocente caída en desgracia hacía poco tiempo, y mandó a sus criados que la buscaran y se la trajeran. Y en pocos días la tuvo allí…

(Entra Mmlle. D’Aisnon)

Posadera.- Mi querida niña. ¡Caramba: os encuentro verdaderamente encantadora! Sentaos, y permitidme ir directamente al grano. Supe de la muerte de vuestra madre y de la ruina de vuestros asuntos económicos. ¿Puedo pediros que me digáis con total sinceridad en qué situación os encontráis ahora?

La D’Aisnon.- Si queréis la verdad, ejerzo un oficio antiguo, infame, peligroso, poco lucrativo, y que me repugna; pero no tengo alternativa. Sabéis que mi madre intentó colocarme en la ópera, por mi figura, pero no tengo una gran voz, así que me promocionó entre varios magistrados y nobles… pero al cabo de una temporada todos me abandonaban. Mi cuerpo y mi rostro les gustaban, pero al poco tiempo, no se por qué, todos se aburrían.

Posadera.- Sois demasiado buena. No tenéis talento para el libertinaje. Al principio deslumbráis, pero luego tanta luz acaba por irritar. Podían poseeros, pero nunca alcanzaros, allá donde sea que vivís, vos y vuestro espíritu. Seguid.

La D’Aisnon.- Mi madre murió, y yo he acabado trabajando en una casa de juego donde los clientes que lo desean pueden quedarse por la noche con alguna de nosotras

Posadera.- ¿Dónde?

La D’Aisnon.- En la calle Hambourg.

Posadera.- No es muy conocida.

La D’Aisnon.- No.

Posadera.- ¿Deseáis seguir en esta situación?

La D’Aisnon.- ¡No! Daría lo que fuera por poder cambiar de vida.

Posadera.- Yo os lo puedo ofrecer, ¿aceptaríais?

La D’Aisnon.- ¡Naturalmente!

Posadera.- Pero debéis prometerme acatar las órdenes rigurosas que os daré.

La D’Aisnon.- Os lo prometo.

Posadera.- ¿Y me obedeceréis en todo lo que yo crea conveniente?

La D’Aisnon.- Lo haré.

Posadera.- Bien: regresad a casa, y vended todas vuestras propiedades, incluidas las ropas llamativas. Mañana irán a buscaros para llevaros a vuestra nueva residencia. Vais a cambiar de vida. Viviréis, modestamente, con una señora a mi servicio a quien presentareis a todos como vuestra tía. Iréis a misa todos los días, no paseareis nunca ni recibiréis a nadie, hilareis, bordareis, leeréis libros devotos y viviréis con la máxima austeridad, pero sin papanatismos. Esto no durará mucho, unos meses. Si os parece que este sacrificio os sobrepasa, decídmelo ahora; no me ofenderé.

La D’Aisnon.- Lo haré.

Posadera.- Bien. Deberéis familiarizaros también con la palabrería mística, con la Biblia, para que os juzguen devota de toda la vida. Debéis haceros amiga del párroco, y no dejéis, a la menor ocasión, de afirmar que Voltaire es el Anticristo y los filósofos demonios. Todos los gastos correrán a mi cargo, nos comunicaremos en secreto, y si tenemos éxito, nunca más os haré falta. Si fracasamos y no es culpa vuestra, os aseguro un destino mejor y más honesto que el que ahora tenéis. Pero, sobre todo: sumisión absoluta a mi voluntad, sin la cual no hay trato alguno. ¿Está claro?

La D’Aisnon.- Lo está.

Posadera.- Entonces en marcha.

La D’Aisnon.- Hasta pronto, Marquesa.

Posadera.- Adiós, mi querida niña, ah, y sobre todo no vayáis a caer en la devoción de tanto simularla.

El amo.- Dios me libre de toparme con hembra semejante.

Jacques.- Pues yo brindo a la salud de la Madame de la Pommeraye.

Posadera.- Yo también.

Jacques.- Y también a la salud de esa joven que está melancólica por tener que cambiar cada noche de amante.

Posadera.- Me gustaría veros a vos en ese trabajo. No creo que entonces hablarais con tanto humor. No sabéis el suplicio que es cuando no se ama.

Jacques.- Brindo por las mujeres valientes.

Posadera.- Brindemos.

Jacques.- Señora posadera, ¿amáis a vuestro marido?

Posadera.- No mucho.

Jacques.- Pues debo entonces compadeceros por la buena salud que muestra.

Posadera.- No es oro todo lo que reluce.

Jacques.- Pues brindo por la reluciente salud de los maridos.

Posadera.- Bebed vos sólo, amigo mío.

El amo.- Jacques, Jacques, calma, no tan deprisa.

Posadera.- No os preocupéis: el vino es bueno, mañana ni lo notará.

Jacques.- Brindemos entonces por el vino que calienta las noches sin dejar huellas.

Posadera.- Adelante, nuestra bodega es tan grande como vuestro corazón. (En voz alta) Ninón, saca más vino. Yo sigo con la historia… (Va a situarse)

El amo.- (A Diderot) (Eh, señor Diderot: ¿os parece edificante mostrar a vuestro personaje en plena embriaguez?)

Diderot.- Por supuesto. El culto a la botella es uno de los más antiguos del mundo, tanto o más que el de la Sibila de Delfos, y ha sido cultivado por muy distinguidos seguidores durante toda la historia…

Jacques.- El espíritu santo bajó a la tierra en forma de botella, eso es algo demos, demost… Caramba. Demostrado. Y hay que decir que la botella tiene más templos que ninguno de esos dioses rivales -y que sus seguidores, desde luego, dicen la verdad con más frecuencia que los de ellos…- eso es algo indiscuti, indiscutid… Caramba. Indiscutible.

Diderot.- ¿Veis?

El amo.- No tiene mérito daros la razón con vuestros propios personajes.

(Entra Ninón con más vino)

Jacques.- Bienvenida, Ninón, portadora del vino sagrado robado por el oscurantismo durante más de mil años para sus sangrientas ceremónias. Ponme un poquito.

Ninón.- ¿Así? ¿Más? ¿Más aún…? ¿Y vos, Señor, queréis?

El amo.- Por favor, Ninón.

Ninón.- Es un verdadero placer. (Va a salir Ninón)

Diderot.- Un momento… por favor, Ninón… (Ninón le sirve y sale)

El amo.- Este escritor se emborracha con su propia historia…

Posadera.- Desearía seguir con la mía, si me atendéis.

Jacques.- Perdonad, hermosa señora. Somos todo oreja. Oídos, mejor, que la oreja se puede prestar a confusión.

Posadera.- Durante tres meses la Marquesa le demostró al Marqués la mayor mistad y confianza. Cuando -cada vez más de tarde en tarde- venía a visitarla siempre era bien recibido: nunca un reproche, nunca un sermón: una perfecta amiga, a la cual hacer confidencias…

Marqués.- …fue visto y no visto: Sophie saltó de mi cama al vestidor en un salto de pantera y en ese momento su padre apareció en la puerta: ah, creí oír voces femeninas, y yo: no… era yo, que ensayaba el papel de castrati. La, la lí, lo, lo… (ríen).

Posadera.- Ah, Marqués, me alegra comprobar que no habéis perdido vuestro buen humor, y me alegra comprobar que seguís viviendo las cosas buenas que nos ofrece este mundo.

Marqués.- No tan buenas como las que disfrutaba con vos.

Posadera.- Bueno. ¿E iréis a la fiesta de Fontaineblau?

Marqués.- Aún no se, pero y vos: ¿no tenéis ninguna confidencia que hacerme?

Posadera.- No.

Marqués.- ¿Y aquel conde bajito que tanto os perseguía, querida amiga?

Posadera.- Le cerré la puerta en las narices.

Marqués.- ¿Y por qué?

Posadera.- Porque no me gusta.

Marqués.- ¡Ah, Señora! Creo que os he descubierto: todavía me amáis.

Posadera.- Pudiera ser.

Marqués.- Y aguardáis que vuelva, atesorando pruebas de virtud.

Posadera.- ¿Eso pensáis?

Marqués.- De modo que si volviera guardaríais silencio sobre mis errores y doblaríais vuestro mérito.

Posadera.- Me creéis demasiado delicada y generosa.

Marqués.- Después de lo que habéis hecho, os creo capaz de todo.

Posadera.- Me gusta que opinéis así.

Marqués.-Estoy seguro que corro un gran peligro junto a vos, mi querida amiga.

Jacques.- Y yo también.

El amo.- Silencio.

Posadera.- Un día la Marquesa decidió poner en marcha su plan. Así que lo arregló todo para que se produjera un encuentro casual con la joven y su tía…

(Entra La D’Aisnon)

La D’Aisnon.- Sr. Diderot, lo siento, le ha vuelto a tocar. Tiene que hacer de tía.

Diderot.- ¿Otra vez? ¿Estás segura?

La D’Aisnon.- Si. No hay más remedio.

Diderot.- Bueno. Vamos a allá.

El amo.- Señor Diderot, no entiendo que vos entreis y salgais de nuestra historia haciendo otros papeles cuando os lo pide una mujer…

Diderot.- Las mujeres siempre han hecho lo que han querido, de mí y de mi obra. Además, los filósofos enfrentamos los misterios pero no siempre los resolvemos. Perdonadme, me toca hacer de tía.

El amo.- Tiene respuesta para todo. ¡Jacques! modérate un poco.

Jacques.- ¿Por qué? Está escrito… Y muy bien escrito, además…

Posadera.- Señor Marqués, perdonadme, creo que conozco a estas damas… ¿Sois vos, Madame D’Aisnon?

Diderot.- Sí, soy yo, Madame de la Pommeraye.

Posadera.- ¿Y qué tal estáis!? ¿Qué ha sido de vos después de tanto tiempo?

Diderot.- Ya supisteis de nuestra desgracia, hemos tenido que resignarnos a abandonar la sociedad y vivir retiradas, como corresponde a nuestra menguada fortuna.

Posadera.- ¡A mí no debeis abandonarme! Yo siempre he sabido lo dañina que es la vida de sociedad…

Diderot.- Lo sabemos, pero la desgracia inspira desconfianza. El pobre siempre teme ser importuno.

Posadera.- ¡Eso no es justo! A mí no podéis importunarme.

La D’Aisnon.- Yo soy inocente; cien veces se lo dije a mi tía, pero ella contestaba: ni siquiera Madame de La Pommeraye se acuerda ya de nosotras.

Posadera.- No es cierto, señora, yo no os he olvidado. Sentémonos. Éste es el marqués des Arcis, un buen amigo; su presencia no debe cohibiros. ¡Cómo ha crecido vuestra sobrina! ¡Y cada día es más hermosa!

Diderot.- Sí. Es nuestra ventaja: carecer de todo lo que daña la salud. Mirad su rostro, sus brazos…, se lo debe a la vida austera, al sueño, al trabajo y a la tranquilidad de conciencia; no es poca cosa…

Marqués.- Mientras no sea demasiada.

La D’Aisnon.- No, señor Marqués, no nos aburrimos.

Diderot.- La vida interior, con sus misterios, y sus pasiones y sus retos, puede acabar por ser más apasionante -a veces- que la exterior. Aunque un justo equilibrio tal vez sea lo mejor.

Marqués.- A algunos nos cuesta más que a otros encontrar ese equilibrio.

Posadera.- Cuantas más opciones más difícil la elección, querido amigo.

La D’Aisnon.- Yo creo que lo importante no es buscar el equilibrio, si no la justicia interior que seguramente acabará trayéndolo. Perdón…

Diderot.- Has hablado bien, sobrina, no te sonrojes.

Jacques.- Brindo por las mujeres melancólicas que son buenas actrices.

El amo.- Anda, trae, que no quiero dejarte sólo.

Jacques.- Vos no podéis dejarme sólo.

El amo.- ¿Por qué?

Jacques.- No sabríais qué hacer sin mí.

El amo.- Estas un poco borracho, amigo mío…

Jacques.- Gran observación. Y brindo de nuevo por la hermosa posadera. De quien también podría enamorarme, si no lo estuviera ya de otra persona…

El amo.- Brindemos y dejémosla seguir.

(Diderot y La D’Aisnon se levantan)

Posadera.- ¿Ya os vais?

Diderot.- (a la Posadera) (Debemos acudir a la iglesia a las ocho) Adiós a ambos, ha sido una charla muy agradable.

Posadera.- Adiós entonces, aunque yo espero que sea un hasta pronto.

La D’Aisnon.- Adiós.

Marqués.- Hasta pronto.

(Se alejan)

Marquesa: ¿quiénes son estas mujeres?

Posadera.- Dos seres más felices que nosotros. ¿Os habéis fijado en la serenidad y la franqueza de sus rostros…? ¡Pero en qué estaré pensando, se me ha olvidado darles mi dirección! Tomad, acercádsela, os lo ruego, y preguntadles la suya…(le da una tarjeta).

Marqués.- Señoras, perdonad. Madame de la Pommeraye me ruega os entregue su dirección, y os suplica tengáis a bien darle a conocer la vuestra…

Diderot.- Decidle a Madame de la Pommeraye que consideramos extremadamente gentil por su parte obsequiarnos con su dirección, pero que de ninguna manera abusaremos de su amabilidad cargándole con la nuestra.

Marqués.- Me permito insistir en su nombre.

Diderot.- Gracias, marqués, pero no insistáis. Adiós.

(Salen)

Marqués.- Adiós.

Posadera.- ¿Os la han dado?

Marqués.- No. Aceptaron la vuestra, pero no quisieron abusar de vuestra gentileza dándoos la suya.

Posadera.- ¿Veis? Esa delicadeza es algo imposible de ver en nuestros círculos.

Marqués.- ¿No iréis a convertiros en una mujer piadosa?

Posadera.- ¿Quién sabe? Ved a esa joven.

Marqués.- ¿Si?

Posadera.- En nuestro medio, con esa figura nadie pasa estrecheces si quiere aprovecharla, y puede hacerlo, porque su madre le buscó protectores: pero ella no quiere, es firme como una roca. Y su tía es igual: prefieren una honrada mediocridad a una riqueza vergonzosa. A mí me resulta admirable.

Marqués.- Tal vez.

Posadera.- Y además la veo y me hace sentir vieja, ¿os fijasteis en ella?

Marqués.- Cómo no.

Posadera.- ¿Y qué os pareció?

Marqués.- La cabeza de una virgen en el cuerpo de una Venus.

Posadera.- ¡Visteis su mirada, qué modestia!

Marqués.- Y su porte.

Posadera.- Y su conversación me ha sorprendido en una muchacha de su edad. Ahí tenéis los resultados de una buena educación.

Marqués.- Cuando se ejerce sobre una materia prima de extrema calidad…

(El Marqués se aleja)

Jacques.- Si esto continúa así, ese marqués no saldrá bien librado.

El amo.- Mucho me lo temo. Y si tú sigues así, también.

Jacques.- Señor, un vino de esta calidad no puede hacer daño a nadie, ¿verdad, señor Diderot?

Diderot.- Lo pensaré. Tal vez lo haga o tal vez no…

Jacques.- (al amo) (Teníais razón, también a mí me crispa los nervios).

Posadera.- Desde ese día el Marqués volvió a visitarla con frecuencia, cosa que ella advirtió sin decir nada ni mencionar nunca a sus amigas, tema que el Marqués, sin embargo, siempre sacaba -y donde ella hundía el anzuelo un poco más. Le dijo que rechazaron su ayuda, porque su honradez y su moralidad eran intachables. Le dijo que se negaban a venir a su casa, por su reputación, y que a él ni siquiera aceptarían recibirle…

…aunque vuestras intenciones sean tan desinteresadas y compasivas como seguramente son, ¿verdad, Marqués?

Marqués.- No os burléis de mí, señora. Si es una jovencita a la que no he visto más que una vez…

Posadera.- Sí. Pero es de esas pocas que con una sola vez basta.

Marqués.- Es cierto que no me olvido de su rostro.

Posadera.- Andaos con cuidado: prefiero advertiros que consolaros. No confundáis a esa joven con las que tratáis normalmente. No podréis seducirla, ni tentarla: no conseguiréis nada de ella.

Marqués.- Acabo de recordar que tengo un negocio urgente que arreglar esta misma tarde. Disculpadme, y hasta pronto, querida amiga.

Posadera.- El Marqués no volvió a aparecer durante un mes, y cuando lo hizo vino destrozado: delgado, con ojeras, nervioso…

¿Qué os sucede? ¿Os veo un poco desmejorado?

Marqués.- Desesperado

Posadera.- ¿Desesperado!?

Marqués.- Sí, por desesperación me he convertido primero en un libertino y luego en un monje trapense, pero no puedo más: estoy obsesionado por ese ángel. Necesito volver a verla, y tiene que ser a través vuestro. Hice que las vigilaran, pero sólo van a la iglesia… y yo no he faltado a una sola misa en los últimos quince días! Estoy desesperado. ¿Me ayudaréis?

Posadera.- No se…

La Marquesa se hizo de rogar, claro, pero al final aceptó organizar una comida con ellas en la que él aparecería casualmente, y no tardó mucho en hacerlo, pues ya sabéis que las mujeres somos muy diligentes…

(Se sientan Diderot y La D’Aisnon con la Posadera)

Posadera.- Recordad no excedeos en lo piadoso, pero tampoco en lo mundano. Y vos, querida niña, ¿cuál es ese gesto que hacéis cuando estáis pensativa, así con la lengua un poco sobre el labio…?

La D’Aisnon.- ¿Este?

Posadera.- ¡Exacto!

La D’Aisnon.- ¿O éste?

Posadera.- ¡No! Con ese parecéis una zorra vieja y libidinosa. (Risas)

La D’Aisnon.- Libidinosa soy, señora, y el Marqués me parece un hombre atractivo… Pero no os preocupéis: no os defraudaré.

Posadera.- Confío en vuestra inteligencia, ya que puedo empujar mucho por vos, pero en distintas direcciones.

La D’Aisnon.- Quedaos tranquila, señora… ¿Podría preguntaros una cosa?

Posadera.- Depende. Probad.

La D’Aisnon.- ¿Qué perseguís exactamente con esta aventura?

Posadera.- Esa pregunta no podéis hacérmela, querida. Tened paciencia.

La D’Aisnon.- La tendré. Y no dudéis de mi.

Posadera.- Creo que ahí llega el Marqués. Contadme qué dijo el padre en ese sermón tan famoso.

(Entra el Marqués)

La D’Aisnon.- Y entonces el padre dijo: sólo la Iglesia ha recibido la verdad directamente del Creador y puede interpretarla, en cambio: ¿qué han recibido los filósofos? Palabras, palabras y palabras.

Posadera.- ¡Señor Marqués…! ¡Qué sorpresa! ¿Qué hacéis aquí….?

Marques.- Perdonadme… Acabo de llegar de viaje sin avisar en mi casa y pensé que sería un honor almorzar con vos… pero creo que será mejor que me vaya.

Posadera.- Un momento. Quedaos. Mis invitadas comprenderán que la hospitalidad me obliga a rogarles que acepten un nuevo comensal, el cual goza, además, de toda mi confianza.

Diderot.- Seríamos unas desalmadas si contrariásemos vuestros deseos, señora. Bienvenido, Marqués. (Se sienta) Hablábamos de la Iglesia y los filósofos.

Marqués.- Ah, es como hablar del día y de la noche.

Diderot.- No exactamente, porque la noche siempre oscurece al día: ¿creéis acaso que los filósofos acabarán por apagar la luz de la Iglesia?

Marqués.- Eh, bueno… yo creo que la luz del amor es inextinguible y no habrá nadie que pueda apagarla…

Posadera.- Continuad, por favor, Marqués, es fascinante oíros.

Marqués.- Si, porque… incluso los filósofos, cuando pregonan la oscuridad, no hacen sino buscar la luz verdadera, y si es voluntad del señor que la encuentren, desde luego la encontrarán… algún día.

Diderot.- ¿Opináis entonces que los filósofos son inocentes y que es culpa de dios, que los mantiene a oscuras con algún fin que no podemos comprender?

Marqués.- Mm… No. El hombre no es inocente, nunca. ¿No nos dio dios el libre albedrío…?

Diderot.- Sí. ¿Entonces?

Marqués.- Entonces…

La D’Aisnon.- Perdonadme, yo creo que lo que pierde al hombre son las pasiones, que obnubilan ese libre albedrío, pero a la vez son su fuerza, porque el amor a dios debe ser apasionado…

Marqués.- Tenéis razón.

La D’Aisnon.- …así que lo fundamental no es evitar el sentir pasiones, aún las oscuras…

Marqués.- Cierto.

La D’Aisnon.- …si no conducirlas por el lado correcto, y ahí es donde interviene la voluntad, no sólo la de dios, sino la nuestra.

Marqués.- Bravo. Yo no lo hubiera dicho mejor. ¿Y qué pasión creéis vos que es la más peligrosa?

La D’Aisnon.- El amor, dicen, yo no lo se. Y también la curiosidad.

Marqués.- No os equivocáis. Creo que habéis dado a vuestra sobrina un educación exquisita, os felicito sinceramente.

Diderot.- No es mío todo el mérito…

Posadera.- Cierto, me consta que ella es una buena alumna.

Diderot.- Y además la educación no acaba nunca, ¿no creéis?

Marqués.- Por supuesto, por ejemplo, en el tema de las pasiones y la voluntad, así como en el del amor a dios, el aprendizaje es constante.

Posadera.- Me gustaría mucho conocer alguno de vuestros últimos aprendizajes sobre el amor a dios, Marqués.

Jacques.- (¡Qué mala es!)

Marqués.- He aprendido que se puede amar a dios a través de sus criaturas, y amándolas a ellas, amarlo a Él, al comprender que puede crear ángeles, que son testimonios de su amor por nosotros, pecadores.

Posadera.- No os conocía esta profundidad teológica, señor.

Marqués.- Dios nos inspira deseos de mejora de las formas más inesperadas.

La D’Aisnon.- Así lo creo yo también, Marqués.

Marqués.- ¿Os sucede algo en el labio, Mademoiselle D’Aisnon?

La D’Aisnon.- No, no…

Jacques.- Esa Marquesa es una arpía.

El amo.- Bueno, el Marqués no se queda corto, y es todo culpa suya: le juró fidelidad eterna y ahí lo tienes, babeando por una jovencita.

Jacques.- ¡Señor! Es imposible jurar sobre lo que no tenemos poder, como nuestro corazón. Ella es mala.

El amo.- No es así: debemos tener poder sobre aquello que juramos.

Jacques.- Hipócrita.

El amo.- ¡Jacques! ¿Cómo te atreves!?

Posadera.- No seáis simples los dos: ella sufre igual que él o más, y lo que prepara para los dos es un infierno.

Jacques.- Luego es una demonia, ¿veis?: lo que yo decía.

El amo.- En todo caso un demonio.

Jacques.- Para la Iglesia las mujeres no tienen categoría ni siquiera para eso, pero para mí, si (¿o será para Diderot?, ¡ya no lo se!): pero es una demonia.

El amo.- Basta. Déjale que siga.

(Diderot y La D’Aisnon salen)

Posadera.- ¡Bueno! Marques, no encontraréis otra mujer que haga por vos lo que yo.

Marqués.- Así es. Vuestra bondad es incomparable y sois mi única amiga.

Posadera.- ¿Estáis seguro de conocer también el precio exacto de mis esfuerzos?

Marqués.- Sería un monstruo de ingratitud si no lo hiciera.

Posadera.- Cambiemos de tema. ¿Cómo está vuestro corazón?

Marqués.- Si queréis que os sea sincero: o poseo a esa muchacha, o me muero.

Posadera.- Sin duda la poseeréis, pero hay que averiguar de qué manera.

Marqués.- Lo averiguaré.

Posadera.- Os aviso: creo que con vuestras técnicas no conseguiréis nada…

Pero aún así el Marqués la persiguió durante dos meses, sobornó a su párroco, le envió cartas y no consiguió nada, salvo una reprimenda de la Marquesa. Durante otro mes se dedicó a la tía, la aduló, la tentó y acabó ofreciéndole mucho dinero y un cofre de joyas, y tampoco consiguió nada.

El amo.- ¿No quiso aceptarlo?

Posadera.- Ella sí, pero la Marquesa lo prohibió, naturalmente, y volvió a reprenderle…

…¡Marqués, el amor os corrompe! ¿Qué os han hecho esa pobre muchacha? ¿No os basta verla en la miseria? ¿Es necesario que os transforméis en su verdugo, sólo porque es virtuosa y quiere seguir siéndolo?

Marqués.- Perdonadme, tenéis razón.

Posadera.- Os prohíbo que toméis ninguna nueva iniciativa, respecto a mis amigas, sin mi consentimiento.

Marqués.- Permitidme una última tentativa: ofrecerles una renta vitalicia, con eso podrían hacer mucho bien a quién quisieran…

Posadera.- Intentadlo; pero las conozco y creo que no conseguiréis nada.

(Se aleja el Marqués, entran La D’Aisnon y Diderot)

La D’Aisnon.- ¡Marquesa! ¡He recibido esta oferta increíble! Nunca pensé que llegaría a tanto. Ese hombre…

Posadera.- ¡Callad y dadme esa carta! (lee) … una renta anual de… eso es casi la mitad de las suyas… la finca de la Rue Travessiere… en propiedad perpetua… ¡las tierras de Ducqnoi…! Os está ofreciendo casi la mitad de su fortuna…

La D’Aisnon.-¿Y…?

(La Marquesa piensa)

Posadera.- No. No es suficiente.

La D’Aisnon.- ¡Por favor, señora! Para mí esto es más de lo que nunca había soñado, y…

Posadera.- ¡Y qué!? ¿Imagináis acaso que lo estoy haciendo por vos? ¿Quién sois vos? ¿Qué os debo?

La D’Aisnon.- Nada, ¿pero para qué llegar más lejos? Ese hombre me ama…

Posadera.- ¡Amar! ¡A vos?! Ese hombre desea vuestro cuerpo y le excita vuestra dificultad, pero no os ama más que a un cangrejo. Sois una estúpida. Y recordad que con una sola palabra mía esta historia se termina y volvéis a dónde estabais, así que rechazad inmediatamente esa oferta.

La D’Aisnon.- Pero…

Posadera.- ¡Rechazadla!

Diderot.- La marquesa sabe lo que se hace, querida niña, confiad en ella.

La D’Aisnon.- Sí, señora… (Salen Diderot y La D’Aisnon)

Jacques.- No es una demonia, es Lucifera misma.

El amo.- Mucho me temo que nuestro marqués acabará casándose con una ramera.

Jacques.- Si está escrito, así será, pero me intriga el final de todo esto.

El amo.- ¿No te lo estoy diciendo? Se casará con una furcia.

Jacques.- La diferencia entre vos y yo es que para vos eso es el final. Y para mí, no.

El amo.- ¿Te parece poco desastre para finalizar la historia?

Jacques.- Callaos…

El amo.- ¡Jacques!

Jacques.- …y veamos que es lo que alguien ha escrito.

Posadera.- Desesperado por el nuevo rechazo el Marqués, para arrancarse su pasión, partió a un viaje del que volvió a los tres días, decidido a…

Marqués.- Estoy decidido a cometer la mayor estupidez que un hombre como yo puede cometer. Me caso.

Posadera.- …así que al poco tiempo ella -naturalmente- aceptó, el compromiso se hizo público, se firmó el contrato y el matrimonio se consumó.

Jacques.- ¡Qué intriga y qué venganza! ¡Y qué mujer más perra!

El amo.- No más que ese Marqués.

Jacques.- Tonterías. ¿Y qué pasó luego? Me hubiera gustado ver la noche de bodas.

Posadera.- La noche de bodas parece que fue realmente excelente, pero al día siguiente Madame de La Pommeraye mandó venir al Marqués por un asunto urgente…

(El Marqués se presenta ante la posadera)

Posadera.- Marqués, aprended a conocerme. Si las demás mujeres tuvieran suficiente carácter los individuos como vos serían menos frecuentes. Vivíais con una mujer honesta y no supisteis conservarla; me he vengado casándoos con una esposa digna de vos. Su tía es sólo una dueña a mi servicio y, en cuanto a ella, id a la calle Hambourg y allí os dirán qué repugnante oficio ejerció vuestra mujer durante varios años. Fuera.

(El Marqués se retira vacilante y ella queda perdida en el infinito…)

Diderot.- En este momento creo que será mejor que siga yo… (yo también me se la historia) El Marqués fue a la calle Hambourg y luego vagó desesperado por la ciudad. Esa misma noche, tras maldecir a su joven mujer, partió sin decir dónde iba y estuvo fuera quince días durante los cuales ella no dejó de llorar. Mil veces estuvo a punto de huir, pero no lo hizo, y varios médicos tuvieron que atenderla pues sufría continuas crisis de ansiedad. Finalmente volvió el Marqués, se encerró en su despacho y la mandó llamar…

(El Marqués y la joven se encuentran)

 

La D’Aisnon.- [1] Creo que vuestra justa cólera se ha calmado, y quizá con el tiempo podáis perdonarme. Hay ya tantas honradas muchachas convertidas en mujeres deshonestas, que quizá yo pueda ser un ejemplo de lo contrario.

Posadera.- (Madame de la Pommeraye aparece junto al Marqués) Es una puta, señor Marqués.

La D’Aisnon.- No soy digna de que os acerquéis a mí, pero esperad, mantenedme alejada de vos, observad mi conducta y juzgadla. Nunca dudaré en presentarme ante vos, como ahora, y miraros a los ojos y hablaros.

Posadera.- Siempre os hablará una puta, señor Marqués.

La D’Aisnon.- ¡Si pudierais leer en el fondo de mi corazón! Algo sé de mí misma y por simple justicia debo deciros que nací digna del honor de perteneceros. ¡Ay! De haber sido yo libre y valiente para hablaros, hubiera bastado una palabra… pero no lo hice.

Posadera.- Pero la gente lo hará, señor Marqués, NADIE os lo perdonará nunca.

La D’Aisnon.- Señor, haced conmigo lo que os plazca; llamad a vuestros criados: que me desnuden y me arrojen a la calle: a todo me conformo. Todavía no habéis perdido irremisiblemente la felicidad, y podréis olvidarme…

Posadera.- Nunca podreis olvidar que habeis perdido la dignidad, señor Marqués.

Marqués.- Levantaos. Os he perdonado ya: os aseguro que jamás oiréis una palabra que os humille si tenéis presente, como yo lo tengo ahora, que no se puede provocar la infelicidad en un hombre sin hacer infeliz también a la mujer. Sed consciente, sed dichosa y conseguiréis que también yo lo sea. Levantaos…

La D’Aisnon.- No, no puedo…

Marqués.- Levantaos, os lo ruego, esposa mía, y abrazadme.

La D’Aisnon.- ¿Esposa…?

Posadera.- ¡Es una prostituta!

Marqués.- Marquesa, no es ése vuestro lugar; levantaos, madame des Arcis…

Posadera.- ¡Una prostituta jamás será una marquesa!

(Abrazo)

La D’Aisnon.- Es preciso que todo esto sea cierto, y que yo no me lo crea nunca.

Marqués.- Lo es, y no me arrepiento de nada; la pobre Pommeraye, en lugar de vengarse, me ha hecho un favor. (A la Posadera) Gracias, madame de la Pommeraye.

Posadera. Nunca lo conseguiréis. Siempre será una prostituta… siempre…

Marqués.- Adiós. (A su mujer) Vestíos, querida esposa, mientras preparan vuestro equipaje. Salimos hacia mis tierras, donde residiremos hasta poder regresar a París sin malas consecuencias para vos y para mí…

Posadera.- …siempre, Marqués…

Escena 3ª

Posadera.- Y desde entonces han pasado tres años.

Jacques.- Y apostaría a que les han parecido tres días, y hoy son una de las parejas más felices del mundo.

Posadera.- Así es. Y yo me despido porque es tarde y debo madrugar.

Jacques.- (A la posadera) (No os acostéis…)

Posadera.- (a Jacques) (Aquellos días pasaron, señor Jacques) Que pasen los señores una buena noche.

El amo.- Gracias por vuestra historia, que habéis narrado maravillosamente, y hasta mañana, hermosa señora.

Jacques.- Hasta mañana…

(Sale la posadera)

El amo.- ¿Qué secretitos te traes con la posadera?

Jacques.- Sólo os los contaré cuando sean historia.

El amo.- Bueno. Me da igual…

Jacques.- Me alegro. ¿Sabeis? Creo que Ninón os mira bien.

El amo.- ¡Ninón! Imbécil, es una criada.

Jacques.- Perdón. Yo les miro otras cosas.

El amo.- Idiota. Y sabes, Jacques, yo no me creo el final de esa historia. Esa joven es tan falsa y despreciable como las demás. Nunca dudó, nunca tuvo un remordimiento, se burló de todos, así que concluyo que es una sucia demonia y una arpía, por usar tu lenguaje.

Jacques.- No sabéis lo que decís. ¿Y lo injusto de su situación? ¿Y el trabajo que hacía? ¿Y quién sabe lo que piensa en el fondo?

El amo.- Tú tampoco lo sabes.

Jacques.- No, pero me enternece…

El amo.- Es igual de arpía que Madame de la Pommeraye.

Jacques.- ¡Madame de la Pommeraye no es ninguna arpía!

El amo.- ¡Pero si llevas toda la noche llamándola de perra para arriba!

Jacques.- Pero he cambiado de opinión. Pobrecilla. Todo le sale mal. Imagináosla: cuarentona, abandonada, solitaria, sabiendo que nunca más podrá creer en nada positivo: su destino es el más triste de todos.

El amo.- ¡Pero eso no cambia lo abominable de su comportamiento!

Jacques.- Os equivocáis. No sabéis nada.

El amo.- ¿Nada de qué?

Jacques.- Nada de nada. Y menos de mujeres.

El amo.- ¡No te tolero que me hables así!

Jacques.- Me da igual.

El amo.- Jacques, eres un insolente. Te he dado un trato que no te corresponde, pero soy muy capaz de volver a ponerte en tu sitio. Coge tu botella y vete abajo.

Jacques.- Podéis decir lo que queráis, señor; estoy bien aquí y no pienso irme abajo.

El amo.- Te digo que te vayas.

Jacques.- Estoy seguro de que no lo decís en serio. Después de vivir diez años como compañeros…

El amo.- Se acabó.

Jacques.- Después de diez años de aguantar mis tonterías…

El amo.- Ya no las aguanto.

Jacques.- Después de sentarme a vuestro lado, de llamarme vuestro amigo…

El amo.- No sabes lo que eso significa entre amo y criado.

Jacques.- Después de comprender que todo lo que hacéis es inútil si no lo ratifico yo; de haber unido tanto vuestro nombre al mío que todos dicen Jacques y su amo… (y por ese orden) ¡ahora queréis separarlos! No, señor. Está escrito allí arriba que siempre se dirá Jacques y su amo. ¿Verdad, señor Diderot…?

Diderot.- Yo no digo nada: la Historia debe hablar por sí sóla…

El amo.- Este es más hipócrita que yo, pero ya le ajustaré las cuentas, y tú eres un traidor ¿Y sabes lo que te digo?: que te vayas abajo, Jacques, y ahora mismo, porque tu amo lo ordena.

Jacques.- Si queréis que os obedezca, señor, ordenad otra cosa.

El amo.- Bajad.

Jacques.- No bajaré.

El amo.- ¡Que bajes, majadero, obedece!

Jacques.- ¡Tan majadero como queráis, pero el majadero no bajará!

El amo.- Baja.

Jacques.- No bajo.

El amo.- ¡Baja!

Jacques.- ¡No bajo!

(Entran la posadera y Ninón)

Posadera.- ¿Qué pasa aquí? ¿sabéis la hora que es?

Ninón.- ¿Estáis bien?

El amo.- ¡Baja, mamarracho!

Jacques.- No bajo, señor.

El amo.- ¿Habrase visto?!

Posadera.- ¡Por favor, señores! ¿Qué sucede?

Ninón.- (Al amo) Calmáos, Señor, tenéis demasiado carácter…

El amo.- ¡Déjame en paz!

Jacques.- Es mi amo, que ha perdido un tornillo; está loco.

El amo.- ¿Por qué no dices mi amo es estúpido?

Jacques.- Como prefiráis.

El amo.- ¿Veis, es el colmo de la insolencia!?

Posadera.- Pero se equivoca; tengamos paz. Hablad, para que sepa de qué se trata.

El amo.- Díselo tú, majadero.

Jacques.- Decídselo vos.

Posadera.- Ea, señor Jacques, hablad; al fin y al cabo un amo es un amo…

Jacques.- Mi señor dice que tanto la Marquesa de la Pommeraye como la reciente Señora des Arcis son unas arpías.

Posadera.- ¿Y qué? Tú decías lo mismo de la Marquesa hace un instante.

Jacques.- Pero he cambiado de opinión, y por ello se ha enfadado y no quiere admitir que no sabe nada sobre las mujeres. Y a caballo de ese enfado ha ordenado a su amigo Jacques que se vaya a dormir al establo, cosa a la que yo me niego.

El amo.- Se lo he ordenado a mi criado Jacques, no a mi amigo, y tiene que obedecerme.

Ninón.- Es justo…

Jacques.- No pienso hacerlo.

Posadera.- Un momento. Ninón: cállate. Me interesa mucho conocer vuestras opiniones sobre las mujeres, y creo que también puedo solucionar la cuestión del amigo y del criado. Pero depende de vosotros: ¿me aceptáis como árbitro, caballeros?

Jacques y su amo.- Si.

Posadera.- ¿Y me dais vuestra palabra de honor de que acataréis la sentencia?

Jacques y su amo.- Si.

Posadera.- Entonces decreto que -dada la hora que es, el horario de la juez y el estado de los reos- la vista tendrá lugar mañana al mediodía. Que ambos expondréis los motivos de vuestras opiniones sobre las mujeres y luego pronunciaré mi fallo. Y ahora, mando que el amo se acueste en la cama del señor, y que Jacques se busque un sitio adecuado de este lado para hacer lo mismo, y de inmediato. ¿estáis de acuerdo?

Jacques.- ¿Y no podría mejor irme a dormir con vos?

El amo.- (Será burro).

Posadera.- Denegado.

Jacques y su amo.- Está bien…

Posadera.- Así me gusta, señores, vamos, Ninón, buenas noches.

Ninón.- Buenas noches.

Jacques y su amo.- Buenas noches.

(Salen la posadera y Ninón)

(Se ponen los camisones y el amo se acuesta. Jacques deambula preparándose un jergón y apurando el vino restante)

El amo.- ¿Se puede saber qué estás haciendo, criado?

Jacques.- Me preocupo por los bienes de nuestra posadera.

El amo.- ¿Qué dices?

Jacques.- Me inquieta profundamente que un vino tan bueno pueda ponerse agrio.

El amo.- Borracho. Mañana tienes que estar lúcido para explicar tu posición.

Jacques.- Siendo vos el oponente no tendré que esforzarme mucho.

El amo.- Deslenguado. De todo esto tiene la culpa ese maldito Diderot, seguro.

(Aparece Diderot por algún lado)

Jacques.- Es posible. Pero esta noche no la ha escrito del todo mal, eh… el final puede mejorarse…¡Míralo! Tengo que hablar un poco contigo, amigo…

Diderot.- Tal vez, pero no en este momento.

Jacques.- ¿¡Por qué no!?

Diderot.- Está escrito que te mueres de sueño y que estás borracho, así que me da la impresión de que en breve te caerás al suelo de narices…

Jacques- ¡Hombre, de narices no…! (Se cae y empieza a roncar)

Diderot.- …y te quedarás profundamente dormido.

El amo.- ¡Eh! ¿Y también está escrito que ronca?

Diderot.- Así me temo.

El amo.- Pues estamos arreglados.

(Oscuro, salvo Diderot)

Diderot.- También pensé en que se cayera de culo, pero tengo hernia de espalda y no me gustan nada las caídas de culo, ni se las deseo a nadie, así que se cayó de narices y yo continúo. Y como en la síntesis está la virtud del pensamiento, os diré que la noche pasó como un suspiro y los dos borrachos durmieron hasta el mediodía, en cuyo cenit entró la posadera, y su ayudante…

Escena 4ª

 

(Entran la posadera y Ninón, trayendo una bandeja de desayuno)

 

Posadera.- Arriba, señores, es la hora. ¿habéis dormido bien?

Ninón.- Buenos días, señor. Os he traído el desayuno…

El amo.- Buenos días, señora. Gracias, Ninón. He dormido bien. ¿Se ha despertado Jacques?

Ninón.- Hasta luego, Señor. (Ninón deja el desayuno y sale).

El amo.- Adiós, adiós…

Posadera.- Señor Jacques, abra un ojo al menos. Vuestro amo os reclama.

El amo.- Quiero que bajes al establo ahora mismo.

Jacques.- Mmh.

Posadera.- Vamos, señor, es la hora de aclarar vuestros problemas, así que aclarad antes vuestra mollera.

Jacques.- Denise.

Posadera.- ¿Cómo?

Jacques.- Denise.

Posadera.- (Al amo) Menciona el nombre Denise. ¿Os dice algo ese nombre?

El amo.- No. Seguro que es alguna de las mujeres que han pasado por su lecho.

Posadera.- ¿Y pasaron muchas por su lecho?

El amo.- No se, algunas, parece. Antes de llegar a esta posada me estaba contando la historia de su amor, pero el señor Diderot no le dejó acabarla…

Diderot.- Tened paciencia, señor, os prometí que os la contaría.

El amo.- No me fío de vos.

Diderot.- Tampoco yo de vos, la verdad.

El amo.- (Todo el mundo se propasa conmigo en esta historia…!)

Posadera.- ¿Así que está enamorado el señor Jacques?

El amo.- Eso afirma. Aunque eso no le impidió haceros proposiciones ayer noche.

Posadera.- Estaba demasiado borracho como para que se lo podamos tomar en serio.

El amo.- Sois demasiado buena.

Posadera.- ¿Y vos? ¿Por qué tenéis tan mala opinión de las mujeres?

El amo.- Tengo la que tengo que tener. Es una vieja historia…

Posadera.- ¿Tal vez vuestra primera experiencia?

El amo.- Si.

Posadera.- Contádmela. Para decidir sobre vuestro juicio, tengo que conocerla. ¡Señor Jacques! Vuestro amo va a comenzar su historia, ¡despertad!

El amo.- Shh, no hace falta que él la oiga, realmente…

Posadera.- ¿Os avergüenza…? Bueno: empezad y ya le haremos un resumen de lo que no llegue a oír… (os he traído el desayuno).

El amo.- Veréis, fue hace quince años, era muy joven, acababa de morir mi padre, dejándome dueño de toda su fortuna, que era grande, y yo tenía entonces un amigo íntimo, Saint-Ouen…

(Entran el Caballero de Saint-Ouen y Ágata, cuchicheando)

…un gentilhombre arruinado, que me había presentado a Ágata, una amiga suya muy hermosa, de la que yo estaba prendado y a la que comencé a cortejar haciéndole grandes regalos, tanto a ella como a su familia, unos burgueses comerciantes…

(Saint-Ouen se aproxima al amo)

Caballero.- Querido amigo, malas noticias: los padres de Ágata sospechan de vuestra relación y me envían a deciros que si tenéis buenas intenciones las hagáis públicas, pues sería un honor acogeros en su familia, pero si no estáis dispuesto, os ruegan que dejéis de visitarla, para evitar los comentarios de la gente.

Jacques.- (levantando la cabeza) ¡Cuidado! Ese amigo vuestro es un sinvergüenza, se le ve en la cara…

Posadera.- Buenos días, señor Jacques.

El amo.- Vaya por dios, te has despertado. Baja al establo.

Jacques.- No bajo.

Posadera.- Os prohíbo empezar con eso.

El amo.- Tienes suerte, la justicia te protege. Pero espero que no pienses interrumpirme todo el rato, como es habitual en ti.

Jacques.- Pero si vos también lo hacéis, señor.

El amo.- Ya, ¡pero yo soy el amo!

Posadera.- Os prohíbo empezar también con eso. (A Jacques) Ahí está el desayuno, comed y callad.

Caballero.- ¿Bueno? ¿No me hacéis caso? ¿Qué decidís? ¿Os casaréis con ella?

El amo.- No, evidentemente dejaré de verla.

Caballero.- ¿¡Dejar de verla!? ¿Pero no la amabais?

El amo.- Mucho, pero tengo familia, una posición y algunas ambiciones que no pienso malograr en casa de unos comerciantes de medio pelo.

Caballero.- ¿Queréis que se lo diga así mismo?

El amo.- Como prefiráis, pero no lo entiendo. Mil veces me han dejado a solas con ella, se pasea en el coche del primero que llega, tú mismo frecuentas la casa como quieres… ¿A qué viene ahora esta súbita preocupación por su honor?

Caballero.- ¿Entonces no la amáis?

El amo.- Estoy loco por ella y se nota en lo que llevo gastado!, pero no iré a los pies del cura. Y si acepto seguir viéndola, será con la seguridad de que en el futuro no será tan esquiva conmigo.

Jacques.- (¡Bien dicho! ¡Valiente por una vez!)

El amo.- (A Jacques) Baja al establo.

Jacques. (Al amo) No bajo

Posadera.- (Silencio)

Caballero.- Pero querido amigo: ¿Ágata se muestra esquiva con vos?

El amo.- La verdad es que cuando me la presentasteis me disteis unas esperanzas que hasta ahora no se han cumplido…

Caballero.- ¿Pero nada de nada?

El amo.- Nada.

Caballero.- Caramba. ¿Entonces nunca os ha dado ocasión?

El amo.- Ya veis…

Caballero.- ¡Es que vos sois demasiado honesto…! Demasiado tierno, vuestra delicadeza es… superlativa…

Jacques.- (Le está llamando imbécil…)

El amo.- (A Jacques) Cállate y baja al establo.

Jacques.- (Al amo) No bajo.

Posadera.- (Silencio) (¡Sois como niños!)

Caballero.- ¿Seguro que no habéis dejado pasar buenas ocasiones, amigo mío? A veces hay que ser más atrevido…

El amo.- ¿Y por qué os interesa tanto este tema? ¿Habéis tenido relación con Ágata?

Caballero.- Si, perdonadme, os lo confieso. Hace tiempo, pero cuando vos llegasteis dejó de hacerme ningún caso. Ahora soy sólo un buen amigo suyo.

Jacques.- Señor, es un sinvergüenza que está intentando endosaros a su amante delante del notario, para seguir compartiendo con vos vuestra futura esposa… (esto está muy bueno, posadera)

El amo.- ¡Jacques! ¡No lo aguanto! Primero me interrumpes…

Jacques.- Lo siento, señor… pero ya sabéis que está escrito…

El amo.- ¡…por vuestro amigo Diderot, que os da siempre la mejor parte!

Jacques.- No es mi amigo, y creo que se limita a describir la realidad, señor…

Diderot.- ¡No sigais por ahí!, por favor, y hacedlo con la historia: señor, enfadáos con Jacques.

El amo.- ¡Eso es fácil! ¡Jacques, con esa demostración de estúpida inteligencia, ahora no tengo más remedio que callarme! ¿Te das cuenta?!

Jacques.- ¡Pero mi amo…!

El amo.- ¡Malditos sean los inteligentes, y los escritores de cosas, y…! (Entra Ninón) ¡Qué queréis vos ahora!?

Ninón.- Perdón, Señor, venía a ver si necesitábais algo.

El amo.- Que os vayais, gracias.

Ninón.- (¡Qué carácter!) Me voy, pero si me necesitáis, cualquier día, en cualquier momento, volved a llamarme. (Sale)

Jacques.- Calmáos, señor, pero comprended que no podéis dejarnos con la historia a medias, ¿verdad, señora?

Posadera.- Eso es cierto…

El amo.- Este individuo hace de mí lo que le da la gana…

Jacques.- (a la posadera) (Si fuera sólo yo, que al menos le quiero…)

El amo.- (A Jacques) Anda ya y baja al establo.

Jacques.- (Al amo) No bajo.

El amo.- ¡Maldita sea!

Posadera.- (Seguid)

El amo.- Mantuve mi palabra y pasé quince días sin verla…

¡No podré hacerlo, dios mío!

Caballero.- Has de aguantar y ser valiente. Si vuelves sin ser llamado estás perdido.

El amo.- ¿Pero y si no me llama?

Caballero.- Ya te llamará.

El amo.- ¿Y si tarda en llamarme?

Caballero.- No tardará. ¡A un hombre como tú no se le olvida tan fácilmente! ¿Qué prefieres? ¿Ser el amo o el esclavo? Para serte sincero, te has comportado con cierta brusquedad; pero a lo hecho, pecho.

El amo.- ¿Y dices que lloró!?

Caballero.- Más vale ella y no tú.

El amo.- ¿Pero y si no me llama?

Caballero.- Lo hará. Cuando voy a visitarles, su familia no tarde en hablar de ti: ¡después de todo lo que hicimos por él! ¡Para que luego os fiéis de los hombres…!

El amo.- ¿Y Ágata?

Caballero.- Ágata me dice: ¿entendéis algo? Estaba convencida de que me amaba… pero se ve que me he equivocado… Y luego llora… (el amo llora también) ¡Pero bueno! No volveré a decirte nada… Y voy a ver qué puedo hacer…

Jacques.- Es un sinvergüenza peligroso…

[(Sale Ágata y se reúne con el Caballero. El amo no los ve).

Ágata.- ¿Qué tal vuestro amigo?

Caballero.- Aunque no quiere casarse, se derrite por que le llaméis nuevamente.

Ágata.- Que se derrita, es un pelmazo.

Caballero.- ¡Ágata! Un pelmazo que puede hacernos ricos con sus regalos. Escribidle, y sed amable con él.

Ágata.- Tal vez lo haga. ¿Y vos, qué decidís?

Caballero.- Necesito algo más de tiempo.

Ágata.- Pues no queda mucho. Tú verás. Adiós. (Salen)

 

Jacques.- (Veis: ¡vive con dos lobos y no se entera! ¡No tiene malicia!)

Posadera.- (Silencio)]

Jacques.- (Eh, señor Diderot… ¿por qué le habéis escrito así?)

Diderot.- (Por vos)

Jacques.- (¿Cómo?)

Diderot.- (Jacques, y su amo.)

Jacques.- (¿Queréis decir que tengo yo la culpa de que sea como es?)

Diderot.- (Yo no se nada de culpas. Como mucho, de causas y efectos)

Jacques.- (¿Y yo soy la causa…?)

Posadera.- (¡Silencio, por favor, señor, continuad!)

El amo.- En fin, tenía razón el caballero y Ágata me escribió una carta reprochándome mi abandono, así que volví al cortejo con renovadas esperanzas de que en breve ella cedería a mis deseos…

Caballero.- ¿Ya? ¿Cayó? ¿Algún progreso?

El amo.- Todavía no. Anoche me dijo que estaba muy cansada.

Caballero.- ¡Señor…!¡Insistid un poco, caramba! Sois demasiado bueno…

El amo.- ¿Y a vos qué más os da? Parecéis más impaciente que yo mismo.

Caballero.- Es que me preocupo por vos.

Jacques.- ¡JÁ! Ya lo creo que está impaciente.

Posadera.- ¡Silencio!

[El amo. ¿Ah, sí? ¿y por qué lo crees?

Jacques.- Porque… ah, no, no, perdón… malditos los inteligentes: no pienso decirlo.

El amo.- Me alegro de que no me chafes la historia nuevamente. ¿Y vos, posadera?

Posadera.- Solo abrí la boca para pedir silencio en los últimos diez minutos. No podéis reprocharme nada.

El amo.- ¿Y vos?

Diderot.- ¿Yo? Callado.

El amo.- Así me gusta.

Posadera.- A mí también. Y vos nada de establo. Seguid.]

El amo.- Al día siguiente Saint-Ouen vino a verme a primera hora con un coche, y me propuso salir a almorzar al campo. Nunca se había mostrado tan hablador, tan amistoso y tan sincero. Ni tan generoso con el vino. Me contó toda su vida con pelos y señales y al final dijo…

Caballero.- Y aún sabiendo que no soy bueno, sólo hay una cosa en toda mi vida de la que de verdad me arrepiento… Y que a veces no me deja dormir.

El amo.- ¿Qué es? Confesaos. Seguro que es poca cosa.

Caballero.- No, es imperdonable. ¡Yo, el caballero de Saint-Ouin, una vez engañé a un amigo!

El amo.- ¿Y cómo sucedió?

Caballero.- Ambos frecuentábamos la misma casa donde vivía una jovencita, como Ágata; de la que él estaba enamorado, pero yo era el elegido; él se arruinaba comprándole regalos pero era yo quien gozaba de sus favores. Y nunca me atreví a confesárselo; pero os juro que si alguna vez vuelvo a verle, se lo diré todo, porque es algo que me oprime el corazón.

El amo.- Y haréis bien, caballero.

Caballero.- ¿Me lo aconsejáis?

El amo.- Por supuesto: sin dudarlo.

Caballero.- ¿Y cómo suponéis que se tomará la cosa mi amigo?

El amo.- Si es amigo vuestro, y honrado, encontrará una excusa para vos: le conmoverá vuestra sinceridad y os abrazará.

Caballero.- ¿Así lo creéis?

El amo.- Si.

Caballero.- ¿Y eso es lo que vos haríais en su lugar?

El amo.- Sin duda alguna…

Caballero.- Pues abrazadme, amigo mío.

El amo.- ¡Cómo! ¿Soy yo…?

Caballero.- Sí, amigo mío; pero no os tomo la palabra: haced lo que tengáis que hacer…

El amo.- ¡Sois un asqueroso infame!

Caballero.- Es cierto. No volváis a mirarme, maldecidme, abandonadme a mi dolor… lo que he hecho es indigno y despreciable.

El amo.- ¿Y Ágata es un zorra!?

Caballero.- ¡Ah, amigo mío! ¡Si supierais cómo me dominaba esa desvergonzada!

El amo.- ¡Lo que habéis hecho es repugnante!

Caballero.- Tenéis razón. Yo era honrado y ahora me he rebajado a un papel ruin.

El amo.- Creí que erais mi amigo.

Caballero.- Lo he sido, aunque no me creáis, y me gustaría serlo todavía… si supierais cuántas veces os miraba y tenía que volver la cabeza! por vergüenza…Es increíble que nunca lo notarais…

El amo.- Y esa mujer es peor de lo que se rumoreaba.

Caballero.- Mucho peor. Juega conmigo y con todos.

El amo.- ¿Ah, si?

Caballero.- Sí, no creáis que soy el único. Estoy casi seguro de que hay más.

El amo.- ¡Cuánto lo siento!

Caballero.- Bien podéis burlaros, se que he sido un imbécil y un juguete, pero ya la conocéis, es tan hermosa, tan fresca, tan dulce, tan suave… que hasta hoy no me he sabido resistir. Yo no soy como vos, un alma pura. Pero se acabó. No volveré a verla. Esa mujer ha terminado para mí.

El amo.- ¿Habláis en serio?

Caballero.- Os lo juro.

El amo.- Tal vez me he apresurado a juzgaros…

Caballero.- ¡No! Tenéis razón. Soy un infame. No volveré a verla, pero lo que he hecho merecería la horca.

El amo.-Bueno, tampoco exageréis.

Caballero.- ¡Que no exagere! Sois una persona extraordinaria, ¿sabéis? Comparado con vos soy un repugnante batracio.

El amo.- Dejémoslo en lagartija despreciable.

Caballero.- ¡Y además bromeáis! Me estáis dando una lección que no se me olvidará en la vida. Vuestra calma, vuestra filosofía… estáis muy por encima de mí…

El amo.- Mientras no os caiga en la cabeza. ¿Sabéis qué os digo? Que os perdono.

Caballero.- ¡Señor! Creo que yo no hubiera tenido generosidad suficiente para hacerlo, sois admirable, y os lo digo con toda la sinceridad de la que soy capaz.

El amo.- Ea, caballero, no se hable más. Por una vulgar buscona no vale la pena preocuparse. Brindemos a nuestra salud.

Caballero.- A la vuestra, aún no me atrevo a miraros a los ojos.

El amo.- Como queráis, pero brindad conmigo. Y lo importante es no volver a ver nunca más a esa Ágata y a su horrible familia.

Caballero.- Brindo por ello. Aunque sinceramente me irrita marcharme sin venganza. Ha jugado con ambos, os ha robado, ha abusado de mi pasión, os ha traicionado… ¿Y sabéis lo que más me desespera?

El amo.- ¿El qué?

Caballero.- Que no hayáis gozado sus favores, que es lo único que os podría compensar de todo lo que habéis hecho por ella.

Jacques.- Ya se le ve el plumero. Sr. Diderot, le habéis dado muy malos compañeros

Diderot.- Por eso luego lo junté con vos.

Posadera.- (Silencio)

El amo.- Bueno… Olvidaos de todo eso y bebamos. Ágata es joven, fresca, atractiva, suave, ¿no? Tiene un cuerpo maravilloso, y una piel dulcísima… supongo que era demasiado para pensar en un amigo.

Caballero.- Desde luego, si el encanto y el placer atenuasen el delito, yo sería el más inocente de la tierra…

El amo.- Un momento, caballero, retiro parte de lo dicho: quiero poner una condición para perdonaros.

Caballero.- ¿Qué queréis que haga? Decídmelo y lo haré.

El amo.- ¿Decís que Ágata es muy sensual?

Caballero.- ¡No os podéis hacer una idea!

El amo.- Pues mi condición es que traigan otra botella y que me cuentes con detalle una de tus noches con ella. Y luego te perdonaré.

Jacques.- (¡Que pasión la de este hombre porque le cuenten cuentos!)

Posadera.- (Es que vuestro amo es un soñador)

Jacques.- (Demasiado bien lo se).

Caballero.- Estoy dispuesto, pero…

El amo.- ¿Pero?

Caballero.- ¿Y si en lugar del relato de una noche os proporciono la noche misma?

Jacques.- (Ahí está, ya le clavó el anzuelo).

El amo.- ¿Una noche con Ágata? Eso me parecería estupendo.

Caballero.- Pues puede hacerse. Mirad: estas son las llaves de su casa. Todas las noches -en absoluto silencio- entro, subo a sus aposentos, me desnudo en el vestidor y ella me espera en la cama. El cuarto está completamente a oscuras, y como está la familia cerca, nunca hablamos nada.

El amo.- ¿Y me cederíais vuestro lugar?

Caballero.- Por supuesto. Es indigno de un caballero, pero es un castigo justo para ella. Debemos vengarnos. ¿Qué os parece la idea?

El amo.- ¡Fantástica! ¡Estoy dispuesto, vamos allá! ¿Es ya la hora?

Diderot.- El reloj corrió como nunca y en menos de lo que se tarda en contarlo estaban ya bajo su puerta. (Se ve a Ágata en su lecho)

[El amo.- ¡Estoy contento! Jacques, ya que me voy la cama con Ágata, bájate tú al establo.

Jacques.- Suerte en la cama con Ágata, señor, pero no bajo al establo.

Posadera.- Caballeros, así no hay manera, por favor.

El amo.- Perdonadme, es un cabezota. Ya sigo…]

Caballero.- Silencio. Esas son sus ventanas. Esa luz indica que todo está bien y que me espera. Podéis subir.

El amo.- ¡Gracias, amigo! ¡Es un favor muy grande el que me hacéis! Os lo agradeceré eternamente.

Caballero.- Estoy seguro. Un momento. Se me ocurre otra idea: ¿y si subimos los dos?

El amo.- ¿Cómo?

Caballero.- Entramos juntos. Yo espero en el vestidor, mientras vos ocupáis mi lugar… y cuando lo consideréis conveniente me hacéis una seña y me sumo a la fiesta…

El amo.- ¡Amigo mío vicioso! Esa venganza me parece magnífica y muy divertida … pero comprended que prefiero reservarla para alguna de las noches siguientes.

Caballero.- ¡Ah, ya entiendo! Planeáis vengaros más de una vez.

El amo.- ¿No os parece bien?

Caballero.- Me parece perfecto. Andad, y sobre todo, mucho silencio. Que tengáis una buena noche.

El amo.- La mejor de mi vida, espero.

(El amo se desnuda y se desliza hasta la cama de Ágata, quien lo abraza entre las sábanas. El Caballero le dice algo al oído a Diderot)

Diderot.- Fue el hombre más feliz del mundo durante un rato -o dos-, porque realmente Ágata era fresca, en todos los sentidos, pero de repente se abrieron las puertas de la habitación, trajeron las luces y entró un gran gentío dando voces: (Diderot hace los diversos personajes. Jacques y la posadera se acercan también a la cama donde Ágata y el amo se tapan con las sábanas) “¡Dios mío, qué vergüenza, mi hija en la cama con un señor amigo de la familia! ¡Mi hiija!”; “Calma, mujer, que todo se arreglará!”; “¡Qué lástima de prima!”; “¡Qué nieta más ladina!”; “¡Qué sobrina libertina!”; “¡Qué zorra es mi cuñada!” “Señores: esto es delito flagrante, no hay duda, soy el comisario pero no me maten a los reos que no por eso lavarán la mancha”; “’¡Mi hiija una Mesalina…!” ;“Calma, mujer”; “Vamos, señor: se os ve muy a gusto, pero también estaría bien si os vestís un poquito y me acompañais a prisión…” “¡Mi hiija! ¡Qué le castren, que le castren…!”

Jacques.- ¡A prisión! ¿Os encerraron?

[El amo.- ¿Bajarás al establo?

Jacques.- ¡No!

El amo.- Pues tampoco respondo yo.

Posadera.- ¡Dejad de comportaros como críos! Por favor, señor, de vos esperaba otras maneras.

El amo.- Tienes suerte de que esté aquí la posadera. Sigo.] (Vistiéndose) Me encerraron durante el proceso. Afortunadamente no tuve que casarme, porque la reputación de Ágata era muy conocida, pero me costó una fortuna. A Saint-Ouen, que fue el que hizo la denuncia, no lo volvía ver, y si lo vuelvo a ver lo mato, pero lo mejor…

Jacques.- No me lo digáis: lo mejor es que, evidentemente, y aunque no vaya a bajar al establo, Ágata estaba embarazada.

El amo.- Así es. Al cabo de un mes me imputó su preñez, me dijo que acabarías bajando al establo y me tuve que hacer cargo de los gastos del parto y de la educación de un sietemesino grandísimo que se parecía a Saint-Ouen como una hostia a otra hostia.

Jacques.- ¿Y qué edad tendrá ahora ese adorable niño?

El amo.- Quince años. Y para ver a ese hijo ajeno al que he mantenido en mi finca del campo con un tutor, muy cerca de esta posada, es por lo que he organizado este viaje.

Jacques.- ¡Ah! ¿Señor Diderot? ¿Se puede ya decir a dónde nos dirigimos?

Diderot.- Sí, ya que nos queda poco tiempo

El amo.- ¿Por qué? Tal vez nos hayáis escrito pero no creo que sepáis cuándo vamos a acabar. Eso no lo sabe nadie… ¿O es que vais a matarnos!?

Diderot.- Ya se verá, pero por si acaso, démonos prisa.

El amo.- ¡Cómo que ya se verá!? ¿Vais a matarnos o no?

Diderot.- No pienso adelantar el final de mi historia.

El amo.- ¡Jacques! ¿qué te parece?

Jacques.- Pues que será lo que esté escrito, sin duda.

El amo.- Y te quedas tan tranquilo…

Jacques.- Tranquilo se vive mejor.

Diderot.- Señores, no perdamos más el tiempo: seguid: “¿qué os ha parecido mi historia?”

El amo.- ¡Maldita sea! Bueno, posadera, “¿qué os ha parecido mi historia?”

Posadera.- …Instructiva, como todas las historias. Pero antes de opinar quiero oír también la del señor Jacques. Ahora bien: os exijo un pacto de caballeros para dejar fuera los establos. ¿De acuerdo?

Ambos.- De acuerdo.

El amo.- ¡Por fin vais a contar vuestros amores, Jacques! Nos habíamos quedado en la choza de unos campesinos que al final no tenían nada que ver, así que ve al grano…

Escena 5ª

Jacques.- Sí, esto fue hace cinco años, señora posadera, pero yo estaba herido, y para curarme esa herida me trasladaron a un castillo cercano donde conocí a Denise.

(Sale Denise)

Que es la mujer que amo…

El amo.- Un momento. Ahora que lo pienso, yo he contado la historia de mi primera mujer, no es justo que Jacques cuente ahora una de cuando ya tenía experiencia. Debe ser la historia de su primera mujer.

Jacques.- Vuestro argumento no es válido, señor. Porque vos no habéis vuelto a tener, después de aquella, ninguna historia digna de mención, mientras que yo no he parado, así que los casos no son comparables.

El amo.- ¡Eres un insolente! ¡Baja a la cuadra ahora mismo! (A la posadera) ¡Empezó él y dijimos establos solamente…!

Jacques.- No bajaré. Y lo que es insolente es la verdad, no yo. Que además no tiene remedio, como yo.

Posadera.- Señor Jacques, guardaos los comentarios como éste, aunque sean ciertos. Tampoco valen las cuadras, y en cuanto a la historia: contad la de vuestra primera mujer.

Denise.- ¿Pero entonces yo qué hago?

Jacques.- Amor mío, transfórmate en Justine, de momento, y luego te cuento, espero (aunque el amor verdadero es más difícil de contar).

Denise.- Adiós, mi amor. (Se transforma en Justine)

Jacques.- ¡Ay! Esto sí que es un misterio, señor Diderot… en fin. Perdí la virginidad con quince años en mi pueblo. Mi mejor amigo entonces era Bigré, el hijo de mi padrino, el carpintero, y ambos fuimos a enamorarnos de Justine…

Justine.- Esa soy yo.

Jacques.- …una costurera que coqueteaba con todos, pero que creyó conveniente darse importancia rechazando a alguno, y me eligió a mí para eso. Bigré hijo (aparece Bigré hijo) dormía en un cuartito que sólo tenía acceso a través del taller donde tenía su cama Bigré padre, que era viudo, (Justine le dice por señas a Diderot que le toca hacer de Bigré Padre. Diderot acepta y se prepara) de modo que cada noche cuando el padre dormía, el hijo le abría la puerta a Justine con mucho cuidado, se iban a su cuartito, y al amanecer, antes de que se despertara el padre, Justine salía igual que había entrado, pero un día…

Diderot.- (Gritándole desde fuera del cuartito) ¡Bigré! ¡Holgazán! Son casi las cinco y media y tú todavía en la cama. ¡Bigré! ¡Bigré!

Bigré hijo.- (Despertándose junto a Justine en su cama) ¿Padre?

Diderot.- Si, soy tu padre, claro que soy tu padre. ¿Quién querías que fuera? ¿Diderot el filósofo? ¿Y el eje que encargó ese estúpido granjero? ¿Estás esperando que vuelva a montarnos otro escándalo!?

Bigré hijo.- El eje está listo, y antes de media hora lo tendrá en su casa…

Justine.- ¡¿Qué hago? ¿Qué hago? Dios mío, ¿qué hago…?

Bigré hijo.- Quédate aquí, debajo de la cama, y no te preocupes, te sacaré, me inventaré algo…

Diderot.- ¡Bigré! ¡Vaya hijo que tengo! Desde que se lió con esa Justine, que es una golfa muy golfa, pero que muy golfa, está con la cabeza a pájaros. ¡Bigré! ¿quieres que vaya a sacarte yo mismo?!

Bigré hijo.- Voy, padre. (Quédate aquí, te sacaré…) Buenos días, padre, voy corriendo a llevar el eje.

Diderot.- Y no tardes, que hay mucho trabajo.

Bigré hijo.- No, padre.

Diderot.- Y no se te ocurra desviarte de camino a ver a esa golfa, que te conozco, que es la golfa más golfa que existe. ¿Entendido?

Bigré hijo.- Sí, padre. (Bigré hijo sale corriendo hacia Jacques)

Jacques, tienes que ayudarme. Nos hemos quedado dormidos, mi padre se ha levantado y Justine no puede salir y está escondida debajo de la cama. Tengo que ir a llevar un eje al caserío y no se qué puedo hacer para sacarla.

Jacques.- ¡Ah, ja, ja! ¡Esta sí que es buena! ¡La tórtola enjaulada! Déjala allí todo el día y así la tendrás a mano por la noche.

Bigré hijo.- Jacques, hablo en serio.

Jacques.- Bien, se me ocurre algo. Ve tú a hacer tu trabajo para que tu padre no sospeche y yo le sacaré de casa para que Justine tenga tiempo de escapar. No te preocupes, pero no vuelvas demasiado pronto o si no él no querrá salir.

Bigré hijo.- Gracias, Jacques (Sale).

El amo.- ¡Será sinvergüenza! Ya le veo venir… [¡Jacques, b…!

Posadera.- ¡Ni se os ocurra, señor!]

El amo.- Perdón… Seguid…

Jacques.- (Se acerca a Bigré Padre). Buenos días, padrino.

Diderot.- ¡Hombre! ¡Qué alegría verte, querido ahijado! ¿Qué te trae por aquí tan de mañana?

Jacques.- El problema no es de dónde vengo, sino a dónde voy. Es ya un poco tarde…

Diderot.- ¡Ay, querido ahijado! ¡Me parece que te estás volviendo un poco golfo! Buena pareja, Bigré y tú. ¿Así que has pasado la noche fuera de casa?

Jacques.- Y a mi padre eso no le gusta nada…

Diderot.- Y es lógico. Pero desayunemos primero: la botella nos aclarará las ideas.

Jacques.- No, gracias, padrino, no puedo beber más. Y me caigo sueño y de cansancio.

Diderot.- Ja, ja, debía de ser preciosa para que te esforzaras tanto, ja, ja. ¡Que golferas! Mira: Bigré no está; métete en su cuartito y échate un rato en su cama y luego te acompaño a casa…

Jacques.- Gracias, padrino, eso haré.

Diderot.- Y cuando veas a mi hijo dile de mi parte que estoy muy disgustado de que ande con esa Justine -la conocerás porque la conocen todos los hombres del pueblo-, y si tú puedes ayudarme a separarlo de ella, yo te lo agradeceré, porque… se te cierran los ojos, anda, anda vete a la cama.

(Jacques va, saca a Justine de debajo de la cama. Toda la escena en susurros)

Jacques.- Cálmate, cálmate, no pasa nada. Ven. Acuéstate.

Justine.- No, no, por favor, Jacques…

Jacques.- Bueno, está bien. Entonces salgamos (Se va hacia Bigré Padre tirando de ella)

Justine.- ¡Noo!

Diderot.- Pobrecillo, está soñando.

Justine.- Me va a pillar y me va a matar, su padre…

Jacques.- Cálmate, y túmbate en la cama, sólo te pido que te tumbes conmigo en la cama…

El amo.- ¡Qué canalla! Eso es violación por coacción, deberías ir a un tribunal y a la cárcel, y abajo, sobre todo ¿verdad, señora posadera…?

Posadera.- Silencio, señor. Sin comentarios.

(Al final se tumba. Jacques intenta besarla)

Justine.- No, Jacques, no…

Jacques.- Bueno, no te voy a obligar, si no quieres, me iré y le diré al padre de Bigré que no puedo dormir aquí, pues ya hay más gente…

Justine.- ¡No…! Jacques, nunca creí que fueras tan malo…

Jacques.- Tú también lo fuisteis conmigo.

Justine.- Bueno, comprendo que no puedo esperar compasión y me resigno, pero, prométeme…

Jacques.- ¿El qué?

Justine.- Que Bigré no lo sabrá.

Jacques.- Te lo prometo absolutamente.

Justine.- Desde luego, Jacques, eres un golfo… (Desaparecen bajo las sábanas…)

El amo.- ¡Ahí está! Se salió con la suya. Siempre hace lo mismo, ¡no lo entiendo!

Posadera.- Calmaos, señor, Jacques tiene ese talento…

El amo.- ¡Estupendo! ¿Y yo qué talento tengo?

Posadera.- Vos… bueno… esperemos a que acabe su historia…

El amo.- Señor Diderot, ¿yo qué talento tengo?

Diderot.- Esperemos a que acabe la historia.

El amo.- Pues a esperar… ¿qué, Jacques, fue todo bien, esa primera vez?

Jacques.- (Sacando la cabeza de bajo las sábanas) Muy bien, señor, gracias. Subiendo siempre, no bajando. Y las siguientes también.

El amo.- ¡Ah, hubo varias veces! Te parecerá bonito…

Jacques.- La resignación de Justine era verdaderamente resignada.

Justine.- (Sacando la cabeza igual) ¿Qué me andas mentando, so golfo? ¡Anda, ven aquí…!) (Desaparecen de nuevo bajo las sábanas). (Entra Bigré hijo)

Diderot.- ¡Ah! Por fin has vuelto. Mucho has tardado para tan poca cosa…

Bigré hijo.- Tuve que limar los extremos del eje.

Bigré Padre.- Pues ve afuera a terminar las llantas.

Bigré hijo.- ¿Afuera? ¿Por qué?

Diderot.- Porque si no el ruido despertará a Jacques.

Bigré hijo.- ¡A Jacques!?

Diderot.- Si. Está durmiendo en tu cuartito. ¡Bueno! ¡Qué haces ahí parado como un pasmarote! ¡Venga a trabajar!

Bigré hijo.- (Abalanzándose hacia el cuartito) Voy a despertar a Jacques.

Diderot.- ¡Ni se te ocurra! Deja dormir a ese pobre infeliz, que está muerto de cansancio. ¿A ti te gustaría que interrumpieran tu reposo? ¡Anda afuera a acabar las llantas…!

(Jacques y Justine asoman las cabezas bajo las sábanas, oyendo la conversación)

Jacques.- (Esto es muy divertido)

Justine.- (¡Silencio! ¡Y sal! ¡Tienes que salir, ya!)

Jacques.- (No puedo salir tan pronto, el padre sospecharía…)

Justine.- (¡Jacques!)

El amo.- Jacques, sois un bárbaro; tenéis el corazón de piedra.

Jacques.- No, tengo sensibilidad; pero me la guardo para las ocasiones que la merecen. La indiferencia hace sabios, ¿sabéis?, y la insensibilidad monstruos.

El amo.- Déjate de discursitos. ¿Qué pasó a continuación?

Jacques.- Al cabo de un rato -prudencial, por el realismo- me vestí y salí del cuarto, dejando a Justine dormida…

Diderot.- ¡Ah! ¡Ahí aparece! Qué gran cosa es el sueño, cuando llegaste tenías mala cara, y ahora pareces fresco como una rosa. Bigré, acerca la botella, ¿ahora sí te apetecerá un buen desayuno de los míos?

Jacques.- Muchísimo.

Bigré hijo.- A mí no me sirváis, no me apetece beber tan de mañana.

Diderot.- Esto me huele a Justine; habrá ido a visitarla, y no la ha encontrado, o la encontró con otro; porque si no esa antipatía hacia la botella no es natural…

Jacques.- A lo mejor acertáis.

Bigré hijo.- Jacques, menos bromas, vengan o no vengan a cuento, no me gustan nada.

Diderot.- Que haga lo que quiera. A tu salud, ahijado.

Jacques.- A la vuestra, padrino; Bigré, bebe con nosotros. Te preocupas por nada.

Bigré hijo.- Ya os he dicho que no me apetece.

Jacques.- ¡Pero bueno! Si es eso, ya la verás, y te dará alguna explicación…

Diderot.- ¡Bah, déjale: que sufra por esa golfa: así aprenderá. Bueno, otro vasito y te acompaño a casa: ¿qué quieres que le diga a tu padre?

Jacques.- Lo que él os dice siempre cuando os trae a vuestro hijo.

Diderot.- Que golfos sois, tienes razón. Vamos allá…

(Sale Diderot. Bigré va hacia Justine).

Jacques.- Mientras mi padrino y mi padre hablaban -y seguían desayunando a su manera- yo volví corriendo a casa de mi amigo.

Justine.- ¡No, Bigré! No ha sucedido nada, te lo juro.

Bigré hijo.- ¿Crees que soy imbécil? ¿Por qué le dijo Jacques a mi padre entonces que se iba a acostar?

Justine.- No se…

Bigré hijo.- Para que no le molestara nadie, y mientras vosotros…

Jacques.- (Acercándose) No, Bigré, se lo dije para poder entrar y prevenir a Justine.

Bigré hijo.- ¿Tres horas previniéndola, no?

Jacques.- ¡Tenía que inventar alguna excusa! Y esa era perfecta porque obligaba a tu padre a salir de casa e ir hasta la mía. ¿Qué piensas? ¿Qué Justine y yo hemos hecho algo?

Bigré hijo.- ¡Estoy seguro!

Jacques.- ¡Bigré, por favor! Yo no sería capaz, y Justine menos…

Bigré hijo.- Eso decís ahora.

Jacques.- ¡Encima que te ayudo! ¡Que me arriesgo a una bronca de mi padre, que ahora cree que he pasado la noche fuera! ¡Encima que me meto en este lío…! Tú eres un mal amigo, Bigré… ¿Cómo puedes pensar que Justine y yo…?

Justine.- ¡Encima que me arriesgo yo todas las noches en su casa, y nunca al revés! Pero es un bruto, y no se da cuenta de lo que tiene…!

Bigré hijo.- ¿Y por qué dijiste lo que dijiste luego, brindando con mi padre?

Jacques.- ¡Bigré! Sabes que soy un bromista, ¡pero nunca creí que lo tomarías en serio!

Justine.- ¡Déjale! No se merece a dos personas como nosotros…

Jacques.- Ella ha estado todo el rato debajo de la cama, muerta de miedo, y yo sentado en el taburete, mirando al techo. Ni hablar podíamos, por tu padre… tres horas esperando y encima me montas este escándalo, no es justo.

Bigré hijo.- ¿Es eso cierto?

Justine.- ¡Claro que lo es! ¡Bruto! Lo que pasa es que en el fondo piensas como tu padre, que soy una golfa, y lo que hago lo hago porque te quiero… (llora, o hace que llora) eres un bruto… imbécil…

Bigré hijo.- Jacques: ¿me juras que no ha ocurrido nada?

Jacques.- Escúchame, amigo: por nuestra amistad te lo juro: ahí dentro no ha ocurrido nada malo, ni nada que no te pudiéramos contar, ¿está claro?

Bigré hijo.- ¿Justine?

Justine.- ¡Bruto!

Bigré hijo.- Está bien, os creo… y os pido perdón por haber dudado de vosotros.

Jacques.- Eso está mejor. Será mejor que me vaya…

El amo.- (Abajo)

Jacques.- …(consuélala, y si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde estoy).

Bigré hijo.- Adiós… eh, Jacques: y gracias.

Jacques.- De nada (Jacques se aleja)

Bigré hijo.- Justine, perdóname…

Justine.- Eres un bruto… tonto… dame un abrazo…

El amo.- ¡Y así se escribe la historia! Es igual que el caballero de Saint-Ouen en mi caso, pero al revés. Y sin embargo el Caballero es un indeseable al que odio, ¡y a este bergante le llamo mi amigo! ¿Cómo se entiende eso?

Diderot.- Misterios de la moral…

Jacques.- Arriba, los misterios. ¿Y qué opina nuestra juez?

Posadera.- Me habéis hecho reír, sonreír y emocionarme. Y os lo agradezco aún más por ser historias vuestras. Pero ahora debo dar mi veredicto sobre dos cuestiones: primera: Jacques afirma que su amo no sabe nada sobre las mujeres. Veredicto: es cierto. Y más en comparación con su criado, que sabe demasiado. [Vos (al amo) sois un soñador, un acaparador de imaginaciones, un vividor mental, pero os desenvolvéis de forma lamentable en la realidad, y en especial con las hembras, aunque es opinión de esta que nunca es tarde para aprender cosas nuevas.] ¿Lo acatáis?

El amo.- Fuerza es admitir que no me desveláis nada que -en el fondo- no supiera. Lo acato.

Jacques.- Yo también.

Posadera.- Y ahora, la cuestión más importante: ¿pueden ser amigos un amo y un criado? Yo digo que sí, y vosotros sois un ejemplo. ¿Pero seguis siendo amo y criado? Yo digo que no, pero creo que faltan muchos juícios todavía para aclarar este punto, así que ,de momento, ordeno que Jacques baje al establo…

Jacques.- ¡Pero posadera…!

Posadera.- …y vuelva a subir inmediatamente. Y entonces os dareis un abrazo y no volvereis a discutir de este asunto.

El amo.- ¿Pero y luego…?

Posadera.- Será vuestra buena voluntad la que decida lo que cada uno puede y debe hacer. Dadme el brazo, Jacques y bajad conmigo.

Jacques.- Bueno, al menos la juez ha decretado que soy vuestro amigo…. Así que lo acato. Bajemos, si es de vuestro brazo está escrito que no puedo negaros nada.

Posadera.- Cuando se tiene un amo, señor Jacques, muchas cosas están escritas.

(En cuanto se ponen en marcha al amo se abalanza para detenerlos)

El amo.- ¿Dónde vas? ¡Dame un abrazo, Jacques! ¡Y vos también! Lo que está escrito es que no me libro de este chiflado y que yo seré su sirviente y él mi amo. (Lo abraza)

Jacques.- Estoy de acuerdo, sin embargo, para no discutir nunca más esta cuestión, señor, como la juez ordena, os propongo que hagamos unas estipulaciones.

El amo.- Decid.

Jacques.- Primero: visto que está escrito allí arriba que os soy imprescindible, abusaré de mi ventaja siempre que se me presente la ocasión.

El amo.- Pero, Jacques…

Jacques.- Ha sido así desde siempre y no podéis evitarlo. Segundo: para mantener la paz, visto mi ascendiente sobre vos y vuestra debilidad, cuando me comporte de forma insolente, vos, mi amo, haréis la vista gorda.

El amo.- ¡Pero nunca se ha estipulado nada semejante!

Jacques.- Todos estos acuerdos se hicieron cuando la naturaleza nos hizo a los dos. Se decidió que vos tendríais los títulos y yo tendría la cosa. Y no podéis oponeros a la naturaleza.

El amo.- Pero entonces tu papel es mejor que el mío.

Jacques.- Claro.

El amo.- ¿Y si cambiamos?

Jacques.- No podemos, yo ganaría los títulos y vos no obtendríais la cosa. La cosa, señor, la sustancia, se tiene o no se tiene. Depende de tantas cosas que para nosotros aún es un misterio. Pero compongamos un proverbio que revolucionará el mundo.

El amo.- ¿Qué proverbio?

Jacques.- Jacques manda a su amo.

El amo.- ¿El criado mandando a su señor?

Jacques.- El mejor dotado mandando al peor.

El amo.- Me parecen unas estipulaciones muy duras, ¿no eras mi amigo?

Jacques.- Pero parece que también soy vuestro criado, todavía.

El amo.- Cierto, y acepto que no me queda otro remedio, así que las acato.

Jacques.- Dejadme que os abrace yo ahora. (Lo abraza)

Posadera.- Entonces, ¿amigos? ¿Todos contentos?

El amo.- Si, pero yo tengo una curiosidad… ¿me contarás de una vez la historia de Denise, esa muchacha de la que estás enamorado?

Posadera.- A mí me gustaría oír una historia de amor verdadero.

Jacques.- Y a mí contarla, pero tengo la sensación de que no la acabaré, de que algo malo nos espera… ¿Tengo tiempo, señor Diderot?

(Diderot niega con la cabeza)

El amo.- ¿Cómo que no? ¡Lo prometisteis! ¡prometisteis que la contaría! ¿No os acordáis?

Diderot.- (Mirando hacia fuera) Lo se, pero me temo que se nos ha acabado el tiempo…

El amo.- ¡Luego es falso! Prometió algo que luego no se cumple ¡Jacques! Este señor no ha escrito nada. Nos engaña. ¿Dónde está el peligro…? ¿Ves? Es mentira. Puedes contar tu historia, ¿quieres de verdad a Denise? ¿Cómo es ella? (Jacques mira a Diderot) Vamos, Jacques, tal vez no todo esté escrito en algún lado. Dime algo, empieza…

Jacques.- Denise vivía en el castillo de Miremont…

El amo.- ¿Miremont? Lo conozco, su señor es amigo mío. ¡Sigue!

Jacques.- Cuando la vi me dije: he ahí una mujer verdaderamente hermosa, tenía unas nalgas… (Entra Ninón)

Ninón.- Buenas tardes, Señor. Buenas tardes a todos… (Se queda arrobada mirando al amo)

Posadera.- ¡Ninón!

Ninón.- ¡Ah, perdón, señora!

Posadera.- Tienes la cabeza llena de pájaros ¿Qué sucede?

Ninón.- Llega un caballero a la posada. Y su esposa llegará enseguida. Son esos dos raros que vienen siempre…

Posadera.- Voy a ver de qué cuartos dispongo. No sigáis hasta que vuelva. (Sale. Entra Saint-Ouen)

El amo.- ¡Maldita sea! ¡Saint-Ouen! (Sacan espadas, se baten, Saint-Ouen grita pidiendo ayuda, hasta que cae muerto)

Ninón.- ¡Está muerto, está muerto! ¡Señor! Teneis que huir… venid, yo os ayudo…

El amo.- ¡Jacques, tenemos que huir, rápido!

Jacques.- Si está todo escrito, da igual que huyamos rápido o lento… pero os sigo…

(Salen corriendo, pero Diderot agarra a Jacques. El amo escapa)

Diderot.- ¡Eh! ¡Ven aquí! Ya te tengo. Tú no te vas. Ahora soy el pueblo de esta ciudad, un pueblo entero, y llevo a este asesino a la cárcel, vamos a la cárcel, muchacho, anda. Del pueblo no se escapa nadie, menudo es…

Final que ocurre en primer lugar,

pero no por eso termina el espectáculo

(encierra a Jacques en una celda y cambia a Diderot)…menudo es cuando no es ignorante, fanático, prejuicioso, cobarde, o tan saciado que deja que los que ansían el poder devoren y ensucien todo lo bueno que significa el Estado, es decir, casi siempre. Pero bueno, el caso es que cazaron a Jacques, lo metieron en prisión y lo condenaron a la horca, acusado de haber matado al Caballero de Saint-Ouen. El amo de Jacques huyó, asustado por lo que había hecho, y no volví a saber de él. La posadera siguió regentando la posada del Grand Cerf durante muchos años, y creo que todavía la regenta. Y de Denise, nuestra ausente protagonista, nunca más volví a saber nada.

Y aquí se acaba esta historia. En la realidad lo más terrible sucede en un instante, el amor auténtico puede no ocurrir nunca, lo cierto se olvida y lo imaginario se juzga verdadero. Así pues no os asombréis ante este final de nuestra historia: Jacques fue seguramente ajusticiado, pagando por la torpeza, la inercia y la cobardía de un amo indigno de ostentar semejante nombre, cosa que, por otra parte, le ocurre a la inmensa mayoría de los amos.

Y nada más, muchas gracias: hemos terminado.

Final que ocurre en segundo lugar

y que posiblemente termine el espectáculo

(Aparece la posadera)

 

Posadera.- ¿Es el final?

Diderot.- Si.

Posadera.- Pero no es el final verdadero.

Diderot.- ¿Cómo que no?

Posadera.- He encontrado estas páginas escritas en una habitación de mi posada. Justo en la que Jacques durmió junto a su amo.

Diderot.- ¡Pero esto es apócrifo!

Posadera.- Tal vez sí, o tal vez no. Quizás las escribió el amo, o el mismo Jacques. Quizás las escribí yo, o vos… pero es nuestro final verdadero.

Diderot.- ¿Por qué?

Posadera.- Porque es el que yo quiero, señor Diderot. Tal vez el que quieren Jacques y también su amo. Posiblemente el que el mundo quiere. Y por eso creo que es también el que en el fondo queréis vos.

Diderot.- Quizás mis tripas, pero no el que quiere mi razón.

Posadera.- Lo siento: ya no está en vuestra mano.

Diderot.- ¿Quién lo dice?

Posadera.- Yo.

Diderot.- ¡Pero vos sois sólo un personaje!

Posadera.- No estéis tan seguro de no serlo también vos.

Mientras Jacques esperaba su ejecución, la prisión fue asaltada por la banda de Mandrín, el célebre bandido, de modo que Jacques se unió a ellos, robando a los recaudadores y a los señores, hasta que un día la suerte quiso que la banda rodeara el castillo de Miremont…

Diderot.- Donde vivía Denise…

Posadera.- Y donde el destino -estaba escrito- había llevado al amo a refugiarse, tras conseguir finalmente el indulto por su crimen…

(Entran Jacques, el amo, Denise, Miremont)

El amo.- ¡Jacques, amigo mío!

Jacques.- ¡Sois vos, mi antiguo amo!

El amo.- ¿Qué hacíais con esa gente, so bandido?

Jacques.- ¿Y vos que hacéis aquí, tan sólo?

El amo.- ¿Sólo? No. He tomado como ama de llaves a Ninón…

Jacques.- ¡Bravo, Señor! Así me gusta veros, un poco republicano… Un momento… ¿Eres tú, Denise?

Denise.- ¡Jacques! ¡Jacques! ¡Jacques! ¡Cuánto me has hecho llorar!…

Miremont.- Señor Jacques, soy el señor de Miremont: dado que tu intercesión nos ha salvado del saqueo, dado el mutuo aprecio que te tienes con Denise, y dado que el portero del castillo ha muerto hace unos días, te ofrezco castillo, trabajo y paga, si es que te interesa.

Jacques.- (a Denise) ¿Y criaremos a muchos seguidores de Spinoza y de Montaigne?

Denise.- Sí. Muchos.

Jacques.- ¿Ciudadanos libres, agnósticos, desconfiados del clero, de la nobleza, de la monarquía, del ejército y también del pueblo, qué demonios, curiosos y amigos de los filósofos?

Denise.- Sí.

El amo.- ¿También del pueblo hay que desconfiar, Jacques?

Jacques.- Señor, el primer paso hacia la filosofía es la incredulidad.

El amo.- Ah.

Jacques.- (A Denise) Bueno, ¿y vos queréis que me quede?

Denise.- Si.

Jacques.- Entonces me quedo.

Diderot.- (Al público)

Y ahora sí que se acaba

con este final patético.

Yo creo que el otro es mejor.

Pero la decisión es vuestra,

Seguramente… o tal vez no.

Pero desde luego está escrito

que ahora debe caer el telón.

(Oscuro salvo Diderot, Jacques y su amo, que se juntan)

 

Jacques.- Pst. En los montajes modernos ya no hay telón.

Diderot.- ¿Cómo que no hay telón?

El amo.- No, ya no se lleva, es antiguo. Como tú.

Diderot.- Vosotros sois tan antiguos como yo, al menos.

Jacques.- Hombre, los personajes envejecemos mejor, nos adaptamos…

Diderot.- ¿Os adaptáis?

El amo.- Claro… la adaptación es fundamental hoy en día. A veces nos adaptan… incluso a vos.

Diderot.- Pero… eso es terrible: ¿otro amo más?

El amo.- Me temo que todo amo tiene a otro por encima.

Jacques.- Dejáos de filosofías, y entre nosotros, un secreto, Señor Diderot, este último final es el real, ¿verdad?, ¿lo escribisteis vos?, decidnos: ¿Sí o no?

Diderot.- Entre nosotros: ya no me acuerdo…

Pero pienso seguir pensando

a ver si se me ocurre otro mejor.

(Oscuro y fin)

[1] En la novela Diderot describe así la escena: “Ya desde la puerta se arrojó de rodillas. «Levantaos», le dijo el marqués.

En lugar de levantarse, siguió avanzando hacia él de rodillas; temblaban todos sus miembros, el cabello estaba en desorden; inclinaba un poco el cuerpo, alzando los brazos y la cabeza hacia él, a quien miraba fijamente a los ojos con el rostro inundado por el llanto. «Creo—dijo ella con palabras entrecortadas por los gemidos—que vuestra justa cólera se ha calmado…” Lo acoto para que se vea un posible enfoque interpretativo de la escena, sin pronunciarme sobre si debe seguirse, o por el contrario usarlo justamente para huir de él. Eso queda al juicio de los ensayos.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s