El príncipe Verdemar

adaptación de

La cabeza del Dragón, de Ramón del Valle-Inclán,

por Julio Salvatierra.

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 ESCENA PRIMERA

Aparece un duende, escondido tras de una sombrilla hipnótica, cual máquina del tiempo de un antiguo H.G.Wells. La gira y gira como aspa de autogiro o rueda de la fortuna, y al tiempo parece que le diera vueltas la cabeza, hasta detenerse como un beodo en su farola. Incluso las hojas de los árboles se suspenden en la maravilla.

VOZ EN OFF.- …érase una vez hace mucho, mucho tiempo, tanto que apenas puedo ya acordarme…

EL DUENDE.- ¡Y una higa! ¡El tiempo ahora pasa muy deprisa! ¡Y está todo registrado!

VOZ EN OFF.- (…) …en un país muy, muy lejano…

EL DUENDE.- ¡Y un melón! ¡No existen los países lejanos! ¡Están todos aquí al lado!

VOZ EN OFF.- ¡Silencio…! …Decía que hace mucho tiempo, en un país muy lejano, florecía el reino de la magia, de los duendes y las hadas…

EL DUENDE.- ¡Y una sandía! ¡Las hadas ahora trabajan todas en el cine! ¡Y beben ginebra a morro! ¡Y todos los cuentos son chinos! ¡Guárdate tus cuentos para quienes se los crean! ¡Odio los cuentos hasta ponerme verde!

VOZ EN OFF.- ¡Pero duende…!

EL DUENDE.- ¡Prohibidos los cuentos! ¡A partir de ahora que el que cuente un cuento cuente con la muerte! Se acabaron aquí los cuentos… érase una vez en un país de maravilla… ¡Tonterías! Las historias de verdad no empiezan así…

VOZ EN OFF.- ¿Ah, no…?

EL DUENDE.- ¡No! Comienzan normalmente.

VOZ EN OFF.- ¿…normalmente?

EL DUENDE.- Sí. Con un pelota, por ejemplo. Mi historia comienza con una pelota, y tres niños jugando.

VOZ EN OFF.- No lo veo muy claro…

EL DUENDE.- Pues mira. Y calla…

(En un salto hiperbólico el Duende desaparece entre los remolinos del tiempo)

Tres príncipes donceles juegan a la pelota en el patio de armas de un castillo muy torreado, como aquellos de las aventuras de Orlando: Puede ser de diamante, de bronce o de niebla. Es un castillo de fantasía, como lo saben soñar los niños. Tiene grandes muros cubiertos de hiedra, y todavía no ha sido restaurado por los arquitectos del Rey. ¡Alabemos a Dios!

AJONJOLÍ.- ¿Habéis advertido, hermanos, cómo esta pelota bota y rebota? Cuando la envío a una parte, se tuerce a la contraria.

VERDEMAR.- ¡Parece que llevase dentro a un diablo enredador!

POMPÓN.- ¡Parece haberse vuelto loca!

VERDEMAR.- ¡Una pelota no se puede volver loca!

POMPÓN.- ¿Por qué? ¿Porque está llena de aire? Aire, humo y vacío llenan las cabezas de muchos sabios.

AJONJOLÍ.- Bien dice Pompón! ¡No veis al Jefe del Gobierno de este reino nuestro? ¡Unos dicen que tiene la cabeza llena de humo! ¡Otros, que de aire! ¡Y otros, que vacía!

POMPÓN.- ¡Y, sin embargo, todas los periódicos pregonan que es un sabio, Príncipe Ajonjolí! El Rey nuestro padre le confía el gobierno del Estado.

VERDEMAR.- Pero ya sabéis lo que dice la Reina nuestra madre: ¡Una casa no es un reino! ¡Gobernar una casa requiere cabeza! Y el Rey nuestro padre le da la razón.

AJONJOLÍ.- Porque es un bragazas. Pero el Presidente del Gobierno no se la da, y se le eriza su bigote germánico cuando dice que todas las mujeres, reinas o verduleras, son anarquistas.

VERDEMAR.- Vamos a terminar el partido.

POMPÓN.- No se puede con esta pelota. Está loca de remate. ¡Mirad qué tumbos!

AJONJOLÍ.- ¡Tú eres quien está de remate! La has metido por la ventana del torreón.

VERDEMAR.- Voy a buscarla.

AJONJOLÍ.- Está cerrada la puerta, Príncipe Verdemar.

VERDEMAR.- ¿Dónde está la llave, Príncipe Ajonjolí?

AJONJOLÍ.- La Reina la lleva colgada de la cintura.

Se oye la voz del duende que canta con un ritmo sin edad, como las fuentes y los pájaros, como el sapo y la rana. Los ecos del castillo arrastran la canción, y en lo alto de las torres las cigüeña escuchan con una pata en el aire. La actitud de las cigüeñas anuncia a los admiradores de Ricardo Wagner.

DUENDE.- ¡Dame libertad,

paloma real!

¡Palomita que vuelas tan alto,

sin miedo del gavilán!

VERDEMAR.- ¿Quién canta en el torreón? ¡No conozco esa voz!

AJONJOLÍ.- Un duende del bosque, Rato Ratero el jardinero lo cazó con un lazo, y hoy lo presentó como regalo a nuestro padre el Rey

POMPÓN.- Yo nunca vi duendes, ni tampoco creí que los hubiese. Los duendes, las brujas, los trasgos, las hechicerías, ya no son cosa de nuestro tiempo, hermanos míos. Ése que el jardinero ha cazado en el bosque no será duende.

AJONJOLÍ.- Yo lo vi, y tiene de duende toda la apariencia, Príncipe Pompón.

POMPÓN.- ¡Mucho engañan los ojos, Príncipe Ajonjolí!

EL DUENDE asoma la cabeza entre dos almenas. Tiene cara de viejo: Lleva capusay de teatino, y parece un mochuelo con barbas, solamente que bajo las cejas, grandes y foscas, guiña los ojos con mucha picardía, y a los lados de la frente aún tiene las cicatrices de los cuernos con que le vieron un día los poetas en los bosques de Grecia.

EL DUENDE.- Ábreme la puerta de mi cárcel, primogénito del Rey, Príncipe Pompón, y serás feliz en tu reinado. La gracia que me pidas, ésa te daré.

POMPÓN.- Devuélveme la pelota y te abriré la puerta.

EL DUENDE.- ¿Me lo juras ?

POMPÓN.- Mi palabra es de Rey.

EL DUENDE.- Ahí va la pelota.

POMPÓN.- ¡Gracias!

EL DUENDE.- Dame libertad.

POMPÓN.- No puedo.

EL DUENDE- ¿Y tu palabra, Príncipe Pompón?

POMPÓN.- Mi palabra no es una llave.

EL DUENDE.- Ni tu fe de Rey. (Éste es más falso que el paraguas)

Desaparece EL DUENDE haciendo una cabriola. Vuelve a oírse su canción, y las cigüeñas cambian de pata, para descansar antes de caer en el éxtasis musical.

POMPÓN.- Vamos a jugar, hermanos.

VERDEMAR.- Yo salgo el primero.

AJONJOLÍ.- Quien sale soy yo.

POMPÓN.- Yo debo salir, que soy el primogénito.

VERDEMAR.- En el juego de pelota eso no vale.

[POMPÓN.- Eso vale hasta en el juego de los reyes.

VERDEMAR.- Ese juego está anticuado! Ahora se lleva el del presidente-emperador.]

AJONJOLÍ.- Lo echaremos a suerte. El que bote más alto la pelota aquél sale.

La sopesa y pasa de una mano a otra, toma plazo y le hace dar un bote tan alto, que casi toca el pico de las torres. Vuelve a tierra la pelota, y en el rebote se entra por la ventana del torreón.

 

EL DUENDE.- ¡Dame libertad,

pájaro real!

¡Pajarito que vuelas tan alto,

sin miedo del gavilán!

VERDEMAR.- Ya nos quedamos sin pelota. Has estado muy torpe.

AJONJOLÍ.- El Duende nos la devolverá. ¡Señor Duende!… ¡Señor Duende!…

EL DUENDE.- ¡Dame libertad,

pájaro real!

¡Pajarraco que vuelas tan alto,

sin miedo del gavilán!

TODOS.- ¡Señor Duende! ¡Señor Duende!

Aparece otra vez EL DUENDE entre las almenas, y en lo más alto de las torres puntiagudas, las cigüeñas cambian de pata. EL DUENDE saluda con una pirueta.

EL DUENDE.- ¡Señores Príncipes! ¡Servidor de ustedes!

AJONJOLÍ.- Devuélveme la pelota.

EL DUENDE.- Con mil amores te devolvería la pelota, si tú me devolvieses la libertad. ¿Me abrirás la puerta?

AJONJOLÍ- Te la abriré.

EL DUENDE- ¿Me lo juras?

AJONJOLÍ.- Palabra de Rey.

EL DUENDE.- ¡No! Palabra de Rey no.

AJONJOLÍ.- ¿Pues qué palabra quieres? No hay mejor palabra que la palabra real.

EL DUENDE.- ¿Y no me podrías dar simplemente palabra de hombre cabal?

AJONJOLÍ.- ¡Duende! Me estás faltando al respeto. Hombre cabal se dice de un labrador, de un albañil, incluso de algún constructor. Hombre de honor puede decirse de un capitán, de un banquero o algún director general. Pero no de un Príncipe.

EL DUENDE.- ¿Y por qué?

AJONJOLÍ.- Mi sangre azul se deprime.

EL DUENDE.- Ah. Tendré que conformarme con tu palabra real. Ahí va la pelota.

AJONJOLÍ.- Gracias.

EL DUENDE.- Cumple tu promesa.

AJONJOLÍ.- Mañana la cumpliré. Yo no te dije que fuese ahora. Mañana veré a un herrero y le encargaré una llave.

EL DUENDE.- Antes de esta noche vendrá el verdugo.

AJONJOLÍ.- Si eres duende, procura salir por la chimenea. ¡Hermanos, vamos a continuar el partido!

EL DUENDE.- (¡Éste es peor que su hermano todavía! Pero esto no quedará así…)

AJONJOLÍ hace botar la pelota. EL DUENDE guiña un ojo inflando las mejillas, y la pelota salta a pegar en ellas reventándoselas en una gran risa. ¡Es el imán de las conjunciones grotescas!

EL DUENDE.- De esta vez Príncipes míos no tendréis la pelota sin abrirme la puerta primero.

PRÍNCIPES.- ¡Vuélvela ! ¡Vuélvela !

EL DUENDE.- Os vuelvo vuestras promesas reales que os servirán mejor que la pelota. ¡Son más huecas!

VERDEMAR.- Duende dame la pelota y cumpliré como hombre de bien como caballero y como Príncipe.

EL DUENDE.- No tienes la llave del torreón Príncipe Verdemar.

VERDEMAR.- Mis hermanos y yo derribaremos la puerta.

EL DUENDE.- ¿Con qué?

VERDEMAR.- Con los hombros.

EL DUENDE.- Es muy fuerte la puerta y antes de derribarla os habría salido joroba. Príncipes míos, estaríais muy poco gentiles.

AJONJOLÍ.- Nuestro padre el Rey castigará tu insolencia.

POMPÓN.- El verdugo cortará tu cabeza.

VERDEMAR.- Me duele que el engaño de mis hermanos te haga dudar de mi palabra.

EL DUENDE.- Príncipe Verdemar allí viene la Reina vuestra madre muy señora mía. Pídele la llave que la lleva en la faltriquera.

VERDEMAR.- No me la daría.

EL DUENDE.- Llega a tu madre, y dile te mire en la oreja derecha, porque te duele. Y mientras ella mira, mete la mano con tiento en su faltriquera y saca la llave.

Sale Señora REINA con su corona. Un paje le recoge la cola del manto, un lebrel le salta al costado, en el puño sostiene un azor.

VERDEMAR.- Miradme en este oído, madre.

LA REINA.- ¿Qué tienes ?

VERDEMAR.- Una avispa se me ha entrado y me zumba dentro.

Señora REINA se agacha para mirar en la oreja del PRÍNCIPE. El muchacho, guiñando un ojo, le hurta la llave de la faltriquera. ¡La rica faltriquera cosida con hilo de oro, hecha con el raso de un jubón que en treinta batallas sudó Señor REY!

 

LA REINA.- No veo nada.

VERDEMAR.- Dejadlo, madre, ya saldrá. (Aparte a sus hermanos) Distraed un momento a nuestra señora madre, hermanos.

AJONJOLÍ.- Madre, mirad que forma tan curiosa tienen hoy las nubes.

VERDEMAR abre la puerta del torreón y sale EL DUENDE.

LA REINA.- Hoy no hay nubes, hijo. El sol está sólo y hace un calor de justicia.

POMPÓN.- ¿Queréis que vaya a por vuestro abanico?

LA REINA.- Sí, por favor, Pompón, primogénito hijo mío.

Sale Pompón con un aire perlimplín.

 

AJONJOLÍ.- Pues entonces será que se me ha metido la avispa de Verdemar dentro del ojo.

De nuevo la Señora REINA se agacha para mirar en la ojo del PRÍNCIPE. El muchacho, moviendo la oreja hace señas a Verdemar: ¡el camino está abierto!

EL DUENDE.- Gracias, Príncipe mío. Si alguna vez necesitas el valimiento de un duende, no tienes más que llamarme. Toma este anillo. Cuando te lo pongas me tendrás a tu lado.

Huye el DUENDE por entre los sicomoros del reino de Manguncián.

LA REINA.- No veo nada

AJONJOLÍ.- Dejadlo, madre, ya se ha ido.

(La REINA quédase contemplando abejas, nubes y musarañas)

AJONJOLÍ.- Pero nuestro padre te hará castigar cuando sepa que has abierto la puerta del torreón y dado libertad al Duende. Y eso si no nos culpan a los tres.

VERDEMAR.- Si culpan a los tres, yo me declararé el solo delincuente.

AJONJOLÍ.- Ahí llega el Rey, nuestro padre.

VERDEMAR.- Escondámonos. Adiós, madre, nos vamos a ver las grullas.

LA REINA.- Adiós, hijos, sed buenos.

(Se esconden los PRÍNCIPES)

MANGUNCIÁN.- ¡Señora mía! ¡Amada esposa, mi Reina! Señora, quiero que veáis al Duende que deshoja las rosas en mis jardines reales, que cuando pasamos sacude sobre nuestras cabeza las ramas mojadas de los árboles, que en mi palacio se esconde, para mofarse con una risa hueca, que parece del viento, cuando se reúne el Consejo de Ministros. En los parques reales lo cazó mi jardinero, a quien acabo de recompensar con un título de nuevo ministerio. Y en memoria de este día mandaré grabar una medalla.

LA REINA.- ¡Oh marido rey mío! Mejor sería un sello de Correos. Sirve, como la medalla, de conmemoración y aumenta las rentas del Tesoro.

MANGUNCIÁN.- No había pensado en ello. En cuanto a los Príncipes, mis hijos, quiero asociarlos a esta alegría de mi pueblo. Así que en cuanto los veas, les dirás que al Príncipe Pompón, le regalo mi caballo. Al Príncipe Ajonjolí, mi manto de armiño, y a Verdemar, mi espada, total, para lo que me sirve…

LA REINA.- Sois muy generoso, Manguncián.

MANGUNCIÁN.- Y ahora, reina, dadme la llave del torreón.

LA REINA.- ¡Ay, Mángun, la puerta está franca!

MANGUNCIÁN.- ¡Cómo! ¿Quién fue el traidor que dio libertad al duende? ¡¿Pero no teníais vos la llave?!

LA REINA.- Si. Estaba aquí… no, aquí… no, aquí… ¡Me han robado la llave! ¡Me han robado la llave! ¡Hay traidores en el palacio! [¡Estamos como en las Provincias Vascongadas !

MANGUNCIÁN.- No exageres, al menos aquí los jueces hacen lo que yo les mando.] ¡Maldita sea! ¡Y juro por todo lo que sea que no pararé hasta encontrar al responsable y comerme el corazón crudo y sin sal del que ha dado suelta a mi presa! ¡Lo juro! Tú eres testigo.

LA REINA.- No te alteres, Manguncián

MANGUNCIÁN.- ¡Vamos! Avisad a mi médico para que me sangre. ¡Me comeré su corazón crudo y sin sal!

Los Señores REYES se parten con el cortejo de sus intrigas. Señor REY lleva la cara bermeja, como si acabase de abandonar los manteles. Señora RElNA no cesa de hipar, haciendo bailar la corona.

AJONJOLÍ.- En buen lío te has metido, Príncipe Verdemar.

VERDEMAR.- Está muy enfadado nuestro señor padre.

AJONJOLÍ.- Cuando se pone así no se detiene hasta cumplir lo que ha jurado.

VERDEMAR.- Eso me temo.

AJONJOLÍ.- Ahí viene Pompón.

POMPÓN.- Lo he oído todo escondido desde lo alto de una mimosa. ¡Buen regalo me ha hecho mi padre! Un rocín flaco que no resiste el peso de una mosca.

AJONJOLÍ.- ¡Pues a mí, su manto sudado en cien fiestas reales!

VERDEMAR.- Yo estoy contento con mi espada.

POMPÓN.- ¡Como que no tiene ni una mella!

AJONJOLÍ.- Si no ha salido de la vaina. ¿Quieres cambiármela por el manto?

VERDEMAR.- No, hermano mío.

POMPÓN.- ¿A mí, por el caballo ?

VERDEMAR.- No.

AJONJOLÍ.- ¿Por el manto y un sayo nuevo?

VERDEMAR.- No.

POMPÓN.- ¿Por el caballo y el estandarte de la gloriosa carnicería, digo, caballería?

VERDEMAR.- Me la dio mi padre, y no la cambio por nada del mundo.

POMPÓN.- Tu no tienes derecho a ningún regalo del Rey. Cuando sepa que has dado libertad al Duende te degollará con esa misma espada que ahora no quieres cambiarme por el caballo.

AJONJOLÍ.- Es verdad. Nosotros no queremos saber nada… En buen lío te has metido, Príncipe Verdemar.

POMPÓN arruga la frente y mira en torno con mirada torva. AJONJOLÍ hace lo mismo. Los dos cambian una mirada a hurto de su hermano y se van. VERDEMAR queda solo y suspira contemplando el azul.

VERDEMAR.- Mis hermanos me delatarán y mi padre se comerá mi corazón crudo y sin sal. Debí haber dejado que se llevasen la espada. Tendré que huir de este palacio donde he nacido, y no volver a pisar jamás ninguna otra corte. Sólo siento no poder besar las manos de mi madre y decirle adiós… ¡Y pedirle algunos doblones para el viaje!

 

VERDEMAR sale corriendo por los vericuetos del monárquico camino, y el DUENDE se descuelga como vencejo de cornisa.

 

 

ESCENA SEGUNDA

VOZ EN OFF.- Y entonces el príncipe ensilló su brioso caballo y…

EL DUENDE.- ¡Y un pimiento! Se fue andando, porque su caballo era un jamelgo viejo. Y anduvo un día entero y una noche, pues el reino de su padre era más diminuto que un pañuelo, y al día siguiente llegó al reino de al lado, donde decían que gobernaba el rey Micomicón, pero quien reinaba realmente en este reino era el miedo… El príncipe Verdemar llegó por la noche a una posada en la que se encontró un bufón, y yo me callo, que no me gusta a mí hablar tanto.

Una venta clásica en la encrucijada de dos malos caminos. Arde en el vasto lar la lumbrada de urces y tojos. En la chimenea ahuma el tasajo, en el pote cuece el pernil. Entran en la venta un PRÍNCIPE y un BUFÓN. El azar los ha juntado en el camino y ellos han hecho conocimiento.

VERDEMAR- Pasa y siéntate, bufón amigo, y te convidaré a comer.

EL BUFÓN.- ¿Y a beber?

VERDEMAR.- También.

EL BUFÓN.- Eso me gusta. ¿Y puedo llamar a un amigo mío?

VERDEMAR.- Bueno, pero ¿tardará mucho en llegar?

EL BUFÓN.- Nada. Está aquí conmigo. ¡Compadre Zacarías, ven acá!

(El BUFÓN rebusca, con rebullir de cascabeles, entre sus gastadas ropas y de entre la camisa asoma el monigote de un CIEGO de los que la gente vieja aún llama evangelistas, como en los tiempos de José Bonaparte: Antiparras negras, capa remendada, y bajo el brazo, gacetas y romances. De una cadenilla, un diminuto perro sin rabo, que siempre tira olfateando la tierra.)

EL CIEGO.- ¿Adonde estás, Bertoldo?

EL BUFÓN.- Acá, compadre Zacarías.

EL CIEGO.- ¿Estás solo ?

EL BUFÓN.- Sólo con un amigo que me hace la merced de pagarme la cena. Sal, no temas. Es el ciego que vende la lotería en el palacio del Rey Micomicón.

EL CIEGO.- Que la vendía, compadre Bertoldo. Los reyes no pagan nunca a quien les sirve, y lo he dejado. Ahora pienso hacerme diputado.

(Entra la Ventera, MARITORNES)

MARITORNES.- ¿Qué desean sus mercedes?

EL BUFÓN.- Beber

EL CIEGO.- Y comer.

MARITORNES.- ¿Está repleta la bolsa?

EL BUFÓN.- Está vacía la andorga.

EL CIEGO.- ¿Cuándo has visto tú que estuviese repleta la bolsa de un pobre bufón, o la de un ciego? Porque yo, aunque sea pequeño, como como dos.

MARITORNES.- ¿Pero no estabais tú y ese fantoche al servicio de la hija del Rey Micomicón?

EL BUFÓN.- ¡Pobre señora mía, la infantina !

EL CIEGO.- Si, si: ¡pobrecita…!

MARITORNES.- ¿Se ha casado?

EL BUFÓN.- Hace tres días que toda la Corte viste por ella de luto.

VERDEMAR.- ¿Cómo puede ser? Yo la he visto pasear en los jardines de su palacio, y quedé maravillado de tanta hermosura.

EL BUFÓN.- Bien se advierte que sois nuevo en este reino y no tenéis noticia de la presencia del Dragón.

EL CIEGO.- Hace tres días que ruge ante los muros de la ciudad, pidiendo que le sea entregada la Señora Infantina.

EL BUFÓN.- Salieron a combatirle los mejores caballeros.

EL CIEGO.- Pero a todos ha vencido y dado muerte.

MARITORNES.- El Dragón es animal invencible, y salir a pelear con el una locura.

EL BUFÓN.- Por eso, yo, antes de verme en tal aprieto, dejo el servicio de la Señora Infantina, como mi compadre, pero yo pienso hacerme parlamentario autonómico.

EL CIEGO.- Con tu experiencia, querido bufón, te será fácil, según creo.

VERDEMAR.- ¿Y no te parece que es ingratitud muy grande dejarla cuando más necesita que la diviertas con tus burlas?

EL BUFÓN.- ¡Imaginas que hay burlas capaces de divertir a quien espera la muerte entre los dientes de un terrible dragón? Todo el país está asustado. Yo aquí ya no pinto nada. Los Bufones somos buenos para la gente holgazana y sin penas.

EL CIEGO.- Claro: sólo en los Congresos hacen gracia las payasadas: en Italia el primer ministro es pariente tuyo.

EL BUFÓN.- Por supuesto.

MARITORNES.- Aquí está el cordero.

LA MARITORNES pone en la mesa el cordero, que humea y colma la fuente de loza azul, tamaña como un viejo carcamán y esportillada.

EL CIEGO.- ¡Buen olor despide!

VERDEMAR.- ¿No pensabas hallar tan buena mesa?

EL CIEGO.- Cierto que no.

VERDEMAR.- Os convidé porque quiero pediros nuevas de la Infantina.

EL BUFÓN.- ¡Ah! Lo sabía: eres un sentimental. ¿Qué dices tú, compadre Zacarías?

EL CIEGO.- ¡Un sentimental!

VERDEMAR.- La vi un momento pasar entre los laureles del parque real, y sólo con verla nació en mí el deseo de vencer al Dragón.

EL CIEGO.- Dicen que sólo con una espada de diamante podría dársele muerte.

EL BUFÓN.- Y ello es declararle inmortal, porque no existen espadas tales.

MARITORNES.- El Dragón es animal invencible, y salir a pelear con el una locura.

 

Entra un famoso rufián, que come de ser matante y cena de lo que afana la coima guiñando el ojo a los galanes, cuando se tercia. La coima viene con él.

EL BRAVO.- ¿Es aquí donde se cena de balde? Siéntate, Geroma.

GEROMA.- Dile a ésos que me dejen sitio, Espandián.

EL BRAVO.- ¡Hola, bergantes! Haced un puesto a mi dama.

VERDEMAR.- Una silla para la Señora Geroma.

Remedando los modos de la Corte, EL BUFÓN ofrece una silla a la Señora GEROMA. ESPANDIAN alarga su terrible brazo y la toma para sí, afirmándola en el suelo con un golpe que casi la esportilla y mirando en torno, retador. Cuando va a sentarse, VERDEMAR le derriba la silla. Da una costalada el matante y se levanta, poniendo lo mano al espadón.

EL BRAVO.- ¿Son éstas chanzas o veras?

VERDEMAR.- Veras y muy veras, Señor Espandián.

EL BRAVO.- Está bien, porque de chanzas tan pesadas no gusta el hijo de mi madre.

VERDEMAR.- Señora Geroma, aquí está vuestra silla.

GEROMA.- Gracias, gentil caballero.

EL BRAVO.- Y mi silla, ¿dónde está?

VERDEMAR- Sólo aquellos que yo convido tienen puesto en mi mesa, Señor Espandián.

EL BRAVO.- Yo tengo puesto en todas partes, porque mi espada me lo asegura.

VERDEMAR.- Que tu espada te lo asegure no es cosa probada. Que tu insolencia te lo quita es cosa cierta.

EL BRAVO.- ¡Tú quieres que riñamos !

VERDEMAR.- Eso lo dejo a tu capricho. En todo caso, sería después de haber servido a la Señora Geroma.

EL BUFÓN.- El favor que se hace a la Señora Geroma lo recibe el Señor Espandián, y no será tan ingrato que quiera pagarlo con una estocada.

GEROMA.- Espandián, marido mío, deja quieta la tajante. Repara con cuánta cortesía me trata este caballero y muéstrate agradecido.

EL BRAVO.- Porque reparo cómo te escancian de beber y te colman el plato, hablo así. ¿Dónde ha nacido ese uso bárbaro de que coma la mujer y ayune el marido? ¿Es de la Grecia ? ¿Es de la Roma? ¿Es de las tierras de Oriente? ¡No! Es de una región salvaje, para mi desconocida y para ti también, Geroma. Y si este caballero quiere implantar aquí tan afrentosos usos, yo se lo estorbaré con mi espada. Geroma, ese plato es mío, ese vaso es mío, esa silla, mía también.

GEROMA.- ¿Por qué ?

EL BRAVO.- Porque tú eres mía, según la Epístola de San Pablo, fundador de la Iglesia Católica.

GEROMA.- ¡Deja el vaso!

EL BRAVO.- Ya te dije que es mío.

GEROMA.- ¡Dame el plato!

EL BRAVO.- Ya te dije que es mío.

GEROMA.- ¡Borracho, rufián, apaleamujeres !

Se alegra la venta con tumulto. ESPANDIAN, tras de apurar el vaso de un solo trago, arrebata a la coima el plato lleno de cordero y pringue. La Señora GEROMA saca las uñas, arañándole la cara, y el rufián, puesto en pie, le escacharra el plato en mitad de la cabeza.

ESPANDIÁN.- Geroma, a mí puedes arañarme. Un hombre como yo conoce lo que son señoras. Pero ¡cuida de no decir una sola palabra ofensiva para mi honor!

GEROMA.- ¡Vuélveme el plato!

EL BUFÓN.- A una mujer se la mata, pero no se la falta. Seguro estoy de que se hallaría más conforme con que le hubieses quitado la vida, la Señora Geroma.

GEROMA.- ¡Qué hablas tú, cara de antruejo!

EL BUFÓN.- Hablo en vuestra defensa, Señora Geroma.

EL BRAVO.- Yo basto para su defensa. Geroma, quédate siempre en las palabras, que por ser tuyas no me ofenden. Pero la mujer debe obediencia al marido, y si lo olvidas, he de recordártelo, no por mí, sino por la devoción que tengo al santo Apóstol San Pablo y al Papa que lo representa.

VERDEMAR.- Cesad en vuestro llanto, Señora Geroma, y decid a vuestro marido que yo le pagara la cena si fuera mayor su cortesía.

EL BRAVO.- Con poca o mucha cortesía, ya veis cómo he cenado a vuestra costa. Y si queréis cobraros, sacad la espada.

Derribando la silla, se levanta ESPANDIAN, y, con la capa revuelta al brazo, a guisa de broquel, y la espada en la mano, toma campo en mitad de la cocina. VERDEMAR pone también mano a su espada. Riñen con mucho estruendo, y VERDEMAR hiere a ESPANDIAN.

VERDEMAR.- Ya te has cobrado.

EL BRAVO.- Ya puedes decir que eres un valiente. Cruzaste noblemente tu acero con Espandián. Claro está que yo no desenvolví todo mi juego. Eres tan niño, que al ver tu cara de arcángel me entraba no sé qué compasión. Habrás visto que por dos veces pude matarte: Una, de un bote recto; otra, de una flanconada.

GEROMA.- En mitad del corazón he recibido yo esa estocada. Vos no sabéis, señor, el genio de este hombre cuando está herido. ¿Veis mis carnes tan blancas? Serán de negro terciopelo mañana.

EL BUFÓN.- Tiene la herida en el brazo, Señora Geroma.

GEROMA.- ¡Ay! Mi Espandián es ambidiestro.

EL BRAVO.- Este joven caballero ha visto que le perdone la vida, y me hará la merced de prestarme algunos doblones para curarme.

VERDEMAR.- Ni las tretas de vuestra espada, ni vuestras palabras, tienen poder para abrir mi bolsa. Si estáis arrepentido de haberme perdonado la vida, podéis cobraros volviendo a reñir, puesto que sois ambidiestro.

EL BRAVO.- ¡Volveremos a reñir! ¡Te abriré la sepultura con mi espada!

VERDEMAR.- Vamos a verlo.

EL BRAVO.- Ahora, no. Ya sabrás de mí. Cuéntate con los muertos.

Al abrirse la puerta de la cocina para dejarle paso, se ve la noche azul y una gran luna sangrienta. Sale arrastrando de un brazo a la coima.

EL BUFÓN.- Volverá, no lo dudéis. Es el jefe de una banda de malhechores.

EL CIEGO.- Volverá con sus compañeros, debéis huir.

VERDEMAR.- Ya habéis visto que sé defenderme con la espada en la mano.

EL BUFÓN.- Pero contra el número nada puede la destreza. ¿No habéis oído un silbido?

EL CIEGO.- Es la señal para reunir a su gente. Atrancad, Maritornes.

LA MARITORNES avizora desde la puerta, en la oscuridad de la noche, y luego, con las manos temblonas, cierra y pone la tranca. Dos gallos cacarean en la caponera, rosman el gato y el perro, y EL BUFÓN, como un perlático, hace sonar sus mil cascabeles.

MARITORNES.- Se divisan bultos de embozados que se ocultan en el quicio de las puertas. En cuanto pongáis el pie fuera de estos umbrales os matarán.

VERDEMAR.- ¿Y pensáis que habré de encerrarme aquí como en un castillo encantado? Vamos afuera.

MARITORNES.- En ese caso, dejad saldada nuestra cuenta.

VERDEMAR.- Toma.

Le arroja una bolsa llena de oro. LA MARITORNES la recoge en el aire, haciendo una pirueta. Va a salir, y EL BUFÓN se le pone delante abriendo los brazos.

EL BUFÓN.- A un caballero tan generoso, que nos ha pagado la cena de esta. noche…

EL CIEGO.- Y que puede pagarnos la de otras.

EL BUFÓN.- No le consiento que vaya a morir como una res.

EL CIEGO.- Ni yo.

VERDEMAR.- Dejadme.

EL BUFÓN.- Si quieres salir, puedes hacerlo con un disfraz.

VERDEMAR.- Dejadme os digo.

MARITORNES.- ¡Qué dolor! Un caballero tan joven y tan bien parecido!

EL BUFÓN.- Una cosa es ser valiente…

EL CIEGO.- Y otra ser temerario.

MARITORNES.- Tomad un disfraz, como os aconseja el compadre Bertoldo.

EL BUFÓN.- ¿Ves esta criba? Así te pondrán la piel.

VERDEMAR.- Abrid la puerta. Veréis cómo mi espada me asegura el camino.

MARITORNES.- Gentil caballero, ¿por qué no tomáis un disfraz como os aconsejan vuestros amigos? ¿Queréis mi basquiña?

VERDEMAR.- ¡Jamás!

EL BUFÓN.- Tomad mi traje de bufón. ¡Siempre que me dejéis el vuestro!

VERDEMAR.- ¡Sea! Tal vez tu traje me ayude en mis designios.

MARITORNES.- Entrad ahí.

Desaparecen por un arco que hay en el muro, y casi al mismo tiempo se oye fuera el rumor de los brigantes que manda ESPANDIAN. A poco llaman en la puerta con el pomo de los puñales.

EL BRAVO.- ¡Maritornes!

MARITORNES.- ¿Quién va?

EL BRAVO.- ¡Abrid con mil diablos!

MARITORNES.- ¿Quién va digo?

EL BRAVO.- ¡Derribad la puerta, amigos míos!

MARITORNES.- Esperad. ¿Sois el Señor Espandián?

EL BRAVO.- Al fin reconoces mi voz, ventera.

MARITORNES.- Pero ¿por qué no decíais vuestra gracia? Esperad, que voy por la llave. ¡Daos prisa vosotros!

Abre la puerta. ESPANDIAN se adelanta. Y a todo esto, VERDEMAR se desliza pegado al muro, vestido de bufón. Hace una reverencia y sale a la noche quimérica y azul, bajo la cara chata de la luna. MARITORNES suspira.

EL BRAVO.- ¿Dónde está ese tocino del cielo?

MARITORNES.- Eso digo yo. ¿Dónde está ese mozuelo atrevido? ¡Que salga! Voy a buscarlo. ¡Caballero, salid! Acá os buscan. ¿Para qué digo que le buscáis?

EL BRAVO.- Para una urgencia. Pero yo iré a sacarle de su escondite.

Pasa bajo el arco ESPANDIAN, con la espada desnuda, y sale trayendo suspendido del cuello al BUFÓN, que aparece en pernetas, con calzones de franela amarilla. Entre las manos del BUFON cuelga lacio el vestido de VERDEMAR.

EL BUFÓN.- Me habéis salvado la vida, Señor Espandián. Poco faltó para que ese mozuelo me pasase con su espada. Al pecho me la puso para que le entregase mi sayo. ¡Y no paró allí!

EL CIEGO.- ¡Quiso obligarle a que se pusiese su vestido para que le confundieseis con él y le mataseis!

EL BUFÓN.- Calla, compadre… Me habéis salvado, Señor Espandián. ¡Dejadme que os bese las manos!

EL BRAVO.- No se por qué, pero todo lo que cuentas se me antoja una fábula. ¡Ay de ti si fuiste cómplice en el engaño! Venga ese traje.

EL BUFÓN.- Dejad que me lo ponga.

EL CIEGO.- Ya deshecho el engaño, repara que no hay reparo, Espandián…

EL BRAVO.- ¡Quita, fantoche! Venga, digo.

De una tajada el bravo corta la cabeza del muñeco Ciego

EL BUFÓN.- ¡Compadre Zacarías! ¡Habéis perdido la cabeza! Y yo me voy a constipar.

Abre la boca con un gran estornudo y hace la santiguada. El matante arrebata en sus manos el vestido de VERDEMAR.

EL BRAVO.- Algo pasado está. Pero mi Geroma me lo dejará como nuevo.

EL BUFÓN.- Maritornes, ¿quieres prestarme tu basquiña ?

MARITORNES.- Sólo tengo la puesta.

EL BUFÓN.- ¿No te da compasión de verme temblar ?

MARITORNES.- Acércate al fuego.

Salta sobre el hogar y se sienta en la boca del pote, embullando y farsando para desarrugar el ceño del matante. Se oye fuera un pregón.

MARITORNES.- ¿Será el pregón de tu cabeza, Espandián ?

EL BUFÓN.- Entonces me haríais el favor de dejarme el vestido.

PREGONERO.- (off) ¡Oíd! El poderoso Rey Micomicón hace saber a todos, caballeros y villanos, que aquel que diese muerte al Dragón, salvando la vida de la Señora Infantina, será con ella desposado…

MARITORNES.- El Dragón es animal invencible, y salir a pelear con el una locura.

EL BRAVO.- Yo no estoy loco.

PREGONERO.- (off) Y, además, el poderoso Rey Micomicón dará en dote la mitad de su reino a la Señora Infantina.

EL BRAVO.- …pero he ahí una empresa digna de mi brazo. Creo que tendré que repudiar a mi buena Geroma… Oigamos bien lo que tiene que decirnos ese pregonero…!

(Salen todos y, por una esquina del oscuro de la noche que invade el cuarto, EL DUENDE se descuelga como una telaraña delgada y reluciente)

EL DUENDE.- ¡íd todos a oir el pregón del Dragón! Y enteráos bien de que el gran día es mañana. Mañana por la mañana la Infantina saldrá a su jardín a despedirse de sus rosas, pues por la tarde la entregarán al Dragón, para que sea devorada, pues sólo así se aplacará -durante un año- la ira del gran monstruo. [Estas costúmbres bárbaras tampoco son tan antiguas: en ciertos estados muy unidos los sacrificios hoy ni siquiera sirven para alimentar a los reptiles.] Pero en fin, a lo que iba: cuando los cuentos se cuentan bien, la noche nunca dura lo que dura la noche, y el amanecer sigue a la puesta del sol como una nota sigue a otra en una canción. Y se tarda más en contarlo que en ver que la Infantina ya está saliendo, triste y sóla, a su jardín…

Y yo me callo, que no me gusta a mí hablar tanto…

ESCENA TERCERA

En un jardín del Palacio del REY MICOMICON. Jardín con rosas y escalinatas de mármol, donde abren su cola los pavos reales. Un lago y dos cisnes unánimes. En el laberinto de mirtos, al pie de la fuente, está llorando la hija del Rey. De pronto se aparece a sus ojos, disfrazado de bufón, VERDEMAR.

VERDEMAR.- ¡Señora Infantina!

INFANTINA.- ¿Quién eres ?

VERDEMAR.- ¿Por qué me preguntas quién soy cuando mi traje a voces lo está diciendo? Soy un bufón.

INFANTINA.- Me cegaban las lágrimas y no podía verte. ¿Qué quieres, bufón?

VERDEMAR.- Te traigo un mensaje de las rosas de tu jardín real. Solicitan de tu gracia que no les niegues el sol.

INFANTINA.- El sol va por los cielos, mucho más levantado que el poder de los reyes.

VERDEMAR.- E1 sol que piden las rosas es el sol de tus ojos. Cuando yo llegué ante ti, señora mía, los tenías nublados con tu pañolito.

INFANTINA.- ¿Qué pueden hacer mis ojos sino llorar?

VERDEMAR.- Por unos soldados supe tu desgracia, Señora Infantina. Dijeron también que estabas sin bufón, y aquí entré para merecer el favor de servirte. Ya sólo para ti quiero agitar mis cascabeles, y si no consigo alegrar la rosa de tu boca, permíteme que recoja tus lágrimas en el cáliz de esta otra rosa.

De un rosal todo florido y fragante que mece sus ramas al viento, VERDEMAR corta la rosa mas hermosa y se la ofrece a LA INFANTINA, arrodillado ante ella, recordando a un bufón de Watteau.

INFANTINA.- ¿Para qué ?

VERDEMAR.- Para beberlas.

INFANTINA.- ¿Has probado alguna vez las lágrimas, bufón? ¡Son muy amargas!

VERDEMAR.- Divino licor para quien tiene por oficio decir donosas sales.

INFANTINA.- Pero ¿en verdad eres lo que representa tu atavío?

VERDEMAR.- ¿Por qué lo dudas?

INFANTINA.- Porque tienen tus palabras un son lejano que no cuadra con tu caperuza de bufón. ¿Hace mucho que llevas los cascabeles?

VERDEMAR.- Desde que nací. Primero me cantaron en el corazón; después florecieron en mi caperuza.

INFANTINA.- Yo tuve un bufón, que me abandonó poco hace. No se parecía a ti.

VERDEMAR.- Todos los bufones somos hermanos, pero una misma canción puede tener distintas músicas. ¿Quieres tomarme a tu servicio, gentil señora? Mis cascabeles nunca te serán importunos. Si estás alegre, repicarán a gloria; si triste, doblarán a muerto. Los gobernaré como gobierna las campanas un sacristán.

INFANTINA.- Poco tiempo durarías en mi servicio.

VERDEMAR.- ¿Poco?

INFANTINA.- Si conservas esta rosa, puede durar más tiempo en tus manos. ¡Hoy es el día de mi muerte! Para salvar el reino debo morir entre las garras del Dragón.

VERDEMAR.- Conservaré la rosa hasta mañana.

INFANTINA.- Bufón mío, prométeme que irás a deshojarla sobre mi sepultura.

VERDEMAR.- Tu no morirás, Infantina. Mañana cortarás en este jardín otra rosa para tu bufón, que te saludará con la más alegre música de sus cascabeles de oro.

INFANTINA.- Si eso fuera así, y mañana estuviera viva, te recibiré con la rosa más hermosa del jardín. Pero mucho me temo que mañana oiré tu música debajo de la tierra. ¡Que divino son tienen tus cascabeles!

Se va LA INFANTINA, y VERDEMAR la mira alejarse por los tortuosos senderos del laberinto, como perdida o encantada en él. En el fondo excavado de un viejo roble, canta EL DUENDE.

VERDEMAR.- ¡Princesa de mis sueños, moriré en la demanda o triunfaré del Dragón!

EL DUENDE.- ¡Me diste libertad,

mi paloma real !

¡Palomita que vuelas tan alto,

sin miedo del gavilán!

VERDEMAR.- ¡Ah! ¡El Duende! Le llamaré en mi auxilio. Afortunadamente, conservo el anillo que me dejó cuando le abrí la puerta del torreón.

EL DUENDE.- Aquí estoy, Príncipe mío. ¿Qué deseas?

VERDEMAR.- Tu ayuda para triunfar del Dragón.

EL DUENDE.- ¿Y qué necesitas para ese propósito?

VERDEMAR.- Tener la espada de diamante, según dicen, aunque también dicen que tal espada no existe.

EL DUENDE.- Sí que existe. Y hela aquí.

EL DUENDE hace aparecer, en medio de grandes y sibilinos aspavientos y hasta situarlo bajo la mismísima nariz de Verdemar, el paraguas hipnótico de H.G. Wells.

 

VERDEMAR.- Pero duende: esto es un paraguas.

EL DUENDE.- ¿Cuántas espadas de diamante has visto en tu vida?

VERDEMAR.- Ninguna.

EL DUENDE.- ¡¿Entonces cómo pretendes saber qué aspecto tienen?! Si las espadas de diamante parecieran espadas de diamante, serían objetos perfectamente vulgares.

VERDEMAR.- ¿Estás seguro?

EL DUENDE.- Por completo. Y ahora, anda, que se nos hace tarde: tengo que enseñarte a manejarla. Vamos, vamos, pasa tú delante con tu espada de diamante.

VERDEMAR.- ¿Y es difícil manejarla?

EL DUENDE.- Depende de lo hábil que se sea.

(Sale VERDEMAR)

EL DUENDE.- Así se cuentan las historias, yendo al grano, y no con tanto cuento… al grano… al grano…

(Sale EL DUENDE)

 

ESCENA CUARTA

Un bosque de mil años, en el Reino del REY MICOMICON. La Señora INFANTINA aparece entre LA DUQUESA y EL MAESTRO DE CEREMONIAS, que anda el primero batiendo el suelo con su porra de plata.

INFANTINA.- ¡Dejadme aquí !

CEREMONIAS.- ¡Imposible, Señora Infantina!

INFANTINA.- ¡Ved que no puedo más !

CEREMONIAS.- Imposible acceder a vuestro ruego. Sólo nos detendremos un instante para esperar a la Señora Duquesa, que siempre se queda atrás en estos casos.

INFANTINA.- ¡Sois cruel, Señor Maestro de Ceremonias! Decidme, al menos, cuánto falta de camino.

CEREMONIAS.- Unos aldeanos me dijeron que la carrera de un galgo.

INFANTINA.- ¡Qué camino tan penoso!

CEREMONIAS.- ¡Ánimo! El paraje donde el Dragón se come a las Princesas ya no puede hallarse muy distante. ¡La carrera de un galgo no es gran cosa!

INFANTINA.- ¡Estoy desfallecida !

CEREMONIAS.- Descansad un momento. Ahí llega la Duquesa.

INFANTINA.- ¡No puedo dar un paso! ¿Por qué no me dejáis aquí, Señor Maestro de Ceremonias?

CEREMONIAS.- ¡Imposible, Señora Infantina! La Corte del Rey vuestro padre mantiene en vigor las pragmáticas del buen Rey Dagoberto desde hace dos mil años, y por la decimoquinta se establece que cada vez que el Dragón se presente a reclamar una Princesa, ésta le sea llevada a la Fuente de los Enanos. ¡No podemos romper una tradición tan antigua!

INFANTINA.- ¡Por lo mismo que es antigua, Señor Maestro de Ceremonias!

LA DUQUESA.- Casi estoy por darle la razón a mi Señora la Infantina. Ya sabéis que soy severísima en cuanto atañe a la etiqueta; pero ahora me siento compadecida.

CEREMONIAS.- ¡Mentira me parece oír eso de vuestros labios, Duquesa!

INFANTINA.- Toda vuestra etiqueta la guardáis para el Dragón. ¡Para mí, que me veis rendida de cansancio, ni etiqueta ni compasión!

CEREMONIAS.- Yo sigo los usos tradicionales de la Corte.

LA DUQUESA.- Amigo mío, consultad si hay precedentes de que otra Infantina se haya fatigado en el camino como nuestra Señora, y ved lo que se ha hecho entonces.

INFANTINA.- ¡Ya os digo que no puedo andar! Con precedentes o sin ellos, aquí me siento y de aquí no me muevo.

CEREMONIAS.- ¡Estas maneras, Duquesa, no las habréis visto en el gran siglo!

LA DUQUESA.- En todo tiempo, amigo mío, hubo niñas voluntariosas y mimadas.

CEREMONIAS.- ¿Qué hacéis, Señora Infantina?

INFANTINA.- Descansar a gusto, Señor Maestro de Ceremonias. Voy a morir para salvar al reino de ser destruido, no para que vos hagáis alarde de vuestra ciencia. Sois sin duda el más sabio de los tontos. Pero yo soy una niña que sólo sabe morir por salvaros a todos. Nunca he leído las pragmáticas del Rey Dagoberto, y no es cosa de que en este momento me aburráis con ellas.

CEREMONIAS.- ¿Qué le diremos al Rey vuestro padre? ¿Qué disculpa le daremos?

INFANTINA.- Llevadle mis chapines y decidle que me hacían tanto daño que no podía andar con ellos.

LA DUQUESA.- ¡Buena idea! Haced lo que os dice la Señora Infantina, y entablad una reclamación contra el zapatero. Eso podría al reglarlo todo.

CEREMONIAS.- No habrá otro remedio que considerarlo caso de fuerza mayor.

LA DUQUESA.- Dadme a besar vuestras manos, niña mía. Dejad que os llame así esta última vez que nos vemos. ¡Ah! ¡Quién pudiera morir por vos!

INFANTINA.- ¡Adiós, Duquesa! Decidle al Rey mi padre que muero contenta porque salvo a su reino.

CEREMONIAS.- No me guardéis rencor, Señora Infantina, y dadme también las manos a besar.

INFANTINA.- Con toda mi alma. Y recordad que a partir de ahora hay precedentes y no es preciso entregar las princesas al Dragón en la Fuente de los Enanos.

CEREMONIAS.- La pena de no ver a mi Señora la Infantina me matará este invierno.

LA DUQUESA.- ¡Adiós, mi niña adorada!

INFANTINA.- ¡Adiós !

CEREMONIAS.- Vamos, Duquesa, que si la noche nos coge en el bosque no sabremos salir.

LA DUQUESA.- ¿Hay lobos?

CEREMONIAS.- ¡Siempre hay lobos en los bosques!

LA DUQUESA.- ¡Y no lleváis armas!

CEREMONIAS.- Llevo el Discurso navideño del Rey. ¿No sabéis que los lobos se amansan, e incluso se duermen, con su música?

LA DUQUESA.- Niña mía, perdona que te deje con tal premura; pero ya comprendes cómo tendría que morirme de vergüenza si la noche me cogiese sola en el bosque con el Señor Maestro de Ceremonias. Vamos.

CEREMONIAS.- Os daré la mano.

LA DUQUESA.- ¡Gracias ! ¿Lleváis los chapines de la Infantina?

CEREMONIAS.- ¡Aquí los llevo! Vamos. [No he querido contradecir a la pobre niña, pero los usos tradicionales no pueden cambiar, porque en esta ocasión, única en dos mil años, no hayamos llegado a la Fuente de los Enanos.

LA DUQUESA.- ¿Vos no aceptáis que sea un precedente ?

CEREMONIAS.- ¡De ninguna manera ! Podría serlo, en todo caso, para modificar la forma de los chapines, pero de ninguna manera para modificar una pragmática del buen Rey Dagoberto. ¡Adónde iríamos a parar !]

LA INFANTINA queda sola en el bosque, sentada al pie de un árbol lleno de nidos y de cantos de ruiseñor.

INFANTINA.- ¡Guerreros soberanos de mi estirpe! ¡Dadme el aliento para saber morir! Me cubriré con mi manto. ¡No quiero que puedan ver el miedo en mi rostro ni aun los pájaros del cielo!

Aparece EL REY MICOMICON, la melena al viento. Es un gigante de cien años, con largas barbas como el viejo Emperador Carlomagno. Camina desorientado, y al ver a su hija, la Señora INFANTINA, da un gran grito.

MICOMICON.- ¡Hija! ¡Al fin te encuentro!

INFANTINA.- ¿Cómo estáis aquí, padre mío ?

MICOMICON.- He salido del palacio disfrazado. Vengo para salvarte. ¡Oh! ¡Creía llegar tarde! ¡Vamos! Cerca de aquí me espera tu paje fiel, con un caballo.

INFANTINA.- No tengo chapines, padre mío.

MICOMICON.- ¡Oh! ¡Qué niña loca! Te llevaré en brazos.

INFANTINA.- ¿Adonde, padre mío?

MICOMICON.- A una tierra lejana y feliz donde no haya monstruos. Para salvarte, renuncio mi corona.

INFANTINA.- Y vuestro reino todo será abrasado por los ojos del Dragón. ¡No, padre mío!

MICOMICON.- Entonces ya no sería mi reino, hija querida.

INFANTINA.- Yo quiero salvar a todos los que una vez besaron mis manos como Infantina. ¡Dejad que se cumpla mi destino!

MICOMICON.- ¡Qué triste fin el de mi reinado !

INFANTINA.- ¡Volved al palacio! Ahora que sois desgraciado gobernareis mejor, pues los ojos llenos de lágrimas son más clementes. Apartaos las barbas para que os pueda besar.

MICOMICON.- ¡Adiós, hija mía, Blanca Flor!

INFANTINA.- ¡Adiós, padre mío !

MICOMICON.- ¡Nunca pensé que recorrería un camino tan lleno de espinas siendo Rey!

Se aleja EL REY por aquel bosque antiguo, lleno de ecos como un sepulcro. Camina despacio y con anhelo, sacudida la espalda por los sollozos. Aparece VERDEMAR con una armadura resplandeciente, semejante a un Arcángel.

VERDEMAR.- Princesa de mis sueños, soy un enamorado de tu hermosura, y vengo de lejanas tierras para vencer al Dragón.

INFANTINA.- El Dragón es invencible, noble caballero.

VERDEMAR.- Si fuese como dices, bastaría para mi gloria dar la vida en tu defensa. ¡Ya está ahí el Dragón!

Oyese el vuelo del DRAGÓN rompiendo las ramas de los árboles y asustando a los pájaros. Es un monstruo que tiene herencia de la serpiente y del caballo, con las alas del murciélago.

INFANTINA.- Yo no quiero que tan noble vida se aventure en una muerte cierta. Huid, generoso paladín.

VERDEMAR.- Son hermanos tu destino y mi destino. Sea una nuestra suerte, y la estrella de la tarde, que ahora nace en el cielo, vea nuestra desgracia o nuestra ventura.

VERDEMAR pelea con el DRAGON. La boca del monstruo descubre siete hileras de dientes. Hay un momento en que el paladín siente desmayar su brío. Pero le anima el sentimiento divino del amor, y levantando a dos manos la espada, que parece un rayo de sol, da muerte al DRAGON.

INFANTINA.- ¿Quién sois, que poseéis la espada de diamante? Vuestra es mi vida, valeroso guerrero. Llevadme a la Corte de mi padre, y mi reino será vuestro.

VERDEMAR.- Sólo puedo conduciros hasta las puertas de la ciudad. Un voto me impide entrar en las cortes.

INFANTINA.- Juradme al menos que aún os veré otra vez.

VERDEMAR.- Os lo juro.

INFANTINA.- ¿Vendréis a verme?

VERDEMAR.- Os lo juro doblemente.

INFANTINA.- ¡Ay! No tengo chapines.

VERDEMAR.- Yo tengo para ti, Infantina, unos chapines de oro.

 

EL PRÍNCIPE produce como por ensalmo unos chapines principescos.

INFANTINA.- ¡Oh ! ¡Qué lindos! Solo las hadas de los cuentos los tienen así.

VERDEMAR.- ¿Me dejas encerrar en ellos los lirios de tus pies?

INFANTINA.- ¿Y tú no olvidarás la promesa de volver a verme?

VERDEMAR.- Aun cuando quisiera olvidarla, no podría.

Se alejan, y buscan el camino el uno en los ojos del otro. Y van así por el bosque, que empieza a llenarse de sombras, y los ruiseñores cantan en sus nidos. Cuando la Infantina ya ha desaparecido de la vista, VERDEMAR pone el pie sobre la cabeza del DRAGON y le arranca la lengua.

VERDEMAR.- Le extraeré el veneno de la lengua y lo venderé, en la Corte del Rey Micomicón, a los poetas y a las damas que murmuran de todo.

¡Quien a la sierpe matará,

con la Infantina casará!

¡Quien diere muerte al Dragón,

reinaría en el reino de Micomicón !

ESCENA QUINTAY ÚLTIMA

En los jardines reales. El pavón, siempre con la cola abierta en abanico de fabulosos iris está sobre la escalinata de mármol que decoran las rosas. Y al pie, la góndola de plata con palio de marfil. Y los cisnes duales en la prora bogando, musicales en su lirada curva. O mas o menos. LA INFANTINA pasea en la góndola. LA DUQUESA le da compañía en calidad de dama de respeto.

LA DUQUESA.- Ya veis cómo me había vestido de luto. No me importa, porque un vestido negro nunca sobra. ¿Y decís, niña mía, que era un bello paladín ?

INFANTINA.- Bello más que el sol.

LA DUQUESA.- ¿Cómo no habrá venido a recibir la recompensa? Sin duda, no sabe que al vencedor le será otorgada vuestra mano.

INFANTINA.- ¡Acaso no me ame!

LA DUQUESA.- ¿No amaros, y os ha visto? Y aun cuando no fuese para desposaros, debía venir para que le conociésemos las damas de la Corte.

INFANTINA.- ¡El me prometió venir un día!

LA DUQUESA.- Entonces cumplirá su palabra.

INFANTINA.- Yo le espero siempre.

LA DUQUESA.- ¿Vos ya le amáis?

LA INFANTINA.- Cuando se me apareció en el bosque creí que le había visto otra vez. Pero ¡no pude reconocerle!

LA DUQUESA.- ¿Le habíais visto en sueños?

INFANTINA.- Eso pensé yo.

LA DUQUESA.- Si me dais permiso voy a quitarme estas tocas de luto. Me vestiré de colorado.

Desembarcan en la escalinata de mármol. VERDEMAR, con traje de bufón, las saluda haciendo una pirueta. LA DUQUESA da un respingo, porque odia la parla atrevida y aviesa de tales locos. EL PRINCIPE le grita a la oreja.

VERDEMAR.- ¿Vestiros de colorado? ¡No hagáis tal!

LA DUQUESA.- ¡Qué necio asombro!

VERDEMAR.- Duquesa gaitera os van a llamar.

LA DUQUESA.- No me importa.

VERDEMAR.- Además, siempre es peligroso vestir de colorado en la Corte.

LA DUQUESA.- ¿Por qué?

VERDEMAR.- Es el color con que se llama a los toros.

LA DUQUESA.- Con vuestro permiso, Señora Infantina.

LA DUQUESA, con un gesto impaciente, rechaza al bufón. VERDEMAR le hace una mueca. Después, como si un pensamiento le cambiase el rostro y el alma, suspira contemplando a LA INFANTINA.

INFANTINA.- A tiempo llegas para divertirme, bufón.

VERDEMAR.- ¿Estás triste, Señora mía? ¿Cuáles son tus penas?

INFANTINA.- No tengo penas. Solo tengo recuerdos y quiero olvidar.

VERDEMAR.- No se olvida cuando se quiere.

INFANTINA.- Dicen que hay una fuente…

VERDEMAR.- Esa fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años.

INFANTINA.- Pero ¿se olvida al beber sus aguas?

VERDEMAR.- Se olvida sin beberlas. Es el tiempo quien hace el milagro, y no la fuente. Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre…

INFANTINA.- ¿Y se es feliz al olvidar?

VERDEMAR.- Eso podrán decírtelo los viejos.

INFANTINA.- Se lo preguntaré a la Duquesa.

VERDEMAR.- ¡No hagas tal, Señora mía! La Duquesa no ha olvidado por vieja, sino por el título. Y tú, ¿has olvidado con qué palabra me diste esta rosa?

INFANTINA.- ¡Es verdad! Tu fuiste el único que encendió mi corazón con una esperanza, asegurándome que no seria victima del Dragón. ¿Cómo podías saberlo?

VERDEMAR.- Se lo pregunté a una margarita deshojándola.

INFANTINA.- ¿Y no le has preguntado si un día volverá mi paladín?

VERDEMAR.- Se lo he preguntado.

INFANTINA.- ¿Y qué dijo la flor?

VERDEMAR.- Que volverá.

Aparece el REY MICOMICON, con manto de armiño, corona y cetro. La DUQUESA viene con él, la boca fruncida en el mohín de una fresa.

MICOMICON.- ¡Hija mía, Blanca Flor! Un heraldo acaba de anunciarme la venida del caballero vencedor del Dragón. ¿Oyes el son de esa trompa? Su poderoso aliento la hace sonar.

INFANTINA.- ¡Cómo tiembla mi corazón al esperarle!

VERDEMAR.- Aquella tarde que imaginabas ir a la muerte, me ofreciste una rosa si volvías a tu jardín. ¡Que la dicha no te haga veleidosa!

INFANTINA.- Te la daré otro día.

VERDEMAR.- ¡Ay, mi Señora! ¡Qué pronto aprendiste la ciencia del olvido! Sólo deseo que te sirva para ser feliz

INFANTINA.- Déjame, bufón. Tendrás, en vez de la rosa, un vestido nuevo, y eso saldrás ganando.

VERDEMAR.- Un paladín se anuncia como tu salvador, pero no podrás reconocerle. ¡Cuando olvida el corazón, también olvidan los ojos!

LA DUQUESA.- ¡Señora Infantina! ¡Oíd! Pide venia para saludaros el más poderoso caballero de la Cristiandad, el que ciñe la espada de diamante, el que dio muerte al Dragón.

Aparece ESPANDIAN. Las guías del mostacho, estupendas y retorcidas, casi le tocan las orejas. Su espadón, de siete cuartas, da temblores. Por bajo el ala del chapeo, uno de sus ojos asesta terribles miradas, porque el otro lo trae cubierto con un parche. Carga con un fardo ignoto y monumental que teatralmente deja a un lado.

EL BRAVO.- Hija del Rey, dame tus manos a besar.

INFANTINA.- ¿Donde queda tu señor?

EL BRAVO.- Nunca tuve señor.

INFANTINA.- El valeroso paladín a quien debo la vida, y de quien, sin duda, traes algún mensaje, ¿dónde queda ?

EL BRAVO.- Yo soy ese paladín, hija del Rey. Me desconoces porque las lágrimas te cegaban en aquellos momentos y no te permitían ver bien. Era como si tuvieses telarañas en los ojos.

INFANTINA.- ¡Aquel era un hermoso caballero!

EL BRAVO.- ¿Yo no te parezco hermoso?

INFANTINA.- ¡Tu eres un impostor! Padre mío, mandad que le azoten.

MICOMICON.- Si es verdad lo que dices, le mandaré ahorcar.

EL BRAVO.- Rey de Micomicón, te daré tales pruebas, que sea imposible dudar de mis palabras. Tu hija es natural que no me reconozca. En aquel instante debí parecerle bello como un arcángel. ¡Además, ya he dicho que lloraba hilo a hilo!

MICOMICON.- Seca tus ojos, hija mía. Mírale bien. ¿No hay ningún rasgo que te lo recuerde?

INFANTINA.- Ninguno.

MICOMICON.- ¿La voz acaso ?

INFANTINA.- ¡Era una música aquella voz !

EL BRAVO.- Como ahora estoy ronco, no la reconoce.

MICOMICON.- ¿Qué pruebas puedes darme de que eres tú quien dio muerte al Dragón?

EL BRAVO.- La cabeza del monstruo.

MICOMICON.- ¿Dónde está?

EL BRAVO.- Aquí fuera la he dejado, pues su visión produce espanto.

MICOMICON.- ¡Tráela inmediatamente!

EL BRAVO.- En menos que canta un gallo

ESPANDIAN se dirige ha donde ha dejado el misterioso atado y lo acerca, con esfuerzos de morlaco.

MICOMICON.- ¡Camina agobiado!

EL BRAVO.- Es pesada como una tesis doctoral. ¡Vedla! Mi espada le atravesó la frente… Catad el agujero.

MICOMICON.- ¡Hija mía, toda duda es imposible. Vuelve los ojos a este valeroso caballero, pídele perdón por haber dudado y ofrécele tu mano.

INFANTINA.- ¡Jamás! ¡Es un impostor os digo! Mandad que le azoten.

MICOMICON.- ¿Tampoco reconoces la cabeza del monstruo?

LA DUQUESA.- ¡Siete hileras de dientes, como relata la crónica del buen Rey Dagoberto!

MICOMICON.- ¿Reconoces este trofeo?

INFANTINA.- ¡Oh! ¡Yo me vuelvo loca! ¡Por qué no hallé la muerte en el bosque!

EL BRAVO.- No has visto bien estas siete hileras de dientes.

VERDEMAR, en su traje de bufón, salta como un muñeco de resorte de su caja, haciendo sonar los cascabeles como aquellos que poseen también ciertas serpientes.

VERDEMAR.- Yo a ti te conozco, compadre y mira por dónde te encuentro ahora en paraje tal donde no dejarán de hacer justicia. ¡Sabed que este hombre ha robado a un buen amigo mío!

MICOMICON.- ¡Silencio, truhán !

INFANTINA.- Dejadle hablar, padre mío. Ven a mi lado, Bufón.

VERDEMAR.- En una venta halle con un generoso caballero que me cambió su traje galán por mi sayo de bufón. ¡Y ese bergante, escapado de galeras, me lo robó! Antes tuvo pendencia con el caballero, y se ganó una herida en un brazo. Que se arremangue y la veréis.

EL BRAVO.- No es preciso. He reñido porque mi descanso es pelear. ¡Alcancé una herida, pero maté a mi adversario!

VERDEMAR.- Todo es fantasía. Pero en ello no entro ni salgo. ¡Que diga por qué me robó el vestido!

EL BRAVO.- Lo guardé como trofeo de mi victoria.

MICOMICON.- ¡Basta! Tú tendrás otro vestido, Bertoldo.

EL BRAVO.- Tendrás dos. Uno del Rey y otro mío.

MICOMICON.- Este caballero, a quien has injuriado, como villano que eres, es el prometido de tu Señora la Infantina Blanca Flor. ¡Pídele perdón!

VERDEMAR.- ¡Prometido de mi Señora un capitán de bandoleros! ¡El pícaro Espandián!

MICOMICON.- ¿Tú eres Espandián?

EL BRAVO.- Señor, yo soy Espandián.

INFANTINA.- ¡Ya veis cómo tenía razón!

MICOMICON.- Tu cabeza esta pregonada.

EL BBAVO.- Señor, mi cabeza estaba pregonada, pero creo haberla rescatado con la cabeza del Dragón.

MICOMICON.- ¿Y crees también poder casarte con mi hija la Infantina Blanca Flor?

EL BRAVO.- Rey, yo sólo creo en tu palabra.

MICOMICON.- ¿Qué dices, hija mía muy amada? Yo di mi palabra real de hacer tus desposorios con aquel que diese muerte al Dragón. ¿Quieres que sea perjuro a mi palabra?

INFANTINA.- ¡No, Rey Micomicón! Pero tu hija te ofrece morir para salvar el honor de su estirpe soberana.

MICOMICON.- Óyeme con calma, hija mía. Espandián no es un bandolero vulgar. Reina en los montes, y en los caminos tiene una hueste aguerrida y numerosa. Si yo le concedo beligerancia…

INFANTINA.- ¡No habléis así, padre mío !

MICOMICON.- Aun sin matar al Dragón, podría ser uno de mis nobles. ¿Imaginas que es otro el origen de mis Pares y mis Duques?

INFANTINA.- Padre mío, moriré, porque no le amo y porque el corazón me dice que es un impostor.

MICOMICON.- ¡Eso ya es histerismo!

VERDEMAR.- ¡Tu fe te salva, Infantina Blanca Flor! Rey, manda que venga un carnicero, un cirujano, un asesino o un general que haya cortado muchas cabezas.

MICOMICON.- ¡Que venga el heroico General Fierabrás!

LA DUQUESA.- Señor, mi marido hace veinte años que está encamado.

MICOMICON.- ¡Que se levante para servir a su Rey!

LA DUQUESA.- Señor, además de encamado, está un poco desquiciado.

MICOMICÓN.- No importa, que venga.

LA DUQUESA.- No os lo recomiendo, señor, acostumbra a irse de cuerpo sobre los atavíos reales.

MICOMICÓN.- Que fatalidad.

LA DUQUESA.- Pero a cualquier cosa que el os pudiera responder, puedo yo hacerlo con dos veces más conocimiento.

MICOMICÓN.- De acuerdo, responderás en su lugar.

VERDEMAR.- Escucha, poderoso Rey de Micomicón, y tú, dulce Infantina, enjuga tus lágrimas y escucha también.

INFANTINA.- ¡Oh! ¡Qué ilusión! Me pareció que tus palabras me traían como un aire lejano, la música de aquella voz. Habla, bufón mío.

VERDEMAR.- El corazón no te engañaba al decirte que ese hombre era un impostor.

INFANTINA.- ¡Lo veis, padre mío!

EL BRAVO.- ¿Eres tú quien lo afirma?

VERDEMAR.- ¡Yo! Tú, que eres la mujer del héroe del reino, ¿sabes si habrá cortado muchas cabezas el heroico General?

LA DUQUESA.- ¡No, hijo mío !

VERDEMAR.- ¿¡No le llaman Fierabrás!?

LA DUQUESA.- Es nombre que yo le puse, por el mal genio que gastaba en casa.

VERDEMAR.- Bueno, bueno: en resumen yo quería preguntarte si había cortado alguna cabeza que no tuviese lengua.

LA DUQUESA.- ¿Es una adivinanza ?

VERDEMAR.- No, gran Duquesa.

LA DUQUESA.- Todas las cabezas tienen lengua. ¿Está sin lengua alguno de vosotros? ¡Qué importa que la cabeza se halle sobre los hombros o separada!

VERDEMAR.- Pues esa cabeza no tiene lengua.

MICOMICON.- ¿Tú lo sabes?

VERDEMAR.- Podéis verlo vos mismo.

MICOMICON.- Abridle las fauces. ¡Ah !… ¡ No tiene lengua!

VERDEMAR.- Pero la tuvo. Vedla aquí.

MICOMICON.- ¿Qué quieres decir?

VERDEMAR.- Que soy quien ha dado muerte al Dragón.

INFANTINA.- ¡Por eso tu voz encantaba mi oído, y tu mirada hacía latir mi corazón! ¡Ahora te reconozco!

MICOMICON.- Hija mía muy amada, podías ser la esposa de ese hombre, porque un bandolero puede ser tronco de un noble linaje, como nos enseña la historia. Pero no puedes ser la esposa de un bufón.

LA INFANTINA- Sí, padre mío, porque le amo.

MICOMICON.- Tomarás la cicuta, como aquel filósofo antiguo. Traedle una taza, Duquesa.

LA DUQUESA.- ¡Oh, qué tragedia! ¡Y yo que no puedo llorar! ¿Queréis la cicuta muy azucarada, niña mía?

INFANTINA.- ¡Padre mío, dejadme casarme con el que amo!

MICOMICON.- Un bufón no puede ser tronco de una monarquía.

VERDEMAR.- Pero un Príncipe, sí. Yo soy Verdemar, hijo de tu amigo el Rey Manguncián. Mira, Señor, cómo tengo en el pecho la flor de lis, distintivo de todos los príncipes de mi sangre.

MICOMICON.- ¡Oh Príncipe Verdemar! Tú reinaras en mi reino con la Infantina.

VERDEMAR.- Princesa, Señora mía, estás en deuda con tu bufón. Me debes una rosa.

INFANTINA.- Te daré todas las rosas del rosal.

VERDEMAR.- Y los lirios de tus manos a besar.

MICOMICON.- Entremos al palacio, hijos míos. El relente de la noche es malo para los enamorados.

VERDEMAR.- Un momento, pido aún que se me haga una nueva justicia.

MICOMICON.- ¿Qué justicia pides?

VERDEMAR.- Que me sea devuelto el vestido que a mi amigo le robó Espandián. Yo se lo haré llegar. Y no dejéis libre a este pícaro, porque se escapará.

MICOMICON.- Será internado en un blanco calabozo, hasta que venga el verdugo.

EL BRAVO.- ¡Poderoso señor, muévate a la clemencia el recuerdo de que estuve al tris de ser tu yerno!

MICOMICON.- No menciones tal oprobio porque mandaré arrancarte la lengua.

EL BRAVO.- Señora Infantina, yo hubiera querido vencer al Dragón. Pero la suerte lo dispuso de otro modo, y llegué tarde. ¡Halle gracia en tu corazón el caballero Espandián!

INFANTINA.- ¡Perdonadle, padre mío!

MICOMICON.- Atendiendo a que lo pide mi hija, muy amada, te perdono la vida.

EL BRAVO.- Gracias, poderoso Rey Micomicón.

MICOMICON.- Pero sufrirás la pena de azotes.

EL BRAVO.- ¡La pena de azotes! ¡Una pena infamante al caballero Espandián! ¡Una pena peor que la muerte, si el verdugo tiene la mano dura!

VERDEMAR.- ¡Se puede ambicionar ser rey del petróleo, de la banca y de las farmacéuticas! Pero ¡Rey constitucional en el Estado de Micomicón! ¡Estabas loco, Espandián!

EL BRAVO.- Me habían dicho que se cobraba bien.

VERDEMAR.- ¡Eso sí ! ¡Y en oro!(*)

LA DUQUESA.- Vayamos todos al comedor real. El banquete de celebración por la liberación de la Infantina se convertirá en banquete de bodas. Voy a ordenar que pongan un nuevo cubierto para el príncipe Verdemar. Además, tu padre, el rey Manguncián, llegó ayer por la noche, en viaje de protocolo, y podrás darle la buena nueva. (Sale)

VERDEMAR.- ¿Mi padre está en la corte?

MICOMICÓN.- Así es. Dentro de un instante podrás verlo y anunciarle la noticia de tus esponsales. Id con la Duquesa. Y tú, andando, bandolero Espandián, te mostraré tus nuevos aposentos. (Aunque antes quiero consultar contigo un ministerio nuevo) (Salen)

LA INFANTINA.- Aquí está la rosa que te prometí. Siento no habértela entregado antes.

VERDEMAR.- Aunque ahora ya no se la das al bufón que te la pidió, la acepto emocionado como Verdemar, porque viene de tus manos, de las que estoy dispuesto a recibir todo.

LA INFANTINA.- Vayamos, debes estar impaciente por ver de nuevo a tu padre, el Rey Manguncián.

VERDEMAR.- No lo estoy.

LA INFANTINA.- ¿Por qué?

VERDEMAR.- Prometió comerse mi corazón crudo y sin sal.

LA INFANTINA.- Algo terrible debió suceder para que dijera unas palabras tan nefastas.

VERDEMAR.- Sólo le di la libertad a un duende que tenía preso en su palacio. Y gracias a ese duende conseguí vencer al dragón y salvar tu vida.

LA INFANTINA.- Tu padre te perdonará.

VERDEMAR.- No lo se. Los reyes a veces obran cruelmente.

Aparece EL DUENDE, que trae los zuecos llenos de barro, y se detiene en la arcada para limpiárselos con unas pajas.

VERDEMAR.- Este es el duende. Amigo, ¿has visto a mi padre en el palacio?

EL DUENDE.- Creo que le he visto roncando en una hamaca del jardín.

VERDEMAR.- Pero vendrá al banquete, y cuando me vea se pondrá furioso.

EL DUENDE.- No te preocupes de nada. Yo le serviré un buen aperitivo a esta cena familiar.

VERDEMAR.- ¿Y qué le servirás?

EL DUENDE.- Un corazón de cordero crudo y sin sal, en un plato de oro. Seguidme, y veréis el final de esta historia.

Bajo la gran arcada que se abre sobre el jardín de los cisnes y las rosas acaban de aparecerse BERTOLDO, el antiguo bufón de la Señora INFANTINA, y su inseparable amigo fantoche, el CIEGO DE LAS GACETAS. Satisfechos de hallarse nuevamente en el escenario brillante del palacio, platican. Al fondo se adivina la silueta sonora del roncante Rey MANGUNCIÁN, despatarrado en una hamaca.

EL BUFÓN.- ¡Ya estás de vuelta, compadre Zacarías !

EL CIEGO.- ¡Y tú también, compadre Bertoldo! ¿Qué tal te fue?

EL BUFÓN.- Como me habían robado el vestido y se me veían todas las vergüenzas, me fue difícil al principio llegar a parlamentario autonómico.

EL CIEGO.- A mí en cambio me dijeron que este pequeño problema en la vista era ideal para la profesión de diputado, y me encargaron tres comisiones de investigación. ¿Y cómo prosperaste luego?

EL BUFÓN.- Unos constructores me ayudaron con unas cartas muy provechosas.

EL CIEGO.- ¿Y construisteis muchas cosas?

EL BUFÓN.- Castillos de naipes. Pero algunos se derrumbaron y me han devuelto a mi oficio original, aquí en Palacio. ¿Y tú?

EL CIEGO.- Yo también lo he dejado. De este ojo aún veo un poco, y eso era una inconveniencia.

EL BUFÓN.- ¿Y qué se cuenta aquí en la corte?

EL CIEGO.- La muerte del Dragón es gran noticia. Ya se sabe que no hay nada mejor para distraer a los súbditos que una buena batallita. Sobre todo si se gana.

EL BUFÓN.- Y que lo digas. Vayamos hacia las cocinas, huele a banquete de boda.

EL CIEGO.- Desde luego.

Se van EL CIEGO y EL BUFÓN. Entran la INFANTINA, VERDEMAR, escondidos, y El DUENDE, que sigilosamente se aproxima a MANGUNCIÁN el durmiente.

EL DUENDE.- Ronca como un ballenato. Señor Rey Manguncián, despierte, el Rey Micomicón le envía este aperitivo para que celebre con él las bodas de su hija la Infantina.

MANGUNCIÁN.- Ah. Eh. Oh. Si. Bien. ¿Micomicón, dices? Un sabroso pernil de ternera es lo que me prometió. Veamos

Prende un bocado, lo muerde y palidece de cólera.

 

MANGUNCIÁN.- ¿Qué me has servido en este plato? Sabe a sapos y culebras. Y a rayos.

Con la corona torcida sobre su cabeza aparece apresurado el Rey de MICOMICÓN.

MICOMICON.- ¡Por fin! Rey Manguncián. Ven conmigo. Te guardo una hermosa sorpresa.

MANGUNCIÁN.- Ya conozco tu sorpresa, Micomicón. Y te declararé la guerra por esta burla.

MICOMICÓN.- ¿De qué hablas?

MANGUNCIÁN.- De esa ternera.

MICOMICÓN.- ¿Osas llamar ternera a mi hija?

MANGUNCIÁN.- ¿De qué hablas?

MICOMICÓN.- ¿Crees que no es lo bastante buena para ti?

MANGUNCIÁN.- ¡Es asquerosa! Sabe a morcilla cruda.

MICOMICÓN.- ¿¡Cómo!? ¿Mi Infantina!? ¿Te has vuelto loco, Manguncián?

MANGUNCIÁN.- ¡Saca la espada!

MICOMICÓN.- ¡Ya está sacada!

Los dos Reyes se miran airados. EL REY MANGUCIAN ha puesto mano a la espada y se ha sujetado la corona en la cabeza. EL REY MICOMICON hace lo mismo. EL DUENDE deja oír su voz burlona.

EL DUENDE.- Un momento. He sido yo, poderoso Rey Manguncián, quien acaba de servirte en este plato un corazón de cordero crudo y sin sal.

MANGUNCIÁN.- ¡El duende!

EL DUENDE.- ¿No era así como clamabas un día por comerte el corazón de aquel Príncipe, hijo tuyo, que me había dado la libertad?

MANGUNCIÁN.- Y me lo comeré como lo encuentre. Y el tuyo me servirá de postre.

EL DUENDE.- No te creo. ¡Ya ves que el plato no es muy sabroso!

VERDEMAR.- Aquí estoy, padre. Pero antes de que me arranques el corazón, déjame decirte que, gracias a que le di la libertad a este duende, conseguí matar al dragón y salvar a la Infantina. De la que mi corazón se ha prendado y a la que quería ofrecerte, junto con él, como nueva hija y esposa mía.

MANGUNCIÁN.- Ah, caramba.

MICOMICÓN.- Vamos, Manguncián… Nunca tendrás otro hijo como Verdemar. Ni otra hija como la mía.

MANGUNCIÁN.- Ah, caramba.

LA INFANTINA.- Si le arranca el corazón, me mata a mí también. Y también a mi padre, puesto que soy hija única.

MANGUNCIÁN.- Ven a mis brazos, Verdemar. Te perdono y espero que tú también lo hagas…

MICOMICÓN.- ¡Bien dicho! Nuestros dos reinos juntos, además, podrán mucho más.

VERDEMAR.- Amigo duende, ¿cómo podías estar tan seguro que me perdonaría?

EL DUENDE.- Estaba claro. Los reyes de ahora ya no son como los de antes. Los Reyes constitucionales sólo pueden ser vegetarianos.

VERDEMAR y la Señora INFANTINA, cogidos de las manos van a ponerse de rodillas en la presencia de los dos Señores Reyes. Sus voces se levantan hermanadas.

LOS DOS.- ¡Bendecidnos!

LOS REYES.- ¡Que los altos cielos igualmente os bendigan, dilatando nuestras dinastías por los siglos de los siglos!

EL DUENDE.- (Eso es mucho tiempo)

TODOS.- ¡Amén!

EL DUENDE.- Y así se acaba esta historia…

VOZ EN OFF.- …pues ambos reinaron juntos haciendo felices a sus súbditos para siempre…

EL DUENDE.- ¡Y un rábano! A los diez años vino la república, y ambos abdicaron y viven hoy en Mónaco, jugando al tenis y a la vela. Pero son felices, porque se dedican también a la horticultura de la rosa y a la cría de la iguana. Las historias, las buenas y las malas, acaban siempre de una forma natural…

VOZ EN OFF.- ¿Natural…?

EL DUENDE.- Sí. Los dragones vuelven a ser lagartos grandes, los hijos llegan a ser padres, los reyes renuncian y se dedican a sus cosas y el que acaba de contar alguna cosa disculpa los errores, se despide, saluda. Y desaparece.

TODOS.- ¡Amén! (Desaparecen todos)

EL DUENDE.- Y yo me callo, que no me gusta a mí hablar tanto.

FIN

Julio Salvatierra Cuenca

juliosalv@hotmail.com

(*) Aquí podría acabar la obra: (La Duquesa habría salido antes, después de” MICOMICON.- Entremos al palacio, hijos míos. El relente de la noche es malo para los enamorados.”, diciendo: “DUQUESA.- ¡Qué alegría infinita! Voy ipso facto a preparar las arras, las amonestaciones y los esponsales! ¡Ay qué alegría! ¡Mañana desayunaremos picatostes! (Sale)”, para prepararse de Duende, y el diálogo terminaría poco más o menos:

VERDEMAR.- (sigue) Rey Micomicón, un último favor: ¿hablareis en mi favor ante mi padre, que muy enfadado debe hallarse conmigo?

MICOMICÓN.- Nada te puedo negar. Hablaré con él, y te aseguro que, ante una alianza como ésta, tu padre te perdonará todas las cosas. Los reyes de ahora somos siempre muy pragmáticos… total, tampoco nos queda otro remedio.

LA INFANTINA.- Pues entonces, padre, ¡danos tu bendición!

EL REY.- ¡Que los altos cielos igualmente os bendigan, dilatando vuestras dinastías por los siglos de los siglos!

ESPANDIAN.- (Eso es mucho tiempo…)

TODOS.- ¡Amén!

ESPANDIÁN.- Yo también os bendigo.

VERDEMAR.- A ti nadie te ha pedido nada.

(El DUENDE aparece rodando detrás de su hipnótica sombrilla, cual máquina del tiempo de un moderno Asimov)

EL DUENDE.- Y así se acaba esta historia…

VOZ EN OFF.- …pues ambos reinaron juntos haciendo felices a sus súbditos para siempre…

EL DUENDE.- ¡Y un rábano! A los diez años vino la república, y ambos abdicaron y viven hoy en Mónaco, jugando al tenis y a la vela. Pero son felices, porque se dedican también a la horticultura de la rosa y a la cría de la iguana. Las historias, las buenas y las malas, acaban siempre de una forma natural…

VOZ EN OFF.- ¿Natural…?

EL DUENDE.- Sí. Los dragones vuelven a ser lagartos grandes, los hijos llegan a ser padres, los reyes renuncian y se dedican a sus cosas y el que acaba de contar alguna cosa disculpa los errores, se despide, saluda. Y desaparece.

TODOS.- ¡Amén! (Desaparecen todos) FIN

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