Calisto, historia de un personaje

de Julio Salvatierra Cuenca

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(Un viejo fantasma. Cubierto de telarañas. Entre sentado y derribado sobre un montón de algo indefinido, telas viejas, pieles, antiguos trajes…

Poco a poco comienza a mostrar intenciónes de hablar, parece cansado. Finalmente sonrie…)

Oh, angélica imagen, perla preciosa, ante la que todo el mundo es feo.

Oh mi señora y mi gloria, en mis brazos te tengo y no lo creo.

¿No dejarás que me arrime al dulce puerto?

Y al principio la muy puta se negaba: «bástete, pues que soy tuya, gozar de lo exterior…»

Sin embargo a los tres días…

No era una puta, no, una diosa era, y yo agora sólo soy un viejo… ¿nótase?

«No hay que detenerse», decíame mi padre, ¿más qué hace un hombre si ya no alcanza a lado alguno? Ser anciano es cosa triste….

Mmm. A decir verdad ignoro si era puta, diosa o ángel… más tambien ignoro si por ventura a mí me llamarán cabrón, hi, hi, hi… tremenda duda. Pero no… !no lo sé! Hi, hi, hi.

En fin, pues hallámonos aquí, manos a la obra.

Nací hace ya cuatrocientos noventa y siete años, mas bien podría haber nacido ayer…

Mi señora madre se llamaba Maria Luisa… ¡Pero madre! ¿cómo te vino en la cabeza bautizarme de Calisto? …vaya idea que tuviste. La buena mujer hoy no ha venido, agora ya es todo un personaje y los personájes tenemos a bien el no morirnos, aunque por desgracia la vejez, esa vieja bruja, no nos respete demasiado.

Y mi padre lo fue el muy famoso bachiller llamado Fernando de Rojas…

(Ya… y el mío se llama Eusebio, y tiene un Fiat. Tampoco hoy ha venido porque se le averió el cárter…)

¡Cálla, insensato, calla…!

Bueno, y aquel hermoso día la luz vieron igualmente Celestina, Melibea y… todos los otros

Melibea, la hermosa, al principio me decía, con su tierna voz helada de desprecio: «¡Vete, vete de ahí, torpe! O mi paga será tan fiera como se merece tu insano atrevimiento».

Sin embargo dos días más tarde ya mudaba: » Vamos a ver, Calisto… si quieres ver si mi hábito es de paño, ¿para qué me tocas la camisa? Äy…¡…Deja estar mis ropas en su lugar…! » Pero, mi señora, qué material éste más suave… «Sí… es de lienzo…» Y se reía… «Holguemos y burlemos… ¿pero qué provecho te trae dañar mis vestiduras…?»

Señora, el que quiere comer ave, quita primero las plumas…

Y quiso dios que al final acabase como cera derretida entre mis brazos susurrando: «soy tu sierva, tu cautiva, lo que más tu vida estima que la mía… mm, y tú, señor, eres el que me hace incomparable merced con su visita…» Y luego el oscuro de la noche nos cubría…

(Suspiro) Aún hoy me asaltan dudas sobre si tan dulce sentimiento constituye amor, o es tan sólo una pasión de los sentidos (¡Vamos! ¡Déjate de tonterías y llámalo por su nombre!) No empecemos, mi joven amigo…

Porque en rigor la cuestión no está clara: ¿o bien nos enamoramos los hombres porque queremos… jm, disfrutar de los placeres de la carne, o… disfrutamos de los placeres de la carne porque nos enamoramos? ¿Eh? ¿Acaso no es esta cuestión la que hace que todos los grandes amantes de la historia acaben muertos…? Verbigratia: ¿qué sería de mi dulce y ardiente pasión por Melibea veinte años despues? Desearía todavía quitarle el hábito, ¿o me habría habituado a que se lo quitara sóla? …Eh?

(Pues yo tambien estoy enamorado y creo que es por eso que dices de la… carne)

¡¡Ah, no, espera un momento, alto!! !Consagrarás tu dudoso arte a interpretarme, o vas a dar comienzo a tus interminables morcillas!? ¡Este es mí monólogo! (Tienes razón…)

!Silencio! Y a lo que iba: ¿creen sus señorías, aún los ignorantes, que Melibea y yo nos hubiéramos casado, aún con separación de bienes, y criado a siete u ocho gritoncillos…?

… sus señorías dirán que no… ¿pasión tan carnal que dure eternamente? ¡Eso son quimeras y locuras de la mente…! ¡¡Pues se equivocan!! ¡A fé mía! Si el amor eterno existe como concepto es… por eso, porque existe.

(No estoy de acuerdo. Tú eres la utopía de una época, y hablas así porque así te escribieron, pero la realidad es muy distinta, y tú la ignoras. Yo estoy enamorado, pero ni me planteo si voy a estar con esta mujer toda la vida… vamos, ¡es que me dá risa…!)

¿Y la locura del amor, que nos ciega y nos hace amar nuestra ceguera… dónde está, dónde la dejas? Bah, ya te convenceré, aún eres muy jóven. (Muchas gracias) De nada… y prosigamos, que no hay que detenerse…

¡Claro, otros tiempos eran aquellos! De horribles pestes, de hambres y de curas. A nos mismos nos censuró la Inquisición algunos trozos de la obra, que fue como arrebatarme parte de mi propia existencia. Era el censor un tipo gordo, dado a fijarse en nimiedades y menudencias. En un punto preguntábame Sempronio, mi criado: «¿más tú no eres cristiano?» ¿Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo. «¡Yo ésto lo censuro, yo ésto lo censuro!», regodeábase el censor y sellábalo con el sello, y quedábase tan ancho, el hi de puta.

Y para qué todo, si luego os fijárais en ellos… En el año de mil quinientos dieciseis estuve en la ciudad santa, que tenía de santa entonces lo que agora me veis a mí de monaguillo. E hicimos una representación para su santidad, uno de los diablos más lascivos, degenerados y vividores que había en toda Europa. Y aún con eso no digo yo que fuera mala gente, por ser de trato agradable, inteligente, sensible y tambien muy diplomático, cuando así le parecía.

Bueno, pues el papa Alejandro convocó a toda la Compañía en uno de los salones del palacio y nos dijo: «senti, amici, questa representazione é privada, y tutti siamo persone de sólida formazione, capaces de soportare espectácoli incluso gravemente pericolosi sin pericolo per la nostra ánima, ¿non é vero?» … é vero, papa… «E a me… mm, me piaccereve fare un juicio objetivo -e infalibile, je, je- de tutta la obra, incluso con las partes censuradas por mis inquisidores, perque: ¿cómo posiamo identificar al diabolo de la carne si no lo habiamo visto nunca? ¿Non é vero?»…molto vero, papa…! «Así pues, en veritá os digo que tampoco os censureis vosotros mismos… » No, no, no… «pues la maldad y la lascivia sólo viéndolas en su apogeo es possibile, dopo, exorcisarlas» …claro, claro… y mirábanos de reojo, no se bien si a la moza que hacía Melibea, o al actor que me intrepretaba a mi, un mancebo moreno con cara aún de niño…

Más el momento de la representación era llegado. El papa, en su sitial, en la grada de arriba, y por debajo varias filas de cardenales y arzobispos, sentados alternadamente, debido a que con las mitras no dejaban ver nada a los de atrás y hubo en eso gran problema, pues el protocolo no permitía que se las quitaran.

Y allí, entre ellos, sentado con su hábito negro, el dominico gordo que había censurado la obra.

Comienza la representación. Los actores hallábanse muy nerviosos, pero al principio todo fue bien, hasta que llegamos finalmente a la escena del acto catorce, donde el otro acto se consuma… Subo la tapia, salto al huerto, y comienzo a requerir de amor a Melibea, ardiente y apasionadamente hasta que ya entrados en materia, le digo: perdona señora a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa y ahora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y a tus lindas y delicadas carnes…

Y ahí me paro, claro… qué hago? En esta situación lo habitual era correr púdicamente una cortina que nos ocultaba de la vista del público, pero aquí no había ni cortina, ni intención de haberla. Nuestro director, blanco como un sudario, me indicaba por gestos: «¡sigue, sigue…!»; miro al papa, que sonríe: «molto bene, hijo, avanti, avanti…». Y de repente veo al dominico gordo, desesperado, con sus pocos pelos todos erizados, que me hace gestos con los brazos «¡no, no: está censurado…!» «Haz lo que tengas que hacer…», me dice la Melibea, con cara de circunstancias. Y como el actor que me interpretaba estaba al borde del colapso, pues tomé yo las riendas del asunto y comencé a hacer lo que mis palabras sugerían… ¿Qué había si no de hacer?

Se alza un rumor creciente en los estrados, pero yo prosigo impertérrito, le quito la camisa… la arrojo a un lado… ¡y un griterío! Vociferaban los prelados locos de júbilo. «¡Ah, maldito Lucifer, que atrayentes son las formas del pecado!», chillaban algunos sinverguenzas. «¡Qué didáctica y notable ejemplificación de la lascivia!», aplaudían los más doctos. «¡Que Belcebú nos muestre su cola!» gritaban otros, con diferentes orientaciones religiosas… y el escándalo empezaba a ser monumental. El papa, en lo alto, sonreía complacido.

Pero resultó que sí había un grupo de curas y obispillos que se escandalizaban, tal vez porque sus cargos aún no eran lo bastante altos para acallar con su peso las conciencias, y de repente, cuando ya Melibea estaba medio desnuda y yo de aquella manera que ya no sabía en qué iba a parar todo aquello, ese santo y gordo dominico se levanta desencajado: «¡¡yo ésto lo censuré, yo ésto lo censuré!!», grita el pobre… «santo padre, yo lo censuré ésto, se lo juro!» «¡Fray Inocencio, cállese, que tienen bula!», le dice el papa. «¡¡Pero no verguenza ni temor de Dios, ni tampoco el santo padre!!»: era un grupo de Franciscanos exaltados, de la oposición: «Allí, miradlo: ¡en el sitio de San Pedro hay un farsante…!», y comienzan a insultarlo: «¡Anticristo, libertino, sodomita, soplagaitas…!!», y los partidarios del papa a responderles: «¡herejía, herejía…!» Y ahí fué ya la de Dios.

Melibea y yo escapamos del escenario como pudimos, tapándonos las verguenzas con unas mitras que habían caido al suelo cuando se derrumbó el protocolo, y junto con toda la compañía abandonamos el palácio por las puertas de servicio.

Mientras tanto allí se abrieron las puertas de la sala y ¡zas!, entró la guardia pontificia, que detuvo a los alborotadores franciscanos y al pobre dominico… «yo esto lo censuraré, yo esto lo censuraré», decía con un hilo de voz poco despues, mientras lo llevaban a la hoguera junto con los otros, donde en un sólo día los quemaron a todos sin retractación, acusados de albigenses y maniqueos.

Aquél cónclave no figuró luego en los anales (con perdón) del vaticano.

(Hay una cosa que no entiendo: ¿cómo dices que fue aquello de que tu actor estaba bloqueado y fuiste tú el que tomó el mando…?)

Pues así como tu lo has dicho ahora, ¿qué hay de raro en ello?

(Que tú no existes)

¡Serás torpe…! ¿Con quién pues estás hablando tú agora? ¿O deberemos pensar que estás tan loco que hablas sólo?

(Eh, eh… no digas tonterías. Tú existes, pero sólo en tanto que un actor te da la vida…)

¡Valiente insensatez! Es al contrario. Nuestra vida es aquella que dá origen a la vuestra, generalmente obvia y ramplona por sí sóla…

(Todo eso es palabrería…)

¿Ah, si? Pues si te olvidaras de mis palabras y de mis acciones en este momento: ¿qué te quedaría… eh?

(Podría improvisar…)

Más para improvisar, amigo mío, necesitas crear un personaje, hi, hi, hi… Al menos una brizna, un átomo de imaginación, que es de lo que estamos hechos… piensa en eso… y mientras lo piensas, YO seguiré con MI espectáculo… con tu venia, por supuesto.

(Sigue, sigue)

Muchas gracias.

Visto el resultado en el papado, decidimos cambiar de aires y dirigirnos a Venecia, república donde las artes florecían, pero aquella noche, mientras embalábamos todo con gran priesa, tuvimos aún otra sorpresa.

¡Pom, pom, pom! A las cuatro de la mañana alguien golpea la puerta de nuestra posada.

«¡Abran en nombre de dios!» Helados todos, nos quedamos. «¡Dios mio!», dijo el director, «¡debe ser la Inquisición!», y desmayóse… casi. [director] «¡Silencio, todos!». Quedámonos mudos, treinta segundos, inmóviles como piedras…. ¡Pom, pom, pom! «¡Abran en nombre de dios!» ¿¡Pero qué hacemos!?, pregunto yo. [director] «Ni un sólo ruido, y por la puerta de atrás… con mucho sigilo…» ¡Pá, pá, pá, pá! ¡Abran en nombre de dios!, golpean agora por la de atrás. [director] «¡Me cago en d…!!»»¡Eso, hijo, agora tú blasfema encima!», grítale su mujer, poseida igualmente por la histéria. [director]«¡Silencio, todos!»…otros treinta segundos… oíanse los dientes del director únicamente… «…estoy pensando…» [su mujer]«¡Un poco tarde! ¡Ya podías haber aprendido a hacerlo cuando niño!» [director] «¡Silencio!»… !!Pom, pom, pom y pom!! La puerta hechábanla abajo. «¡¡Abran en nombre de dios!!» [director] «¡No abrais, que nos queman!» [su mujer]«¡Pues tú dirás qué hacemos, ya que tanto piensas!» «Pues yo voy a abrir», dice la Melibea, muy tranquila… «acaso vengan por alguna otra cosa». [director] «¡No, no, no, loca, no, no..no…!!». Abrió.

Y ¡vromm!!: se entraron diez mocetones de los de dos por dos, guardias pontificios, con un capitán al frente, más ningún cura…

«¿Por qué no abrían?», nos demanda el Capitán. «¿Qué es todo ésto?», entra el posadero preguntando, con la legaña en el ojo todavía… «¡Dios mío! ¡La guardia del santo padre, y en mi casa! ¡Yo no sé nada! Pero estoy dispuesto a declarar lo que haga falta…».

[capitán] «¿Y quién es vuesa merced?». «Yo soy el posadero, y no tengo nada que ver con estos cómicos…

[mujer-dir]«¡Cállese, nadie le ha preguntado eso!» [capitán] «¿Y tú quién eres?». «¿Yo? Yo soy la mujer del director de esta noble compañía, y en escena Alisa, la hermosa madre de la dulce…» [capitán] «Calle, calle, en nombre de Dios. ¿Y dónde se halla ese director?» [mujer-dir] «Ahí, Aquiles… ¡Aquiles!?…no ha un momento estaba ahí… ¡Aquiles! donde estás?!… pues no lo entiendo… [director] «¿Quién me llamaba?», reaparece nuestro director portando un crucifijo entre las manos, «…estaba rezando en la capilla… ah, buenas noches, hijos míos: ¿en qué puedo serviros?». «¡Ahi vá!», dice Melibea, «¡se nos ha vuelto tan devoto últimamente…! Señor Aquiles, este buen mozo quiere hablaros» [capitán] «¿Y tú quién eres?». «Yo soy la dulce Melibea, ¿no se nota?». «Bastante…». [director] «¡Bueno, hermanos del alma -y en Cristo…” ([mujer-dir] “¡Tampoco te pases…!) “…decidnos pues: ¿qué os trae a esta humilde posada?”. [capitán] «Traigo una invitación especial del Santo Padre para Melibea y para Calisto, pues en estos momentos celébrase una fiesta en su palacio, y desearía contar con su presencia y con… su arte. La invitación válida es tambien para el resto de la compañía, si así lo desean, pero en cualquier caso me encareció que dijera que no es una orden para nadie». «¡Caramba con el santo padre!», dice Melibea, «yo encantada, por mi parte…». [director] «¡Cállate, loca…! O sea… aguarda, hija mía, unos instantes… Perdonadnos, hermano capitán, debemos hablar un momento entre nosotros». [capitán] «Muy bien. Posadero, ¿tienes vino…?». …y nos fuímos todos a otra estancia, a deliberar lo que habíamos de hacer con mucha calma.

[Melibea] «¡Aquiles, a mí no me digas que me calle!!». [director] «¡Pero serás puta, Melibea!». [mujer-dir] «¡Déjala, ella sabrá lo que hace!». [Melibea] «Y tú no te metas, quieroynopuedo». [mujer-dir] «¡Sinverguenza!». [director] «¡De esta compañía no va nadie!». [Melibea] «¡Porque tú lo digas!». [Calisto] «Pero y yo pregunto…». [director] «¡Si vas, no vuelvas!». [Melibea] «¿A esta miseráble vida vuestra?, ni lo sueñes…!». [Calisto] «Pero yo quiero preguntar…». [mujer-dir] «¡Desagradecida!» [Melibea] «¡Vieja bruja!» [mujer-dir] «¡Ojalá te quemen en la hoguera!». [Melibea] «A tí. Adios. Y tú, Calisto, ¿tú qué haces?». [Calisto] «Yo quería preguntar… ¿pero que qué creeis que habrá en esa fiesta…?». [Melibea] «Bien, déjalo, mejor no vengas». -Era un poco ingénuo todavía este mancebo-. «O si te vas», tercia Sempronio, «¡mejor te llevas este tapón y te lo pones, ha, ha, ha…!». Con lo que finalmente decidí no ir.

Creo que aquella Melibea llegó a ser una gran cortesana, e incluso la pintó un pintor algo mediocre, que se llamaba Botijó-li o Botiggeli, no recuerdo, en medio de una fiesta, como Venus. No volví a verla, y eso que era todo un personaje…

Nosotros partimos aquella misma noche, pues el valor de Aquiles ya estaba muy mermado, y no quiso arriesgarse a sufrir más sustos, y como os dije nos encaminamos a Venecia, pero sin Melibea.

(¿Ves? El amor no es eterno, incluso a tí te abandonaron)

Fue apenas la actriz la que se fue, Melibea está siempre conmigo.

(Y no es un poco aburrido? No digo sólo eso, pero realmente tú no tienes história más allá de la que te dió el autor)

Te engañas, amigo mío. Cada vez que un comediante nos encarna, nos brinda su propia história acerca de nosotros. Me acuerdo de una muy curiosa, que me regaló un actor francés del siglo dieciocho…

(Oye, oye, espera un momento. Estás diciendo siempre que no hay que detenerse, así que ¿por qué no nos saltamos esta história, que alarga mucho el espectáculo?)

¿Cómo?

(Sí, esta história no estaba en el texto original, es algo perféctamente prescindíble, y ganamos en ritmo… yo creo que tampoco interesa mucho al público…)

¿Ah, no? ¿Y a qué crees que acude el público si no es a oir histórias? ¡Y yo estoy aquí para contarlas!

(Ya, pero es que el ritmo se cae, hay que ir a saco…)

¿A saco? ¿Qué saco? ¿De qué saco hablas?

(Quiero decir aligerar, evitar pausas, ir a lo importante)

¡Nada hay más importante que una buena pausa! ¿Qué prisas traes? ¿…o será que deseas hoy acabar pronto?

(Déjalo, estámos perdiendo más tiempo. Sigue, cuenta tu história)

¡Ah, no, agora espera tú…! y cuéntame… ¿acaso tienes alguna amorosa cita luego? ¿…Cómo es ella?

(No es nada de eso, por favor, déjalo estar y continúa)

Vamos, cuéntame… adviertote que puedo leer en quién estás pensando….

(¿Vas a seguir o no?)

Va a ser sólo un momento… Celestina me enseñó algo de su brujerÌa…

(¿Quieres dejarme en paz?, no se trata de ninguna mujer…!)

Já, a mí tú no me engañas, ¡shhh! ¡silencio…! inmóvil… ¡quieto…! Veo algo dentro de tu cabeza…

…debe ser ella… viene corriendo… ¡Si! ¡No…!? No, no, no… son muchos niños… que van de un lado para otro… como un rebaño de ovejas… o de vacas…sobre un gran campo de hierba… espera… no son niños, no, ¡pardiez! Son ya mocetones, pero por San Jorge, ¿no visten todos calzas cortas que dejan ver sus peludas piernas? ¡Qué verguenza! ¡Y mira, mira, mira…! ¡…Cuando esos mocetones le dan puntapies a una bola blanca el resto del pueblo ruge como poseido!! ¡Halaaaa…! qué lejos ese, …número ocho, dice! ¡Qué patadón! ¡Qué fuerza tiene ese joven en la pierna, es muy notable… ! ¡y cómo corre el otro, por la banda! ¡Y la ha cogido…! ¡Hala, hala, hala…! ¡qué barbaridad! ¡Esto parece cosa de endemoniados…! si, si, ahí veo a un brujo de negro, con un pito. Pero bueno, puedes explicarme qué significa este espectáculo?

(¡No! ¿Vas a seguir?)

Bueno, bueno, no te enfades, creí que era esa peculiar ceremonia la que ponía alas a tu prisa… Celestina decía…

(Yo me voy)

¡Ya sigo, ya sigo…! …en fin, cada época tiene sus mistérios…

Bueno, dado que nuestro amigo está algo impaciente, lo mejor será que nos hallemos ya en Venecia. Más viudos íbamos de Melibea, así pues Aquiles decidió sustituirla con alguna de las mujeres de la compañía y buscar una nueva para hacer las partes menores… ¡en mal momento decidió semejante cosa! Cuatro gatas celosas no habrían armado tal desastre. La matrona, Alisa, mujer del director, era ciertamente talludita para el personaje, y saltaba este hecho a la vista de quien fuera. Salvo a la de Aquiles, que no se si ciego de amor, o de miedo a la parienta, decidió otorgarle la condición de Melibea. A partir de ahí, tuvimos tres tigresas afilándose la uñas por doquiera. Que la nueva Melibea iba a vestirse, aparecía el traje lleno de orín de gato; que a maquillarse, vidrio molido en la polvera; que a calzarse… mejor no decirlo en los zapatos… Un sinvivir para cualquiera. Juntóse a ésto que la nueva adquisición resultó ser una medio gitanilla de piernas largas y oscura cabellera, de nombre Susana, que no sólo entró en el seno de nuestra cómica comunidad, sino que entróle por el ojo tambien al mancebo que de mi hacía. A él le entraron ganas de entrar en la que entraba, ella le abrió la puerta… y no se enteraba ya de nada…. a veces papeles de excelencia como el mío caen en manos de actores atontados…

(¡No lo dirás por mí!)

Dios me libre, en absoluto. …Pues ocurría en los ensayos que él, andando en éxtasis como andaba, requebraba de amor no a Melibea, sino a su madre, que era la Susana… y hacíalo tan sincéramente y tan en la inópia que los ensayos se cortaban todos con nuestras carcajadas. Yo me reía tambien, personaje como era, porque nunca Calisto fue tan tonto, pero tan felíz.

Estando así las cosas llegámos al día del estreno, en pleno carnaval, y frente una muchedumbre que más ansiaba divertirse con música y procacidades que atender a una tragedia, aunque cómica. Más la peor parte la llevó sin duda nuestra madura Melibea, pues desde que salió y comprendió la gente que pretendía fingirse jovencita, aquello fue un torneo de burlas y chirigotas. «¡Si esa Melibea es moza, yo soy la Virgen!», gritaba una matrona. «¡Calisto, tú estás mal de la cabeza!» «Papá, ¿por qué esa jóven es tan vieja y tan patética?», y su hermanita: «Calla, que le dicen cosas bonitas porque es muy fea…», y así todo. No sé cómo llegamos al final y al suicidio de Melibea… «¡Vieja, para qué te suicidas si te bastaba esperar un par de días!», y la gente estaba más atenta a lo que decían los graciosos que a la obra, y no les culpo. La pobre mujer del director no sabía si ahogarse de ira o de pena, y de verdad casi se ahogó cuando vinieron las otras a decirle lo bien empleado que le estaba y que se marchaban de la compañía. Aquella misma noche tambien se fugaron mi actor con su Susana, camino de las Américas, llevándose por cierto la mitad de los haberes del señor Aquiles. Y yo, al no tener actor que me representara en ninguna parte del mundo, con la compañía disuelta y la obra enterrada, me fuí retrayendo poco a poco al limbo donde los personajes esperamos.

(Pequeña pausa)

¿Ves? Esto es una pausa y es importante.

(Para recobrar el resuello sobre todo)

Sí, tambien por eso…

(¿Qué te pasa, por qué no sigues?)

No hay que detenerse, pero tambien yo, a veces, me hallo tan cansado…

(Vamos, hombre, ya llevamos medio camino andado)

Sí, ¿y despues qué? Tú a tu vida y a tus cosas, y yo nada, siempre lo mismo…

(¿Pero no te hacía feliz contar histórias?)

Mis histórias hoy ya no interesan… ¡Soy un sueño y además un sueño viejo!

(Venga, hombre, eso no es cierto.)

¿No? En una de esas horrorosas sesiones actuales de trabajo de mesa, en las que investigan hasta el probable color del sostén de Melibea, oí decir que yo no era sino la parodia de un amante! ¿Te das cuenta? Me hacen sentirme una reliquia… ya no sirvo para nada…

(Hay gente aquí que ha venido para verte… no podemos parar… no hay que detenerse)

Sí, sí, pero…

(¿No te acuerdas de Bertoldo, el veneciano? Te era muy simpático…)

¿Bertoldo? …sí, me acuerdo. Tenía un nariz como una casa.

(Pero era un guaperas. Y con aquel acento suyo que ponía)

Sí, sí, sí… ¡tan gracioso era! El fue el que me rescató del limbo, antes que las telarañas me cubrieran…

(Y te dió otra nueva vida)

Sí, claro, ¡y qué vida la de entonces! …y fue en la misma Venecia, apenas treinta años despues de aquella representación tan desastrosa. ¡Qué bueno es sentirse llamado nuevamente! Recuerdo el primer día que empezaron los ensayos…

(¡Menos mal! Si no es capaz de estarse llorando hasta mañana…)

¿Decías algo?

(No, no, nada. Continua.)

Yo estaba pues en el limbo, más aburrido que una mona, porque en el limbo es todo gris, lleno de niebla… hay un silencio sepulcral por todas partes y… y bueno, es el limbo, ustedes lo inventaron. Cuando de repente comencé a oir voces, como de un grupo de gente que se acerca… resplandores, colores… mi respiración se aceleró, abrí los ojos, y de súbito encendióse la luz y estaba en tierra.

En medio de un ensayo de la compañía de Bertoldo de Filippi… que resultó ser el niño que treinta años antes preguntaba: «¿papá, por qué esa joven es tan vieja y tan pelleja?». ¡Paradojas del destino! La imagen de aquel Calisto ingénuo y patoso habíale quedado en la mollera, encontró luego el texto de la obra y allí estaba yo de nuevo. Agora… ¡que dónde estaba!

La compañía era de cómicos dell’Arte, es decir, que improvisaban sus diálogos sobre el escenario, mezclando textos, poemas, bromas o juegos de palabras y usando el propio ingenio de argamasa… una locura. Y así me encontré metamorfoseado en un gentil enamorado que cortejaba no sólo a Melibeas -que tambien las hubo- sino a Isabellas, Colombinas, Ortensias, Flaminias y Clorindas… mil mujeres diferentes y en el fondo todas una.

(Pues qué suerte la tuya)

Envidia que me tienes… ¡más bríos teníamos en aquellas épocas que agora!

(Sí, muy bien, Calisto, sigue.)

¿No me crees? …bah. ¡Aquella gente entregábase a su arte con una pasión que era maravilla! …por cierto, algo de eso no nos vendría mal agora…

(Tengamos la fiesta en paz)

Tanta paz es lo que sobra… Bueno, el caso es que cuando llegué estaban preparando una nueva comedia, de la cual al principio yo no entendía nada. Por lo visto un tal Lelio, enamorado, amaba a Clorinda, cortesana, que no le amaba a él, sino a Octavio, hijo a su vez de un rico, y que amaba a una Ortensia, posadera, que creía estar enamorada de Bertoldo, el ingénuo, que era yo, pero al final, desengañada, acababa amando a Lelio, el del principio, el cual renunciaba a Clorinda, que era mala y se casaban, quedando el referido Octavio en manos de la Clorinda, que… creo que era la cortesana, ¿no? ¿…o era la Ortensia? ¡No sé! Ya no me acuerdo, pero el argumento es lo de menos. El caso es que yo al final me quedaba sin amada. Pues bien, para armar todo ésto no crean que ensayaron durante un mes, ni quince días, ni una semana …ensayaron un día, ¡y de qué forma!: «entonces yo entro por aquí y te pregunto, me dices que me amas, y salgo por allí», «vale», o tambien: «Zanni, despues de Clorinda tienes que salir para dar tiempo a Pantalone», «de acuerdo», «improvisa algo», «por supuesto!», y ya estaba. Y ya estaba yo asustado, quiero decir, pues de todo aquello uno podía esperarse cualquier cosa.

Pues bien, al otro día comenzamos al parecer con el pie errado, pues cuando Bertoldo el actor iba por un lado, tiraba yo por otro. Y cuando quería él decir, cándidamente: «qué hermosa eres, Ortensia», salíale yo: «¿Hay nascida acaso quien te haga par en todo el mundo, Melib… oh, mi Ortensia, digo!» …y sin embargo el público comenzó a reirse y nosotros, poco a poco, a entrar en confianza. De forma que ahí mismo fue naciendo un personaje que sí era una parodia de un amante, pero no amarga ni malsana, y yo fuí encontrándole el gusto de hacer reir al público.

Y luego llegó la escena en que el enamorado Bertoldo entraba a preguntarle a Ortensia si le amaba y ella decíale que no, que era lo que desencadenaba todo el final de la comedia.

«Oh, gentil Melib… Ortensia, digo, no tema tu merced descubrir a este cautivo de tu gentileza su secreto: ¿ámasme?». «Sí». «…cómo sí?». «Sí, como sí». «¿…me amais?». «¿Pues no os lo he dicho?». «…sí». «¿Queréis que os lo repita?». «…si no es molestia…». «Os amo». «Pero… ¿estais segura?». «¡Pues cómo!? No parece sino que os desagrade!». «¡No, no, no, mi adorada Melib… Ortensia, digo! Es tan sólo que es tanta la felicidad que me aqueja, que creo me ha afectado a la oreja… no podríais repetirlo, con cuidado, alto y claro: ¿me amais?». «Ssii. ¿Estais contento?». «Extremadamente, pero… ¿cómo me amais?». «Por dios que estais muy raro…!». «Quiero decir: ¿no me amareis acaso por desdén, o con despecho, de tal forma que podría decirse tambien que en el fondo NO me amais…? ¿Eh?». «…Pues no. Lo siento. Os amo». «¡Pero por qué, maldita sea!!».

Y entre cajas los restantes actores susurraban como locos: «si Ortensia ama a Bertoldo, entonces Lelio que se vaya con Clorinda…». «No puede ser, yo soy mala y no amo a Lelio». «Y Octavio no puede quedarse sólo, yo soy el primer enamorado». «Pero como Lelio yo resulto más simpático». «¿Y si zanni se queda con Clorinda y Octavio y Lelio se van juntos?». «¡Cállate, zanni…!».

Y en escena proseguían: «¿Por qué? Por todo. Me sería imposible no amaros, por ejemplo: vuestra dulce forma de hablar… me provoca escalofríos y…». «¡¡Ah, cielos!! Más ya no hablaré más de esa manera, señora… acabo de hacer un juramento.». «¿Un juramento?». «Por mi madre, la pobre, que se muere… así pues…». «¿De verdad? Eso me enternece: ahora os amo más, si cabe». «…qué feliz me haceis, más… tengo que confesaros algo terríble, señora…». «Hablad, amor». «¡Soy pobre! Ayer perdí en el juego toda mi fortuna… ah, y tambien la de mi padre, pobrecito». «¡Dios mío, sois jugador!». «Empedernido». «¡Las estrellas así me lo anunciaron!: ahora mi amor por vos ya es absoluto». «…pero, señora… posíblemente mañana ya no me ameis, esta pasión es tan mudáble…». «Tonterías, ¡cuando yo amo, es para siempre!!». «¡¡Pardiez, está bien, señora, amadme, ya que estais tan empeñada!!». «¿…y vos no me amais, Bertoldo?». «¿io…? Rendídamente.»

El público aplaudió mucho aquella escena y tuvimos que cambiar toda la obra, y a partir de entonces el enamorado al que asustaba ser amado quedó instituido como un clásico en nuestro repertorio. Y nunca adivinaron por qué la actriz dijo sí, en vez de no…

Y en verdad agora, viéndolos de lejos, me convenzo que aquella gente, al mezclar de tal suerte el escenario con su vida adquirían una luz propia en ambas plazas, de forma que les era imposible no entregarse en cuerpo y alma a lo que hacían, tanto en una como en otra…

Es pena que aquello se perdiera, y se llegara a lo de ahora…

(¡Vamos a ver, Calisto, si tienes algo que decirme, dilo!)

El que se pica ajos come…

(¿Crees que yo no me entrego en cuerpo y alma!?)

No sé…

(Esa respuesta no me vale)

Ignoro si eres tú, o si es esta época de agora, que no entiendo…

(¿Buáh, pareces mi abuelo!)

Gracias… ya sé que te lo recuerdo, ¡más yo soy mucho más viejo!.

(Pero cuentas la misma história: todo lo pasado fue mejor, y qué mal va todo hoy día…)

¡Yo no digo eso!

(¿Ah, no?)

No conozco bien aquesta época, los actores de hoy vienen, me interprétan, científicamente, y en saliendo del teatro me abandonan colgado en el perchero… ¡no les lleno! ¡ni me entienden! ¡ni puedo hablar con ellos!

(¡Eso no lo entiendo ni yo!: ¿qué pretendes de nosotros?)

No sé… yo soy un sueño, la expresión de una utopía, en tus palabras, y los sueños tienen que mover a las personas, cambiar sus vidas, inducirles a hacer cosas. Si no, no tienen razón de ser, y se los abandona…

(Qué bonitas estas palabras. Todo eso es muy romántico, pero sigo sin entender qué quieres que yo haga.)

¡No lo sé! ¡Pensar en eso por lo menos! Yo dígote sólo que entonces mi existencia para mí tenía algún sentido…

(¿Ves!? Vuelves a hablar de entonces. Y entonces, por lo que tú cuentas era todo muy agradable: anécdotas graciosas y una vida fácil llena de viajes. Yo creo que tu visión es irreal, porque eres sólo un personaje de comedia!)

¡Aaaah… agora es eso!? Tú quieres tragédia… sufrir, lamentarte y emocionar al público, ¿eh? Pues no me digas más, agora mismo sigo, pues entonces no todo era tan hermoso, como tú dices, ¡qué sabras tú!. Y te ruego me perdones, más La Celestina no era comedia, sino tragedia con comedia unidas, ¡so ignorante!»

(No se puede hablar contigo, pero si quieres seguir, adelante, yo no voy a decirte lo contrario).

Ya, conozco ya tus prisas…

Siendo esta forma de representar tan novedosa y eficaz no tardó mucho su fama en atravesar las fronteras, y con ella fue nuestra compañía llamada a actuar en muy diversos lugares de Europa, por la que viajamos ampliamente muchos años, hasta sentar nuestras reales en Francia, y en ella en su capital, París. Nuestro arte fue allí tan apreciado que en cuestión de poco tiempo el propio rey nos permitió ocupar uno de los mejores teatros de la ciudad, donde actuábamos a veces hasta cuatro días por semana, ganándonos rápidamente la simpatía del público y de algunos sectores de la corte. Y la enemistad de otros, y de otras compañías de cómicos, que cuando se trata de celos los actores tampoco se quedan cortos. El rey gustaba sobremanera de nuestras obras y acogía con benevolencia las críticas a los estamentos poderosos, o símplemente estúpidos, que nuestros actores-personajes no podían dejar de hacer en las representaciones. Pero a algunos de esos estamentos, especialmente a los que eran criticados -curiosa coincidencia- molestábales nuestra presencia allí, y comenzaron a intrigar, junto a otra de las compañías rivales, desatándose así una especie de guerra de los cómicos.

El rey, que estaba entre dos fuegos -y la Iglesia, cómo no- al no tener textos sobre los que ejercer un control previo, acabaron maquinando otro sistema. Y así, no pocas veces en medio de una representación, con el teatro lleno, ante cualquier cosa sospechosa de ser alusiva a alguien importante, se levantaba en un palco uno de aquellos pelucones, un gordo todo vestido de negro y… «¡Je censure ça, je censure ça, au le nomme du roi et du l’eglisse!».

«¿Y quién sei vous!?», preguntaba Bertoldo, que ya estaba muy viejo, en una mezcla de idiomas muy poco católica. «¡Je suis le censeur officiel du sa Majesté!», y entonces le preguntaba yo: «¿Et vous no teníais un grand-père tambien inquisiteur á Roma y que fué quemado en la hoguera, eh?» «…mh, oui, ¿mais comme c’est que vous connesais ça?» «¡Gordo, pues a tí te vamos a quemar nosotros ahora, empezando por el pelucón!», gritaba zanni, saltando al palco y agarrándole por las solapas… «¡aaah, mon Dieu. Guardia, guardia…!»

Tras varios de estos episodios y una comedia particularmente ofensiva para la amante del presidente de la Academie Française, fuimos expulsados del teatro.

«Amigo Calisto», me dijo Bertoldo aquel día, «otra vez estamos en la calle… ¿te preocupa?» «Mientras estemos a mí nada me preocupa, ya lo sabes…» «Lo sé, y así debe de ser, ¿pero y la compañía? Sé que para muchos sólo soy un viejo, pero me siento responsable». «¡Si eres un mancebo…! ¿cómo sino serías capaz de interpretarme, y hacer reir al público todavía?» «Sí, es cierto eso, cada noche… pero tú y yo tambien nos divertimos». «Desde el princípio, aún cuando llegué, que bien tímido era…» «Amigo Calisto, tú me has ayudado mucho en estos años… y por eso te pregunto, ¿qué crees que debemos hacer ahora? Ya no tenemos casa, pero volver a Itália, despues de tanto tiempo…» «No, Bertoldo, sigamos actuando… aquí, en las calles, por las plazas, de donde salimos antes que nos encerraran en un teatro». «…sí, sí, seguir actuando… tienes razón, ¡hasta que nos muramos!».

Y no tardó mucho aquello. Esa misma semana montamos el tinglado en una plaza, y se corrió la voz y la gente llegó a raudales, y tambien sus enemigos, que al no poder prohibirlo, una noche envenenaron el vino que bebía antes de su gran escena. Murió actuando.

«Oh, gentil Melib… Ortensia, digo, no tema tu merced descubrir…» «¿…os sucede algo, Bertoldo?». «Nada, sino es la emoción, que me embarga… no temas descubrir a este cautivo…». «¿Estais bien??» «…mejor que nunca… más dime, Isabella: ¿me amas?». «…con toda el alma». «…eso me agrada». Y se derrumbó al suelo. Entre la gente, inquieta, comenzó a alzarse un gran murmullo, Isabella empezó a gritar, el resto de la compañía entro corriendo en el escenario, Zanni con el frasco de vino, dando voces: «¡lo han envenenado!». El rumor creció y creció hasta armarse en un griterío que llenó toda la plaza… pero yo sólo oía ya un gran silencio…

No dejaron siquiera que fuera enterrado en suelo santo. Así murió uno de los mejores, sino el mejor, de todos los hombres que he conocido, que habló conmigo, y fue mi amigo.

(Pausa)

(…otra pausa. Tenías razón, son importantes)

No te inquietes, agora mismo sigo.

(No lo digo por eso. A mí tambien me ha emocionado tu relato)

¿sí?

(Sí)

¿Ya no crees que soy sólo un personaje de comedia?

(No. …ni creo que tus histórias ya no interesen a nadie. Con ninguno de los personajes que hasta ahora he interpretado había hablado tanto).

¿No?

(No)

Bueno …es que yo no soy un personaje cualquiera… aunque sea hacer un feo a mi modestia, podríamos decir que soy… fundamental. De mí surgieron muchos otros… Y más despues de lo que ocurrió en Inglaterra…

(Cuéntalo. Creo que, como le decías a Bertoldo, será mejor que sigamos actuando)

¿Hasta que tu tambien te mueras?

(¡Hombre…!, bueno …más o menos. Además, ya sólo nos queda el final, ¿no?)

Sí. …Y no hay que detenerse, pero tengo miedo…

(¿Por qué?)

¿Y si mañana ya no vuelves? El limbo es aburrido como él sólo.

(Volveré, te lo prometo)

Entonces vamos allá con el final.

Bueno, pues como era frecuente en las compañías italianas, el hijo de Bertoldo, Bertoldino, asumió el papel de su padre (que era yo) y partimos hacia Inglaterra, donde en Londres estábanse construyendo nuevos teatros, los cómicos luchaban contra los Puritanos -como siempre- y la Armada Invencible hacía el terríble ridículo que le valió la fama.

Tras dos días infames en un barco arrivamos a Inglaterra y lo único que vimos era que llovía. Se ve que no les bastaba estar en una isla, y querían tener tambien el agua por encima. (¿Y cómo hacer teatro al aire libre, si estaba el aire ocupado todo el tiempo, con el agua que caía?) Pero aun así comenzamos a hacer nuestras embarradas funciones por los caminos y las aldeas, y ya cerca de Londres decidimos detenernos en uno que hallábase en fiestas. La voz se corrió de que cada tarde hacíamos una función diferente y las gentes acudían de otros muchos lugares…. pero desde el primer día reparamos en un mozo que estaba siempre en la primera fila, junto con su esposa, sonriendo, muy atento y con un aire despierto que atraía las miradas. La segunda noche de fiesta ya no sólo atraía las miradas, sino tambien las manos y la cintura de la hermosa Isabella, hermana de Bertoldino, con la que bailó toda la noche. Y la tercera nadie pudo ya atraerlos, ni siquiera su mujer, pues dios sabe dónde ambos se metieron para… hablarse de sus cosas.

La cuarta representación era la última. Isabella, que hacía de una cortesana amante del Capitano, estaba en escena: «Colombina, ¡ay me siento tan cansada…! ve presto a decir al Capitano que…». «!Ven aquí, bastarda, hija de perra!», la mujer del mozo de la primera fila entraba como un terremoto por el fondo de la plaza. «Pensándolo mejor, Colombina, iré yo misma». «¡No, no te vayas, desgraciada, inmundicia, sanguijuela!». Y la gente aplaudía su entrada pensando ser de la obra. Para ganar algo de tiempo empujamos al pobre Capitano al escenario, donde aquel ser mitad caballo se hallaba ya trepado, tras abrirse paso a cabezazos y mamporros. «¿Dónde está esa furcia?». «Estimada lady, I think que she is indispuesta, y for that reason…». «¡Pero quítate de enmedio, majadero!» ¡…y le dio un trompazo en todo el rostro…! ¡Madre mía, qué trompazo! Seis meses estuvo el pobre con la nariz pegada a aquella máscara de capitano, y quedóle luego un tanto berenjena.

Entróse despues la señora para dentro y salimos todos para fuera, por pies y por donde pudo cada uno… «¡Venid aquí, gentuza, que vais a cobrar esta comedia!». «No gracias, por la voluntad la hicimos, señora…!». «¡Tú provócala, Isabella!” le decía Zanni mientras corrían, “¡…que esta arpía nos deguella!» Y la masa de gente gritaba y animaba, «¡párteles la cabeza! ¡que los mate, que los mate!”, embrutecida como siempre, y felices de ver tan buena farsa.

Cuando de repente, Isabella tropezó y cayó, la furia agarróla por el cabello y levantó la mano donde tenía un travesaño de escalera… y cuando estaba a punto de ocurrir algo irreparáble, el joven, su marido saltó al escenario y arrebatóle la madera. En cuanto ella le vio toda su furia pareció calmarse como un viento cuando cesa. De súbito parecía otra persona, mucho mayor y vencida por el tiempo. Quedámonos todos en suspenso. «Piénsate muy bien, Guillermo, lo que haces». «Ya lo he hecho». «¿Y qué decides: serás capaz de abandonarme a mí y a tus tres hijos (que de repente aparecieron de la nada gritando: «¡papá, papá!», con tiernas voces), para correr en pos de tus estúpidos sueños y de esta mujerzuela, o serás un hombre cabal y respetable que cumple con sus obligaciones?». Pensó él un momento y repuso: «¿to be or not to be? he aquí el problema», frase hoy famosa y que ya conoce todo el mundo… «he tenido que escoger, y escogí el sueño, que acaso sea el camino equivocado, más no puede ser de otra manera. Que el futuro y mi vida den a mi pregunta la respuesta…» Se hizo un silencio, tras estas hermosas palabras…

…»¡¡Y una mierda!! ¡Tú a mí no me abandonas, desgraciado, adúltero, cabronazo!», y cogió de nuevo el palo… «¡¡Ésto queda censurado, ésto queda censurado, in the name of Her Magesty the Queen!!». Veinticinco puritanos, todos negros como cuervos, entraban corriendo por la plaza, con la guardia. «¡Detengan a ese adúltero, y a sus amigos!», y fue el sálvese quien pueda…

Salimos todos corriendo en distintas direcciones, con lo puesto, ayudados por algunos, y perseguidos por los otros, y tras variados lances y aventuras, conseguimos reunirnos todos, menos uno, en el lugar a las afueras que, en previsión de sucesos como éste, acordábamos siempre de antemano.

Y luego Guillermo vino a Londres con nosotros, pues por fortuna decidió perseguir sus sueños irreales -y tambien los inmorales- y resultó no ser un mal poeta, que acabó escribiendo mucha cosa… con alguna ayuda, claro… de mí surgió el personaje de Romeo, y de Isabella el de Julieta, y ambos protagonizaron la gran obra con la que acabó el siglo… y luego vinieron otras muchas… pero, como suele decirse, todo eso… ya es otra história. Pues la nuestra agora, con cuatro versos más, ya habrá acabado…

(Calisto… eres todo un personaje…)

Ya te dije. Mañana prometísteme volver…

(Aquí estaré, te lo aseguro) Tambien yo…

(Hasta mañana, pues, amigo mío)

Sí, hasta mañana…

…Tiempo ha que el mundo rueda,

y rueda la lluvia y rueda el viento.

¿Y qué más dá? Nuestra farsa vuela

si alas le dais con vuestro pensamiento.

(Oscuro y fin)

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