Tantos éxodos

Presentación para la publicación del texto teatral «Éxodo» en la revista Primer Acto

Julio Salvatierra

«Para desarrollar este proyecto, visité numerosas ciudades y países por vez primera. Y cuando me tocó volver a otros que ya conocía, me resultó doloroso comprobar que casi siempre las cosas habían empeorado».

Esto escribía Sebastião Salgado, en el prólogo a su libro Éxodo, en el año 2000, en referencia a viajes anteriores iniciados en los años 90.

Si consultamos hoy las cifras del ACNUR o de la UNESCO, veremos por desgracia que el número de refugiados y desplazados aumenta de década en década.

Los informes de desarrollo a nivel mundial de finales de la pasada década 2000-2010 confirmaban que la brecha entre riqueza y bienestar entre países ricos y pobres seguía creciendo…

Por tanto, a pesar de las hermosas palabras que la ONU consiguió cristalizar después de la segunda guerra mundial y en las décadas siguientes (Derechos humanos, Carta de Naciones Unidas, Objetivos del milenio, etc, etc.), el día a día nos lleva, incluso a los optimistas recalcitrantes como yo, a una sensación de que estamos perdiendo la batalla.

Recientemente el Alto Comisario de Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres ha puesto en palabras esta sensación:

«Somos testigos de un cambio de paradigma, de una marcha descontrolada hacia una era en la cual tanto la escala de desplazamiento forzado como la respuesta que se necesita han alcanzado unos niveles que eclipsan claramente todo lo que hemos visto antes.

«Es terrible que, por un lado, cada vez haya más impunidad para aquellos que provocan los conflictos y que, por otro, la comunidad internacional parezca totalmente incapaz de trabajar de manera conjunta para poner fin a las guerras y para construir y preservar la paz.»

Los que apostamos por seguir creyendo en el progreso de la humanidad empezamos a pensar, quizás fruto de la edad (o quizás tan sólo de la experiencia), que ese aparente progreso puede ser únicamente tecnológico y científico, pero que el avance en materia de teoría y práctica de la justicia social y de la solidaridad global es inexistente, puramente pendular, y que no avanza más que circunstancialmente tras una gran crisis, para volver hacia atrás en cuanto el tiempo olvida el pasado… Y las fuerzas del interés económico, del nacionalismo proteccionista y del poder político interesado, vuelven a llevar al sistema a una nueva situación explosiva.

Yo soy sólo un dramaturgo, pero me asusta ver a personalidades que han llegado a ciertas cotas del poder político (gentes como Antonio Guterres, o como Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la UNESCO), personas que no son sospechosas de idealismos inconsistentes, ni de visiones incompletas de la real politik, haciendo un retrato de la Gran Política actual y sus actores que no mejora en nada, salvo en matices, del que se podía hacer en tiempos de Atila, de Nerón o de los Borgia.

Me asusta aunque, por otro lado, me anima ver que la llama de la disidencia y la denuncia ilustrada sigue siendo posible, hoy igual que entonces.

Hago toda esta reflexión buscando las razones profundas por las que me involucré en la escritura de dos proyectos teatrales sobre el éxodo.

En el primero fue Roberto Cerdá quien me llamó y me propuso un proyecto maravilloso de teatro sobre un grupo de niños que huyen de la guerra, inspirado en parte en La cruzada de los niños, poema de Bertold Brecht, y en parte en las fotografías del libro Éxodos, de Sebastião Salgado. Ambos referentes  me parecen altamente interesantes: Brecht, con su Círculo de tiza caucasiano, me parece una de las grandes voces del teatro, y el libro de Salgado es una de esas bofetadas que te devuelven la fe en la mirada del hombre. Si consiguiéramos que todo el mundo vea el sufrimiento de todo el mundo quizás consiguiéramos que las sociedades saciadas occidentales sintieran que tienen el deber de hacer algo por esos a los que ahora ven.

Partiendo de algunas ideas de estructura dramática que Roberto me pasó, me lancé a estudiar a fondo el libro de Salgado… Es decir: a mirar cada foto durante largo rato y a leer la reseña que el fotógrafo hizo sobre cuando y cómo fue obtenida la imagen, y sobre la situación política y social de cada país en cada caso… Aunque ya conocía el libro desde mucho antes, debo decir que hacía tiempo que ningún libro conseguía impactarme como lo hizo Éxodos en esta lectura.

La propuesta de Roberto de inspirarnos en las imágenes me llevó, de forma natural, a la poesía, única arma con la que me atrevía -si no a medirme, al menos a meterme- con esos universos profundamente reales y profundamente míticos que son las fotografías de Salgado. Considero extremadamente difícil lograr decir (o hacer) poesía encima de un escenario. Pero cuando se consigue entramos en contacto con la verdadera sustancia del teatro. Animado por el talante de Roberto, que me daba libertad total, cosa absolutamente de agradecer en un proyecto tan personal; y animado también por mi propia inconsciencia y sobre todo, tentado por esas imágenes soberbias, me lancé a poner en palabras algunas de ellas. De esas palabras instantáneas, de esos momentos, surgió de forma natural ese grupo de niños que, al igual que las fotografías, cabalgaban entre la realidad más obscena y el mito más depurado, buscando, como todos, un camino con sentido.

El impacto de esta experiencia de escritura ha sido tan grande, que de hecho continúo mirando fotos de Salgado y escribiendo poemas, con vistas a un futuro poemario independiente.

Pero además ocurrió que el tema del éxodo se me enredó en la mente. En el espectáculo de Roberto el foco estaba en las víctimas más desvalidas, los niños, y en un intento de lograr teatralmente lo que las fotografías lograban sin necesidad de un discurso lógico: que el publico viera (sintiera) a esos personajes cuya vida ha cambiado tanto por el éxodo. Pero en este nuevo proyecto, titulado Los esclavos de mis esclavos, el foco buscaba la raíz del problema, las razones que hacen estallar los conflictos ¿bélicos-religiosos? que provocan el éxodo…. y la respuesta de las naciones civilizadas: la ayuda humanitaria, los campos de refugiados.

El foco buscaba esa intrincada tela geopolítica donde lo evidente puede no saltar a la vista, como lo son las contradicciones de Naciones Unidas, una organización que por un lado es incapaz de desactivar o evitar conflictos internacionales, y por otro es capaz de poner en marcha a una estructura como ACNUR, destinada a acoger a los refugiados que esos conflictos provocan.

Sin embargo ambos proyectos tienen en común el interés por el individuo. En ambos textos son los individuos, enfrentados a situaciones límite, los encargados de hacer vivir al espectador una tragedia, una comedia, una situación extrema que, a posteriori, le haga pensar en cómo hemos llegado a esa situación. Es el individuo, y su sufrimiento, su experiencia, la medida de todas las cosas.

En Los esclavos de mis esclavos, un texto de teatro más clásico, menos poético que Éxodo, son justamente tres cooperantes de distintas categorías (un cooperante anónimo, el Embajador de Buena Voluntad de ACNUR y la Directora de Servicios de Seguridad sobre el Terreno de esta organización) los que tienen que convivir durante un largo secuestro. Y enfrentarse a Amina, esa mujer en burka, esclava de los esclavos de la ignorancia, que, paradójicamente, se afana en echar por tierra unas seguridades morales basadas en unas contradicciones cuando menos dudosas.

Este segundo texto será estrenado en octubre por Meridional Producciones justo el mismo día que será estrenado Éxodo. Una curiosa coincidencia, que quizás no debería llamarnos la atención, dado que, por desgracia, el fenómeno del éxodo quizás esté llamado a convertirse en una de las grandes cuestiones de nuestra época.