El escritor, agobiado porque no se le ocurría nada frente a la página en blanco, fue a comprar folios amarillos, pero no sirvió de nada. Bueno, sí. La dependienta de la papelería de la plaza se enamoró de él y, como era una chica extraordinariamente decidida y le conocía y sabía de su timidez de pueblo, unos dias más tarde se presentó en su zaguán, se desnudó y llamó a su timbre completamente desnuda. Al abrir la puerta el escritor se sorprendió, porque el cuerpo de ella le deslumbró, no la reconoció y se quedó sin habla durante unos momentos. Ella entonces dijo: también tengo folios verdes. Al cabo de un rato se pusieron morados y el negro de la noche se rasgó con el ámbar de la luna y el marte rojo de un cielo añil, donde titilaba un diminuto punto naranja, que resultó ser Venus. Al final la noche pasó totalmente en blanco, pero en este caso el escritor lo dio por bueno.
La típica historia del escritor que no sabe qué escribir. El otro día me pasó con la dependienta de correos, pero en mi caso se presentó en mi casa envuelta en un paquete de esos con burbujas, lo abrí y ahí estaba ella morada por la falta de aire. Un gusto leerte, compañero. Adelante!
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Jjajaja, menos mal que seguramente pudo beberse algo del aire de las burbujas, que eran como las del champán, así que llegó ya algo achispada, confiesa! Gracias por leer y comentar! Seguimos para bingo.
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Ahora como está correos es impensable enviar ni una gota de champagne. Le invité a lo que había: un trago de vino mezclado con restos de anís. Un buen aspirante a escritor que se precie debe hacer prevalecer el patetismo ante todo. Acabo de ver que publicaste la tercera parte de Negro, así que volveré. Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
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